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Familia y escuela Capítulo 96: ¿Para qué sirve un examen?

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Enero 26, 2022 03:00 a.m.

Padre y madre de familia, maestro y maestra de cualquier nivel educativo: en serio ¿todavía creen que un examen sirve para verificar lo que sus hijos y alumnos han aprendido?

De acuerdo con algunos historiadores, en su origen, el examen no fue usado para aprobar o reprobar a alguien; se usó para determinar qué áreas o conocimientos no se conocían y en consecuencia se aplicaban a aprenderlos.

Era un instrumento de diagnóstico o detección de elementos desconocidos y se actuaba con los resultados de manera formativa, es decir, que servía para crecer y mejorar adquiriendo nuevos conocimientos.

Resultaría muy similar la comparación con un examen de la vista o de salud general; o bien, un examen diagnóstico de las condiciones de un carro; incluso, un examen para diagnosticar las áreas de oportunidad que tiene una empresa; en todos ellos, los instrumentos aplicados no fueron para descalificarlos o reprobarlos, sino para realizar con los resultados un proceso de mejora.

Durante su trayecto histórico, este instrumento comenzó a adquirir un valor y características de selección, diferenciación, de exclusión, de ingreso o rechazo a la educación pública o a un puesto laboral; incluso, se usó para distinguir cuánto mide la inteligencia a través de las pruebas de coeficiente intelectual.

Resulta claro comprender que el resultado de un examen diferenciaba entre personas capaces y no, entre individuos con mayor y menor inteligencia, a otros aptos para una labor o un trabajo y los que definitivamente no lo podrán ejecutar, diagnosticando negativamente a priori lo que alguien pudiera llegar a cambiar, adquirir o mejorar.

En la educación, resulta ya clásica la figura del examen, sobre todo como esa herramienta que sirve como elemento definitorio entre la admisión y rechazo a un nivel educativo público, de igual manera para la aprobación de una materia o asignatura de un plan de estudios o para la acreditación de un grado académico.

La realidad de estos exámenes educativos es que han perdido, en su gran mayoría, toda la intención de que alguien aprenda o comprenda algún contenido; los sustentantes tienen claro que deben obtener un número o calificación aprobatoria como resultado de esa aplicación y, por consiguiente, se hace todo lo posible por lograrlo, incluyendo todas las acciones ilícitas conocidas más que bien de generación en generación, como son las múltiples formas de copiar; eran famosos los compañeros que tenían esta habilidad.

No estoy justificando estas acciones, simplemente explicar que, si las reglas del juego consisten en obtener un número, independientemente que entienda o no los contenidos, pues evidentemente que se hará todo lo posible por ganarlo, de la manera que sea.

De manera cómica, pero muy real, en aquel episodio de la legendaria serie del “chavo del ocho” en donde se someten a un examen extraordinario, para poder aprobar el año, todos intentan copiar las respuestas para continuar sus estudios; terminado el tiempo asignado, el profesor “Jirafales” menciona: “chilindrina… 6, chavo… 6, Kiko, a ti ni cómo ayudarte, pero… (volteando a ver a doña Florinda), 6…”; es decir, el objetivo central era la obtención de una calificación numérica.

Aún para aquellos alumnos, que decidieron no copiar, el proceso que siguieron, por lo general es el de la memorización; es decir, repetir y repetir hasta que se quedó “pegada” en la memoria a corto plazo la información, para que al día siguiente puedan “regurgitarlo” sobre un papel llamado examen; evidentemente pasado algún tiempo “lo aprendido” raramente se recuerda.

Probemos lo anterior, apliquemos el siguiente examen, por favor respóndelo de manera honesta, sin “googlear”: mencione la fecha, lugar y circunstancia en que muere el cura Hidalgo; mencione el nombre, la valencia y el número atómico del elemento 45 de la tabla periódica. 

¿Pudiste contestarlo? Es altamente probable que no; debemos estar conscientes que, en su momento, cuando cursamos esas asignaturas o se copiaron o memorizaron las respuestas, pero además entender que las personas que no pudieron contestarlo, en muchos casos, tuvieron que abandonar sus estudios.

Entonces ¿Para qué sirven los exámenes en la educación?

Desde luego que tienen partes positivas, al permitir que al menos de manera casi obligatoria, se revisen los contenidos a examinar; en algunos casos, provoca la comprensión de lo que se va a contestar; en otros, de acuerdo a la forma en que se elabore, se pregunte provocando la reflexión y sobre todo sin darle un valor de 100 %, pudieran aportar a todo el proceso educativo.

Por otro lado, impactan también de forma negativa, puesto que se han convertido en un instrumento que causa nervios, angustia y hasta terror, ante el saber que tendremos que someternos a él y aún más al estar presentándolo, provocando en algunos casos resultados no aprobatorios.

Resultan también con efectos sobre la vida de las personas, en los casos en donde se truncan los estudios, al no lograr el número aprobatorio en una sola materia y perderlo todo, hasta los sueños de ser un profesionista; psicológicamente, los efectos son graves si no se cuenta con un nivel de resiliencia adecuado, dado que se provoca desde una falta de confianza en sí mismo, baja valoración y autoestima, incluso están documentados suicidios en adolescentes por esta causa.

Entonces: Padre y madre de familia, maestro y maestra de cualquier nivel educativo: en serio ¿todavía creen que un examen sirve para verificar lo que sus hijos y alumnos han aprendido?

Comentarios: gibarra@uaslp.mx