Expectativas de vida

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En los últimos doscientos años la expectativa de vida al nacer, es decir el tiempo promedio que se esperaría viviese una persona en el momento de su nacimiento, ha experimentado un incremento espectacular. En los países industrializados dicha expectativa se ha duplicado desde mediados del siglo XIX hasta la fecha y en otros lugares del mundo dicho incremento ha sido incluso mayor. El incremento en la expectativa de vida es producto de los avances médicos y de salud pública que se han dado en los últimos dos siglos.

El incremento en nuestra expectativa de vida, por otro lado, ha sido en buena medida producto de un abatimiento en la mortalidad infantil y no implica que hayamos doblado la longitud de nuestra vida. En respecto, sin embargo, es ilustrativo considerar la evolución histórica que ha tenido nuestra expectativa de vida una vez que hemos superado la edad infantil, misma que, aunque en una menor proporción, ha tenido también incrementos sustanciales. La población blanca de los Estados Unidos, por ejemplo, entre 1850 y 2011 ha visto incrementada su expectativa de vida a los diez años en un 40%.  Así, aun sin tomar en cuenta el abatimiento de la mortalidad infantil, sí hemos incrementado sustancialmente nuestra expectativa de vida. 

Sirva lo anterior como una introducción para comentar un interesante artículo publicado el pasado mes en la revista “eLife” por un grupo de investigadores de la Universidad Stanford, encabezado por Myroslava Protsiv, quienes llegan a una conclusión sorprendente: la temperatura corporal promedio de la población de los Estados Unidos ha disminuido de manera paulatina a lo largo de los últimos ciento cincuenta años.    

Protsiv y colaboradores hacen notar que en 1851 el médico alemán Carl Wunderlich llevó a cabo millones de mediciones axilares de temperatura con 25,000 pacientes que establecieron un estándar de temperatura corporal de 37 grados centígrados. Las mediciones modernas de temperatura corporal, sin embargo, son sistemáticamente más bajas que el estándar de Wunderlich. En estas circunstancias, Protsiv y colaboradores se propusieron averiguar si las temperaturas corporales han efectivamente disminuido con los años, o si bien la discrepancia entre las mediciones actuales con aquellas de Wunderlich son producto de una diferencia en los termómetros empleados o en lo métodos de medición de temperatura.  

Para averiguarlo, lo investigadores examinaron cerca de 700,000 mediciones de temperatura corporal con tres grupos de personas a lo largo de 160 años, incluyendo 84,000 mediciones tomadas entre 1862 y 1939 a veteranos de la guerra civil norteamericana, lo mismos que mediciones tomadas en los periodos 1971-1975 y 2007-2017, tanto a hombres como mujeres. 

En general, Protvis y colaboradores encontraron que las temperaturas corporales de los veteranos de la guerra civil son más altos que las de los pacientes modernos. De la misma, manera, las temperaturas medidas en el periodo 1971-1975 son mayores que aquellas medidas en 2007-2017. Para mayor precisión, la temperatura corporal promedio de los hombres norteamericanos nacidos a principio del siglo XIX era más de medio grado centígrado mayor que en la actualidad. Encontraron también que las mujeres norteamericanas han disminuido su temperatura corporal en un tercio de grado centígrado desde 1890. Tanto en hombres como en mujeres la disminución de temperatura se ha dado de manera paulatina en todos los grupos estudiados.

Dada esta última circunstancia, Protvis y colaboradores consideran que es muy improbable que la disminución de temperatura corporal sea producto de fallas de medición o por posibles imprecisiones de los termómetros empleados en el siglo XIX. Descartan también que el método de medición de temperatura corporal, axilar en siglo XIX y oral en lo subsecuente, pudiera tener algún efecto, dado que las temperaturas axilares son más bajas que las orales.   

De este modo, los investigadores consideran que la disminución de temperatura corporal es un fenómeno real, al que habría que dar una explicación. En este sentido, Protvis y colaboradores interpretan la disminución histórica de temperatura corporal en términos de una diminución de la actividad metabólica del cuerpo. Para esto último aventuran dos posibles explicaciones.  Una de ellas se relaciona con la expansión que han tenido en los Estados Unidos la calefacción y el aire acondicionado empleados para amortiguar los cambios de temperatura ambiental. Así, al no tener que lidiar con temperaturas muy altas o muy bajas, el cuerpo gasta menos energía para mantener su temperatura y reduce su metabolismo.  

Una segunda explicación, que Protvis y colaboradores consideran es la más factible, se basa en la disminución en los niveles de inflamación de la población norteamericana que goza hoy en día de un mejor estándar de vida y sanidad. Esto redunda en una disminución de infecciones crónicas, una mayor higiene dental, una menguante exposición a la tuberculosis y la malaria, y un acceso a los antibióticos. Todo esto, arguyen los investigadores, muy probablemente ha disminuido el nivel de inflamación crónica de la población norteamericana, lo mismo que su temperatura corporal. 

Protvis y colaboradores concluyen que sus resultados indican que los humanos en países ricos han cambiado fisiológicamente en los últimos 200 años y que su temperatura corporal es 1.6% más baja que en la era industrial. ¿Se relaciona este cambio fisiológico con el incremento en nuestra expectativa de vida? Esta es una posibilidad fascinante que abordan brevemente Protvis y colaboradores. Solamente para señalar, sin embargo, que el papel que la “evolución” fisiológica juega en el incremento de la longevidad humana es desconocido.