Familia y escuela Capítulo 110: Educación sin límites
La lógica científica y las inercias sociales han llevado a aceptar de manera natural que todo lo que aprendemos proviene de procesos, rutas, personas y elementos que ya se encuentran previamente establecidos y hasta formalizados; de esta manera, sabemos perfectamente quién y qué enseña y quién y qué aprende.
Para el caso del proceso y la ruta escolar, está estrictamente definido a qué edad se debe asistir específicamente a un grado y nivel, así como los conocimientos “exactos” que le corresponde aprender, además de las formas conductuales y culturales que debe desarrollar y un sinfín de aspectos previamente delimitados.
Que algún alumno se arroje a inscribirse a un curso que no corresponde con lo preestablecido, por ejemplo: alguien de mayor edad que de alguna manera quiera cursar, por necesidad o por su propio gusto, grados educativos inferiores; o aquel que, siendo de menor edad y ante querer demostrase a sí mismo su capacidad, se atreva a cursar un grado de mayor nivel, para ambos casos, si no resulta completamente imposible, sí resultaría extraño y hasta “anormal”.
Queda igual de claro que, en este proceso escolarizado no se aprende de los compañeros, sino del maestro, por “algo lo pusieron ahí”; por cierto, que el docente al apreciar a alumnos con mayores capacidades al grado cursado, pocos son los que se atreven a “brincarse” el programa y enseñar los conocimientos del curso siguiente, rompiendo con los límites preestablecidos.
Es claro también, que los hijos aprenden de sus padres o familiares mayores a ellos; que en un oficio o actividad laboral, los aprendices novatos, lo hacen de los experimentados; que las acciones y actividades culturales se practican y reproducen, observando a los que ya las tienen internalizadas como costumbre.
Entonces, todo el proceso educativo, en afán de encontrarle y presentarlo de la manera más clara y convincentemente científica, parece estar ya controlado y definido, para que sea formal y naturalmente aceptado.
Sin embargo, reconozcámoslo o no, la enseñanza y el aprendizaje nunca es en una sola dirección; es tal su magnitud y alcance, tan infinitos sus campos de acción que, tal pareciera que se pierde el control de este proceso.
Para aquellos que se consideran real y vocacionalmente maestros, nunca se deja de aprender de sus alumnos, probablemente no se reconozca o no se quiera aceptar frente a los demás, pero siempre se aprende de ellos.
Maestra de universidad, 52 años: “… a lo largo de mi carrera como docente en esta facultad, he aprendido mucho de mis alumnos, yo creo que lo que más me ha marcado en mi estilo de dar clase y en mi persona, definitivamente es el comprender que, no importa que ya son jóvenes o adultos, aún así requieren atención personalizada; desde hace un buen tiempo procuro llamar a cada quien por su nombre y sobre todo, escucharlos activamente, es decir, escucharlos atentamente mirándolos de frente, esto les da la confianza de saber que existen…”
Maestro de educación primaria, 32 años: “…ese día del fin de semana, acudí a una tienda para comprar un paquete de cervezas; en raras ocasiones las consumo y solo por el excesivo calor que se sentía y para acompañar la comida; cuando estaba pagando, de repente volteé hacia el fondo del establecimiento, cuando me di cuenta que ahí se encontraba rubén, uno de mis alumnos, quien me estaba observando fijamente y asombrado, apenas me saludó de manera indecisa. En ese momento recordé la plática que me había hecho en la semana acerca de que su padre se portaba agresivo con él cuando consume cerveza… ese día, ante él, aprendí algo muy importante acerca de mi profesión, va mucho más allá del simple salón de clases, es de vida y para la vida”
David, 28 años, padre de 3 hijos: “…mi vida cambió cuando tuve a mis hijos ¿en dónde se aprende a ser papá?, es con ellos, es con los hijos que uno aprende lecciones de responsabilidad, de trato hacia ellos, hasta lecciones de administración de recursos económicos para la manutención familiar; se aprende, entre muchas otras cosas más, a tomar decisiones que afectan a todos ellos; definitivamente es un aprendizaje constante”
Rosa María 29 años, ama de casa: “durante toda mi vida jamás tuve mascota, mucho menos a un perro en casa; los consideraba bravos y agresivos, sucios y generadores de problemas con los vecinos. En cierta ocasión, mi hijo menor insistió tanto en que se comprara una mascota para él, que tuvimos que ceder; al principio, demostraba mi enojo por su presencia, hasta que un buen día que tuve que quedarme sola con él, me miró fijamente, como si fuera una persona, se acercó sin temor y se echó sobre mis piés… a partir de ese momento todo cambió, su comportamiento de agradecimiento y cariño hacia mi, hizo que aprendiera y desarrollara de manera natural el amor hacia los animales”
La educación, el enseñar y el aprender integralmente, no está delimitado ni establecido a priori, porque quien menos lo supone enseña y quien menos se lo espera aprende, en los lugares y momentos menos esperados; en este sentido, tenemos que reconocer su carácter infinito
Afirmaba Paulo Freire: La educación “…No es un juego de recipientes rebosantes de saberes que se derraman dentro de recipientes vacíos. Porque más allá de algunas apariencias, nadie está rebosante y nadie está vacío. La realidad es más compleja y contradictoria, los saberes son múltiples y diversos y los que enseñan también aprenden al mismo tiempo”.
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