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Familia y escuela Capítulo 229: Los muros, la educación y la libertad

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Agosto 28, 2024 03:00 a.m.

A

Decía Michel Foucault: “No soy un profeta, mi trabajo es construir ventanas donde antes solo había pared”

Todo el proceso educativo debiera tener como propósito final, precisamente el abrir o provocar que las personas abran ventanas en donde existan muros o límites, por las cuales se pueda observar un panorama más amplio e “ir más allá”, hasta donde se aprecia el horizonte y una vez llegado a él, abrir nuevamente mas ventanas y así día con día.

Sin embargo, tal parece que, precisamente la educación y el proceso formativo recibido en familias, escuelas y medios de comunicación, se ha empeñado en limitar y poner paredes que reglamentan de manera precisa lo que debemos aprender, en qué momento y la forma de hacerlo.

De hecho, debido a lo anterior, se ha desestimado y al mismo tiempo acostumbrado a las personas a solo darle crédito a lo que se nos ha dicho que tenemos que aprender, por lo que los procesos de auto aprendizaje o también conocido como aprendizaje autónomo en libertad son tachados de inadecuados, no cuantificables ni estimables para saber su aprovechamiento.

En los hogares, generalmente existe escasa posibilidad de que los miembros más pequeños exploren y experimenten campos que no fueron permitidos por los padres o familiares mayores, mucho menos se les consulta para toma de decisiones o se les pregunta si tienen algún proyecto que ellos quisieran desarrollar, por lo que se encuentran supeditados a las normas, reglas y límites generales que en este grupo se imponen.

El modelo de implantar muros, se manifiesta en la reproducción de la dinámica de funcionamiento familiar, al repetirla generacionalmente con los padres de familia noveles asumiendo ahora el rol de reproducir esas normas de conducta y acciones que les fueron impuestas en su momento, sin voltear a ver cómo fueron sus acciones de pequeños, adolescentes o jóvenes y ahora se corrige como si no se hubieran tenido errores; si los hijos supieran de todos los que cometimos, no se tendría personalidad moral y civil para desempeñarnos autoritariamente ante ellos.

En cuanto a los medios de comunicación, éstos imponen muros de manera sutil, velada y subliminal, los cuales establecen e imponen las condiciones para que las acciones de los individuos se realicen tal y como son ordenadas, dentro de los límites en donde se quiere que permanezca la audiencia.

La televisión, las redes sociales, las distintas plataformas y aplicaciones programan a todos los usuarios, educando cual si se insertara un microchip en cada una de sus mentes, aprisionándolas y ordenando consumir productos nocivos para la salud, consumo de productos “de moda” o “temporada”, los cuales pronto se verán desplazados y de nuevo a adquirir los novedosos; ordena cómo debe ser el cuerpo de las personas, las formas en que se debe divertir e invertir el tiempo de recreación; en fin, se programa y pone los muros dentro de los cuales nos desenvolveremos socialmente.

Por su parte, las escuelas están llenas de muros, bajo el pretexto de corregir las acciones prosociales negativas, limitan conductas exteriorizadas como el reir, el permanecer de pie, aunque se lleva más de 4 horas “amarrado” a su mesabanco o el solamente escuchar al maestro sin voltear a verlo, porque automáticamente, ante cualquier acción no permitida, aunque ésta no sea grave, se recurre a reprenderla.

La prisión más nociva que se impone en muchos planteles escolares, es aquella que encadena la mente, reduciendo su inconmensurable potencial a solo asistir, ingresar a un aula, estar sentado, “tragarse” los contenidos de un programa escribiendo lo que dice un maestro, lo que se proyecta en una pantalla y al final “rejurgitarlo” sobre un papel o examen virtual, para comprobar que se aprueba y se tiene éxito al ser capaz de vivir sin problema, con todo el tedio y aburrimiento del mundo, dentro de esa prisión.

También muchos maestros de cualquier nivel educativo están aprisionados, cual máquina formateada para programar alumnos, desarrollando sus clases al pie de la letra, lección por lección, de manera fabulosamente técnica y didáctica, con los mejores adelantos y material con los más modernos medios virtuales, cumpliendo cabal y profesionalmente su función pedagógica; no se han dado cuenta que desde el nivel inicial, hasta el superior, han ido colocando cada ladrillo sobre ladrillo construyendo más alto el muro de la prisión en la que ahora muchos de sus alumnos permanecen; entonces, éstos creen indudablemente que su desempeño y permanencia en una institución escolar consiste en obtener un número mayor a 6 y solo eso.

La sociedad entera colabora, cerrando una capa más en estos muros, premiando a aquellos hijos y alumnos que lograron aprobar consiguiendo el comentado número y así, prisioneros, pero felices todos; y ¿los que no obtuvieron esa aprobación? claro que tendrán que adaptarse a convivir bajo las reglas de la prisión.

Durante mucho tiempo se ha afirmado que la educación nos hará libres, sin embargo, creo que no ha sido así, porque la prisión en la que estamos coexistiendo se ha afirmado ahora con métodos más actuales, incluso, se está colocando una capa más al muro mediante el riesgo de quedar atrapados para siempre ante la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA) y las realidades virtuales; por lo pronto ya han puesto un grillete en el cuello a la mayoría de la población y los han obligado a vivir, comer, dormir, caminar, manejar un automóbil y a realizar todas las demás actividades, agachados frente a un celular, mientras éste, absorbe nuestras mentes.

Educar para la libertad es urgente, y no es hacerlo solo para el cuerpo, sino para la mente, detonando ideas y no solo repetir las de otros; generar proyectos en lugar de trabajar y culminar el de otros; pensar, pensar libre, dejando ir las ideas, el entendimiento, la curiosidad y la mente hasta donde nadie la pueda alcanzar para hacerla prisionera y así, tomar nuestras propias y conscientes decisiones.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx