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El mar

Por Marta Ocaña

Julio 07, 2021 03:00 a.m.

A

Mantengo mis dudas y mis incertidumbres. Pero el mar todo lo cura. Con olerlo, escucharlo basta para cambiar la dimensión de las ideas que circulan por venas, sienes, dedos y ojos.

El mundo con su velocidad nos envuelve. La frase se ha dicho de mil maneras. Y lo vivimos diariamente como si nadie nos hubiera advertido de sus consecuencias y sus implicaciones.

Este torbellino no es el mundo o el sistema solar. Es un torbellino humano conformado de ambiciones, miedos, anhelos, deseos…. Un torbellino hecho de infancia y madurez inconsciente o con demasiada cabeza.  Un torbellino que sacude y absorbe a su paso el entorno y sus ocupantes. Pero el mar todo lo calma. 

El mar, ha sido piedra de toque de mi biografía. El espacio necesario que requieren mi piel y mis poros. Sonido que afina el tono de las preocupaciones y los apuros. O bien, murmullo que mece una cuna imaginaria en la que imaginamos estar cuando bajo la sombrilla, cerramos los ojos al resplandor del sol.

En sus corrientes nos columpiamos, sacudimos las tribulaciones y colocamos a las personas, o más bien, a nosotros mismos en el lugar que nos corresponde. Los juicios y prejuicios se ahogan en la arena antes de tocar el agua de tal manera que, al sumergirnos sentimos que somos un componente más de su sal y su flora.

Amo el mar desde que tengo memoria y sigo formando memorias cada vez que llego a visitarlo, a recordarle quien soy, a contarle lo que ha pasado en el tiempo que no coincidimos. 

Solo hay que mirarlo para quererlo. Aún el que no lo ha experimentado anhela conocerlo, como si fuera un fenómeno, algo fuera de este mundo. Y es que en realidad parece ser de otro mundo.

Nuestro convivir con él nos ha hecho confianzudos e irresponsables; y ricos y pobres abusamos de él para una y otra cosa. Tiramos desechos, construimos, lo expropiamos, ponemos barreras y mil variables. Pero él sobrevive y no pierde ni su ritmo, ni sus mareas. Confabula con la luna para hacer travesuras aumentado su oleaje y su temperatura. Y parece ser la metáfora de lo infinito que sabemos es el universo.

Ya extraño el mar. Que ahogue la convulsión del acontecer diario, en donde balas y urnas hablan un idioma cacofónico que los comunes y la clase media y otras clases no clasificadas no entendemos. Un abrazo de mar que disuelva la maldad y la ambición de ciudadanos sin patria ni casta. Una ola y una marea que se lleve al fondo la deshumanización de tratantes, polleros y comenderos de un poder legitimado por habitantes de un pueblo fantasma.

Soñar con ser habitante de un mar en donde no existan ductos ni plataformas; habitado por tritones, sirenas y seres fantásticos que devuelvan al mundo su razón de ser.