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Familia y escuela Capítulo 247: Pausa, aprendamos de los ciclos y las experiencias vividas

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Enero 02, 2025 03:00 a.m.

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Los seres humanos somos muy afectos a seccionar y repartir nuestras experiencias y acontecimientos relevantes en períodos y ciclos que de manera cultural, científica y hasta natural, nos van dejando un cúmulo de contenidos y vivencias de aprendizaje, los cuales son parte de nuestra formación como personas.

Ya desde épocas remotas, las diferentes culturas habían reconocido aspectos naturales que las llevaban a aprender y administrar los distintos períodos de tiempo y las características acordes con su cosmovisión y rituales, sus épocas de crianza de animales o de su agricultura; tal es el caso de la cultura maya, que repartía en ciclos de 52 años, incluso, en 19 “meses” en relación con la tierra en su movimiento alrededor del sol.

Actualmente, se ha decidido repartir el tiempo, en donde el día a día de nuestro aprendizaje social transcurre entre horas, minutos y segundos; además, se ha establecido un calendario en donde se registra y se lleva una cuenta atendiendo a criterios naturales entre la tierra y el sol, con temporadas, meses o bloques que reparten los diferentes días acorde con las distintas tradiciones en cada región del mundo, encontrando similtudes  en muchos de ellos o grandes diferencias, por ejemplo entre el calendario Gregoriano (usado en la mayoría de naciones) comparado con el calendario de países asiáticos, llamado generalmente como “calendario chino”.

Mientras que en los primeros, el término de un período e inicio de uno nuevo está establecido con relación al nacimiento de Cristo, terminando el 31 de diciembre y reiniciando un 1 de enero; en las culturas asiáticas, este fin de ciclo no concuerda en fechas ni en simbolismos puesto que el calendario chino está referenciado a los ciclos lunares.

Es así que también delimitamos evolutivamente por tiempos, años vividos, capacidades cognitivas y rasgos culturales a la niñez de la adolescencia y ésta a su vez, de la juventud, la etapa adulta y la vejez.

Dentro de los muchos períodos que en las diferentes culturas se han establecido y reproducido entre las distinas generaciones, encontramos los ciclos escolares, los cuales marcan las diferencias entre los grados de conocimiento, los tiempos y contenidos que deben apropiarse, acorde con la edad en que una persona debe cursarlos; tal pareciera que esta programación establece tajantemente que los ritmos de aprendizaje son iguales para todas las personas, cual si fuéramos entes mecánicos o cibernéticos.

Sin embargo, más allá de toda esta vorágine de clasificaciones cíclicas de tradiciones culturales, científicas y hasta naturales, existe un elemento que las unifica a todas ellas y que se encuentra ineludiblemente arraigado a las dimensiones que caracterizan a la condición humana, me refiero al inicio y cierre de un periodo y todo lo que en éste ocurrió y que ahora forman parte de diferentes aprendizajes vitales.

Desde la nostalgia, melancolía o alivio que representa el final de una jornada o período temporal, en el cual, lo mismo que un ciclo escolar, debemos autoevaluar todas las acciones y actividades realizadas y, fruto de ello, asignarnos un referente de qué elementos debemos reforzar, continuar o de plano modificar.

Hasta hacer una pausa para rescatar todo lo valioso que vivenciamos y aumentarlo oficialmente a nuestro bagaje; recordar y agradecer a todas las personas presentes o quienes ya se encuentran en otro plano, pero que colaboraron en nuestra formación y ofrecieron una parte de lo que ahora somos.

Realmente esta pausa, como ejercicio de reconocimiento, es tan sencillo como simplemente cerrar los ojos y comenzar a correr toda la película de la cual fuimos el actor principal y vislumbrar uno a uno los personajes, lugares, situaciones, sensaciones y en general todos los elementos que, a forma de aprendizaje, estamos atesorando y resguardando como conocimiento valioso en nuestra mente.

La pausa para voltear, ver y atesorar lo aprendido en ese lapso de tiempo, va acompañado necesariamente de la esperanza que significa el comienzo de un nuevo ciclo y la promesa de vivir diferentes experiencias y con ello, sumar distintos y valiosos aprendizajes, incluyendo aquellos fundamentados en vivencias agradables o aquellas que no lo fueron tanto, pero que permitirán irlos sumando al trayecto formativo como persona.

Resulta tan natural y cotidiano que el día antecede a la noche y que nuevamente amanecerá, que ya no somos conscientes que este ciclo es una promesa que nos ofrece la oportunidad de hacer una pausa y reconocer todo lo aprendido el día anterior y en lugar de atesorarlo, se nos escapa como líquido entre las manos.

Decía Zygmunt Bauman: “Practicar el arte de la vida, hacer de la propia vida una “obra de arte” equivale en nuestro mundo moderno líquido a permanecer en un estado de transformación permanente, a redefinirse perpetuamente transformándose (o al menos intentándolo) en alguien distinto del que se ha sido hasta ahora”

Comentarios: gibarra@uaslp.mx