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Familia y escuela Capítulo 112: Consumo cultural

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Junio 03, 2022 03:00 a.m.

En su origen, el concepto “Cultura” proviene de elementos alusivos a la agricultura, “cultivar”; a medida que evoluciona en el tiempo se va aplicando hacia las personas, sobre todo acerca del cultivo de las facultades humanas y a partir de ese momento comienza su diversificación hacia todos los ámbitos de la actividad del hombre, llegando a verse representada en todas sus creaciones materiales e ideales.

Parte de esta reproducción de elementos culturales, costumbres, tradiciones, conductas y demás, se realiza principalmente en la familia, los medios de comunicación y en las escuelas, como principales conductos de enseñanza y reforzamiento práctico.

Por lo tanto, enseñar, transmitir y practicar toda la increíble riqueza cultural que cada individuo, familia, pueblo y nación posee, se convierte en un factor imprescindible que constituye su esencia e identidad.

 La forma en que cada uno de nosotros participamos del proceso de enseñar, practicar, apropiarnos y usar todas las costumbres y tradiciones, así como todos los bienes culturales materiales o simbólicos de nuestra tradición, es conocida como: Consumo cultural.

Para ser parte de este consumo, no se requiere ser un especialista o erudito; porque si bien es cierto que durante algún tiempo la cultura fue sinónimo de clases sociales encumbradas, de personajes que lograban cierto estatus académico especializado, de poblaciones con gustos refinados y exquisitos; incluso, se llegaron a emitir expresiones denostativas y excluyentes, tachando a los demás de “incultos”, “indios”, “iletrados”, “ignorantes” y muchos adjetivos más.

Ahora, al transcurrir de las épocas, se entiende el carácter universal de esta palabra y de la multitud de aspectos que la integran. La cultura es para todos, en cualquier lugar, época o circunstancia; desde, para y con todas las clases sociales existentes; en todos sus géneros, clasificaciones y manifestaciones.

De hecho, es tan natural y espontáneo su proceso que, en muchas de las ocasiones no nos damos cuenta que estamos siendo partícipes de él; algunas veces transmitiendo y practicando aspectos culturales y en otras, apropiándonos de ellos.

El simple motivo de llegar a pensar a la educación sin un consumo cultural es un “sin sentido”; no obstante que en una escuela no exista una materia que lleve ese nombre o que en algún hogar o en los diferentes medios de comunicación no se mencione, su consumo es inherente a todas estas actividades.

¿Es difícil realizar el consumo cultural?

Definitivamente, más que ser difícil, debiera pensarse como algo que se genera de manera casi natural y cotidiana, además de que invariablemente su transmisión es altamente efectiva, por lo que se debiera tener al menos una reflexión del cómo se lleva en cada individuo, familia o escuela.

Luego entonces, es importante reflexionar en torno a cómo se realiza el consumo cultural, porque define mucho de los estilos de vida, hábitos saludables, conocimientos, actitudes y habilidades que los integrantes de una familia o grupo escolar adquieren para su vida futura.

En el ámbito familiar se da inicio con esta práctica de consumo: el cómo se viste, qué se come, qué tipo y variedad de lenguajes se utilizan, cómo se resuelven los problemas; los hábitos de salud e higiene,  el trato de género, las variedades musicales, lecturas, programas televisivos e historias a seguir en redes sociales; la práctica de habilidades, actitudes y valores, mezclados con el fomento de aspectos religiosos, hasta elementos no saludables como el consumo de alcohol, tabaco u otras sustancias.

Para poder apreciar de manera directa todos los ejemplos de consumo mencionados, no es necesario acudir a algún estudio científico especializado, pues bastaría con abrir la puerta de cualquier hogar, elegido al azar, de cualquier rumbo de cualquier ciudad, estatus social, político o económico.

En ese hogar elegido podremos observar de manera directa en su refrigerador o alacena su dieta tradicional y si hay bebidas alcohólicas o alimentos saludables, el cómo se tratan entre mujeres y hombres, si hay libros, revistas o los temas que en medios de difusión y redes sociales se consumen; si al barrer o lavar trastes u otra actividad de aseo y limpieza se está, al mismo tiempo, cantando o bailando alguna canción preferida; sus actividades religiosas, como el orar antes de alguna toma de alimentos o encomendar, al salir de la casa a hijos o parejas con alguna oración o ritual para santiguar;  así como el observar sus muros, porta retratos o álbumes fotográficos o, incluso, vitrinas atiborradas de recuerdos, todos ellos mostrando el respeto, cariño y recuerdo vívido y cotidiano hacia quienes nos antecedieron.

Maestra, maestro, ¿apoco creen que estamos exentos de reproducir el consumo cultural?

Se tiene tal influencia que, basta con plantarnos frente a alumnos y padres de familia para comenzar a difundirlo: la forma en que se viste, se habla, se come; la manera en que se resuelven problemas o se tiene alguna preferencia o exclusión hacia alguien; además,  resulta fácilmente distinguible por el aroma, si se huele a loción, perfume o “a limpio”, incluyendo el olor a tabaco o alcohol;  si se llega apresurado a trabajar con el cabello desaliñado o la marca de la almohada en la cara; somos “tan transparentes” que, incluso, se denota cuando se asiste atribulado o angustiado por algún problema que nos aqueja.

¿Es importante el consumo cultural?

Más allá de que por supuesto lo es, resulta un elemento insoslayable y necesario de tomar en cuenta para el proceso de educación integral que desarrollamos en familias, escuelas y medios de comunicación, sobre todo dada su efectividad y su influencia decisiva hacia nuestros hijos y alumnos.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx