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Familia y escuela Capítulo 119: ¿Aceptarnos o negarnos?

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Julio 20, 2022 03:00 a.m.

A

Fundamentalmente tendemos hacia la objetividad y hacia lo razonablemente lógico, creemos de manera fehaciente en todo lo comprobable y lo que puede demostrarse que existe al verlo o tocarlo; es la ciencia en toda su extensión, dando certezas al devenir humano.

Y no es que reniegue de ello, por supuesto que es un rasgo que resulta además de valioso, insoslayable e imposible de dejar fuera para la explicación del progreso y desarrollo de las civilizaciones; no obstante, de reconocer su valía, queda al menos para un servidor y estoy seguro que para muchos más, un gran espacio en cada persona por revisar y reflexionar.

No es coincidencia que nuestro cerebro esté dividido en dos hemisferios y que uno de ellos se encargue precisamente de esas cosas lógicas; pero ¿y el otro?.

Si pudiéramos afirmar de manera contundente que el ser humano funciona solamente de forma lógica y certera en cada uno de sus pensamientos y acciones; que al ser educado por familias y escuelas, tendrá absolutamente todo lo necesario para que su razonamiento sea siempre el correcto; entonces, ya no habría que preocuparse por siquiera pensar y mucho menos en reflexionar por la otra parte que está dispuesta dentro de nosotros.

Bajo esta lógica, tal parece que olvidamos que soñamos, sentimos, tenemos fantasías y necesidades aveces incomprensibles; además, mostramos impulsos o pulsiones no siempre vitales, dirigidas hacia la creatividad y en ocasiones hacia la autodestrucción.

Estas características son normalmente tachadas de algo fuera de toda razón, con un sentido negativo, malvado y hasta “pecaminoso”, como si debiéramos esconder o avergonzarnos de alguna parte de nosotros; y que, por el contrario, quienes cumplen cabal y puntualmente con lo establecido socialmente, están correspondiendo con la naturaleza lógica del ser humano, “anclado a la tierra”  como habitante del mundo estructural y racionalmente concebido.

Por cierto que para muchos racionalistas, precisamente el rasgo de ser humano consiste en el dominio, control y regulación de todos esos impulsos, para privilegiar la verdad y corrección de nuestros actos; sin embargo, ¡existen!, se encuentran en todos y cada uno de nosotros, formando parte de nuestra personalidad.

Tal parece entonces que nos estamos volviendo “ciegos” e insensibles, incluso, negándonos a nosotros mismos; acaso ¿no soñamos? ¿no tenemos angustias o miedos sin sentido? ¿no amamos u odiamos? ¿no realizamos acciones fuera de toda lógica? ¿no creamos en nuestra mente sonidos, aromas y hasta recuerdos de lugares y personas? ¿no imaginamos el futuro? ¿no “nos laten” o sentimos inclinación por personas, cosas y hasta proyectos a emprender?

Debemos tener presente que, si bien es cierto que la ciencia y las condiciones lógicas y racionales son fundamentales, son solo una parte de nosotros y que la otra mitad, aunque negada por muchos, representa, al ser reconocida y empleada proactivamente, un “motor de vida” y el impulso para buscar aceptarnos y comprendernos tal cual somos.

La educación vertida desde familias y escuelas, en su aspecto más tradicional, no necesariamente antiguo, de manera general solamente tiende a reconocer una parte de la persona dado que se privilegia lo racional; lo que importa a final de cuentas es obtener el grado, la calificación, el número, lo objetivo; el primer lugar en la clase, el orgullo de tutores y docentes por tener alumnos e hijos sobresalientes; no obstante, se desconoce lo que sintieron o experimentaron en el proceso; en este sentido, se niega la integralidad de éstos.

Toda proporción guardada, la escuela y el hogar actúan como fábricas en donde se crean productos con medidas idénticas y con controles de calidad numéricos y estandarizados, negando con ello toda posibilidad de otorgar cualidades a la materia prima.

La educación en general, está negando las características específicas de cada individuo; al ser controlada solamente con instrumentos que arrojan calificaciones, que expresadas con números, regulan la vida presente y futura de los niños y jóvenes.

Sin embargo, dentro de cada persona hay más cosas en verdad valiosas “…de acuerdo, en este examen tuviste un seis de calificación, pero tienes otras habilidades, aptitudes y actitudes, que no se expresan con números… veamos y reconozcamos para qué otra cosa eres bueno”

A los objetivos generales de la educación, lo mismo que a las tareas de maestros y padres de familia, se le debe de añadir aquellas con las cuales se consigna el evitar la negación de la persona al reducirla a un número más y, por el contrario, fomentar la aceptación y reconocimiento de todas sus habilidades, sentimientos, deseos y objetivos de superación; aficiones, filias y fobias, así como iniciativas para el desarrollo de labores no siempre obligadas por los adultos.

Desde luego que el detener, corregir u orientar algunas acciones es absolutamente necesario, pero tendríamos que dejar esta regulación para impulsos que dañan a terceros o a nosotros mismos; mientras tanto, todos los proyectos e ideas que surjan dentro del seno familiar o en aulas escolares, se deben no solo fomentar sino impulsar, independientemente de su éxito o fracaso.

El sentirse negado por un sistema o grupo social, bien sea escolar, familiar u otro, es un golpe muy duro para la estima de cualquiera, reduciendo su actuación en la vida a solamente reproducir el guión que está preestablecido socialmente; mientras tanto, todo lo que ocurra alrededor de ello, o pasa inadvertido, o simplemente no importa.

El promover el ser aceptado en todas las dimensiones que componen al humano, implica un derecho, pero también una obligación de todos quienes tenemos ante si a un hijo o un alumno; sobre todo sabiendo que el incluirlo así, integralmente, le genera confianza, estima y seguridad de saberse reconocido como alguien que tiene sus propias y muy personales características, pero, además, implica el darse cuenta que es atendido y comprendido, elementos, todos ellos, de tanta o más valía que una calificación de excelencia.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx