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Familia y escuela Capítulo 214: Todos somos maestros

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Mayo 15, 2024 03:00 a.m.

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Todos somos maestros, tú, yo, quien más, quien menos; quien estudió y se preparó para desempeñar esa profesión y quien, teniendo otra profesión, oficio o actividad, de manera directa o alejada, conscientemente o no, al desempeñarnos en la vida diaria lo somos y, por consiguiente, enseñamos y formamos a las personas con las que interactuamos.

Es cuestión de no evadir la responsabilidad de ser maestro y de estar consciente que la educación es un proceso social, que se desarrolla en todos los niveles, tiempos y espacios de interacción en comunidad y que, no es ni está conferida solamente a las escuelas.

La educación concentrada en los planteles escolares es solamente una pequeña parte de todo ese proceso, reconocida como enseñanza formal a cargo de directivos y maestros que siguen un guion de una estructura de tiempos y contenidos que, de forma técnica y especializada, se imparte a los alumnos; la otra gran parte de lo que se aprende, se efectúa en otros escenarios y tiempos y, por supuesto, con otros maestros.

Encontramos a albañiles, carpinteros, electricistas, mecánicos, panaderos y múltiples personas expertas en su quehacer que, en cada maniobra, acción y resolución de problemas propios de su trabajo, van enseñando con clases prácticas a sus ayudantes y aprendices de su oficio, hasta graduarlos y lograr que ahora ellos se hagan cargo o se independicen.

En el área de la salud, los trabajadores con mayor experiencia, demostrando a los recién incorporados, el temple y la seguridad del manejo de situaciones complejas, el trato digno y el respeto y comprensión social, cultural y psicológico hacia los pacientes, esto último solo aprendido mediante la vivencia frente a cada caso atendido y claro, teniendo a esos maestros al frente.

Aquellas personas que han elegido pregonar, difundir y fomentar preceptos, normas y costumbres de alguna religión o facción de ella y que, en ese sentido, se han convertido en verdaderos maestros que, con sus propias acciones y después con los mensajes que dirigen hacia su comunidad, manifiestan verdaderas lecciones de fe y bienaventuranza hacia los demás.

En el ámbito político, aquellos verdaderos maestros que mostraron de manera ética, incorruptible y con elevada responsabilidad social, que el poder y la toma de decisiones, como actividad democrática, está al servicio y beneficio del pueblo y no solo para una persona o unos cuantos.

El adulto mayor que se percibe, no como viejo e inservible, sino como anciano, como maestro de vida, que da muestra de su importancia al conducir, con su experiencia, a muchas personas que aprende de él.

Podríamos seguir enumerando ejemplos de que el magisterio está presente en múltiples actividades; sin embargo, existen dos escenarios que destacan por la importancia que revisten para la formación de las personas: la familia y la escuela.

Ese fabuloso espacio constituido por el hogar, resalta por estar situado precisamente durante el inicio de la conformación de toda persona, constituye el aula perfecta para darnos cuenta que, cada papá, cada mamá y cada integrante de la familia es un maestro de todos los que lo habitan.

Es fundamental que nos demos cuenta de lo anterior, porque las vivencias que en este lugar familiar se llevan a cabo, son más que importantes; son poderosas, directas, invaluables para la vida; suceden a cada minuto, en cada situación trivial y que, los maestros que emiten estas lecciones, las enseñan con cada acción, cada palabra y diálogo, cada forma de resolver problemas, incluso con el tipo de ambiente y comunicación que establecen hacia dentro del grupo.

Por su parte, en las escuelas, con aquellos que han sido formados para llevar a cabo una función pedagógica y que se atreven con orgullo a llamarse MAESTRO o MAESTRA, se deben dar cuenta del compromiso que tiene el desempeñar esta profesión, dado que no basta con dominar las plataformas tecnológicas y aplicaciones virtuales más modernas o “de moda” para vaciar conocimientos en los alumnos.

Ser maestro es una profesión de vida que va tatuada a la piel de quien la ostenta, no basta con apagar la computadora y salir de la escuela para dejar de serlo, porque en la calle, en los centros comerciales, de recreación, bares y antros y, hasta en los templos religiosos así como a todos los lugares a los que se acuda, aunque te escondas o te pongas gafas o atuendos que te cubran, aun así, te seguirán reconociendo.

Cada acción que realices, conscientemente o no, dentro y fuera de las aulas, será una acción didáctica y va mucho más allá que un conocimiento formal: la manera en que te diriges hacia tus alumnos, el cómo resuelves situaciones, el cómo los tratas, incluyes y les das su lugar y respeto; ellos por su parte, vigilarán cada paso que das, revisarán tu vestuario, el cómo hablas y caminas, cuáles son tus puntos débiles, si llevas la camisa o blusa arrugada o la línea de la almohada en la cara, si hueles a limpio a alcohol o tabaco.

En efecto, todo aquel que trabaje como profesor, además de todos los aspectos técnicos que profesionalmente puedas mostrar, deberás reconocer que existen muchas cualidades más que alguien con esta profesión debe estar consciente que proyecta; así estés en la escuela más céntrica y urbana con todas las comodidades y apoyos técnicos o trabajes en una de los cientos de escuelas en donde hay que transitar veredas con los zapatos polvorientos y llegar a lugares recónditos donde haya alguien que necesite tus conocimientos y tu persona; el título de maestro se gana con tus acciones y se logra hasta que alumnos y padres de familia reconozcan tu labor; hasta ese día, podrás llamarte con todo orgullo: MAESTRO.

Entonces, todos somos maestros, tú, yo, quien más, quien menos…

Comentarios: gibarra@uaslp.mx