“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido
el sencillo arte de vivir
como hermanos”.
Martin Luther King
Hoy en las grandes ciudades del mundo existe una gran frustración hacia cierta expresión de “arte” que va en detrimento de una imagen urbana armónica y de respeto al espacio público o particular en el que convivimos diariamente.
Seguramente usted que se mueve por nuestra capital del Estado ha podido ver inscripciones, leyendas o imágenes en fachadas, bardas, quizás en inmuebles enteros, en espectaculares, edificios o espacios abandonados, o cualquier lugar que guste, que son “intervenidos” por individuos o grupos “no invitados”, dejándolos en un estado lamentable que afea la imagen general de la zona en detrimento del espacio invadido.
Estas manifestaciones se conocen generalmente como grafiti, “arte callejero”, o por las mentes más abiertas, como “arte urbano”. Pero ¿cuál es su origen?
La intervención -espontánea o calculada- de paredes, espacios o mobiliario público y privado es un fenómeno mundial tan antiguo como la humanidad misma.
Ya en Pompeya y otras ciudades del Imperio Romano existieron estas manifestaciones que dejaban de manera espontánea una huella del paso por este mundo de quienes querían “inmortalizarse”.
En Washington EE. UU, en las fundaciones (ocultas al público) del monumento a Abraham Lincoln, existen inscripciones y caricaturas realizadas por algunos de los trabajadores conmemorando su realización y el momento político de la época.
El siglo XX tiene artistas como Antoni Tapies quien en los años 40 encontró inspiración en el grafiti asociándolo con la guerra; y José Antonio Fernández Muro y su esposa, la argentina Sara Grillo, con la inconformidad social, la búsqueda visual y plástica de los años 60, luego de transitar por la geometría.
Así pues, el grafiti puede considerarse como una “modalidad de pintura libre”, destacando su ilegalidad, generalmente realizada en espacios urbanos.
En su versión moderna, el concepto deriva del vocablo italiano graffito (en singular), que proviene a su vez de graffiato, que significa rayón, y a su vez proviene del griego grafein (escribir).
Por tanto ¿Grafiti?, ¿arte urbano? ¿arte callejero? Estos términos se usan indiscriminadamente para designar la intervención gráfica o pictórica de estructuras e infraestructuras urbanas públicas o particulares.
Sin embargo, cada una tiene su contexto y es diferente en su significado e intención, ideología, metodología y estilo.
Como “arte urbano”, el grafiti manifiesta su pasión por la ciudad, se relaciona con esta, y la vida de los barrios donde los artistas viven o intercambian experiencias, a veces más allá de límites geográficos y nacionales, para lo cual se solicita un permiso a la comunidad para ejecutar su arte. Hoy día es internacional.
Desde hace varios años el “grafiti” se popularizó como un fenómeno social de comunicación informal anónima.
Como lo conocemos hoy en la forma de “arte callejero”, inicia en Estados Unidos en la década de los 60 del siglo XX, posteriormente se traslada a Europa, y en nuestras ciudades latinoamericanas, particularmente en México, comienza a ser común hacia el final de la década de los 80.
Con los años, individuos o “tribus urbanas” se han ido apropiado de espacios en las ciudades, principalmente para rayar, escribir o dibujar mensajes, explícitos o simbólicos, con la finalidad de hacer públicos sus intereses político-sociales, “marcar territorio”, o simplemente, sin ninguna intención específica. Bajo esta modalidad destaca su ilegalidad, actuando sin permiso o consentimiento del dueño del espacio afectado y bajo el anonimato.
Lamentablemente, todos hemos observado pasivamente que estas “pintas” han ido en aumento, ocasionando un serio deterioro del espacio público o el bien privado, situación que viene acompañada por una sensación de abandono y anarquía social generalizada.
Dicho de otra manera, ante este fenómeno que se apropia cada vez de mayores espacios en nuestra ciudad, en el imaginario de sus habitantes se tiene la sensación de que es imparable, se va “normalizando” y lo consideramos como una agresión tolerada, pero al mismo tiempo somos conscientes que degrada la imagen y la calidad de vida en nuestra comunidad.
Desafortunadamente, y gracias a esta tolerancia y “permisividad” tanto de las autoridades, y de nosotros como sociedad, el grafiti se extiende ya a monumentos históricos y espacios públicos de gran valor cultural que son afectados y a veces dañados gravemente.
Derivado de ello, un sector cada vez más importante de la sociedad considera al grafiti como una expresión artística, al entender que es una creación del ser humano para expresar “su visión acerca del mundo”.
Esta interpretación, a mi parecer algo aventurada, por decir lo menos, complica su combate frontal por la autoridad.
Hoy en día se desconoce la existencia de una regulación específica y efectiva en el ámbito nacional o local, o alguna política pública vigente realmente articulada y efectiva, que atienda esta manifestación integralmente, que por una parte inicie y ejecute acciones dirigidas a respetar el espacio público o particular y, por otra, anime la promoción de manifestaciones artísticas en espacios adecuados para su difusión.
En conclusión, este fenómeno puede explicarse bajo la teoría de las ventanas rotas, la cual sostiene como premisa que mantener los entornos urbanos en buenas condiciones puede inducir una disminución del vandalismo y la reducción de las tasas de criminalidad, y yo añadiría, el respeto al patrimonio.
De nosotros como sociedad organizada, en colaboración activa y articulada con la autoridad, depende que emprendamos las acciones necesarias para recuperar el espacio público y particular perdido ante estas manifestaciones, fomentando el mantener una convivencia social armónica que respete y preserve el patrimonio urbano que es de todos.
jmanuelrmoreno@yahoo.es