Estúpidos
Según la Real Academia de la Lengua, un estúpido(a) es aquella persona tonta o corta de entendimiento. Etimológicamente, la palabra deriva del prefijo stupeo o stupere, que significa estar o quedar inmóvil o entumecido, y del sufijo idus. Es decir, las personas estúpidas entienden poco o nada y se quedan ahí, pasmadas. Para hacer justicia, francamente todos hemos sido estúpidos en ciertos momentos de nuestras vidas y la mayoría sufre de estados de estupidez que así como vienen, se van. La estupidez tiene un efecto democratizante. No distingue edad, nacionalidad, género ni creencia ideológica. Agarra parejo. Todos podemos ser estúpidos.
Sin embargo, el historiador Carlo Cipola hizo notar que, a diferencia de otras formas de estados deplorables, la estupidez es la más dañina porque: “Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. Vaya, en el caso de la maldad, hay de perdido una ganancia para el perpetrador, en cambio, el estúpido ni gana nada, quizá pierda algo y seguro causa daño a quienes están a su alrededor, sin siquiera darse cuenta. El estúpido es estúpido según Johann Erdmann debido a su estrechez de miras, porque no ve más allá de su propio punto de vista. En el momento que el estúpido escucha otras opciones y se abre a entender otras visiones puede comenzar a disminuir su propia estupidez y quizá, hasta sea un poquito más feliz.
Pienso hoy en las personas que se quedan en un estado permanente de estupidez: aquellas que siendo jóvenes y teniendo un sinfín de opciones de amistad, se encierran en un solo grupito, que nada más hacen un solo tipo de actividades, que se paralizan si se salen de su zona de confort. Pienso en aquellos adultos que han logrado éxitos personales y profesionales, pero que por circunstancias se autoperciben como insignificantes y acaban encerrándose en sí mismos, sin ver a nadie, sin escuchar nada. Pienso en los ancianos que clausuran sus vidas sin tener certificado de defunción, aún cuando su cuerpo y su mente les permitirían bailar una última ronda de tangos.
Quizá para evitar el estado de constante estupidez, habría que comenzar por dejar de lado lo que uno cree de sí mismo y comenzar a escuchar a los que nos rodean. Tal vez sirva de mucho reírse de sí mismo y de las tarugadas que uno hace, porque, honestamente, a nadie el importan. La gran mayoría de nosotros no terminará ni en Archivos Históricos, ni en hemerotecas. A lo más que podemos aspirar, es a una lápida, y esas casi nadie las lee. Quizá sería bueno comenzar a moverse, porque como dijo Churchill, “If you are going through hell, keep moving”.
La estupidez, dijo Camus, es insistente como la peste. Pero nadie dice que sea incurable.




