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Hechos o verdades

Por Jorge Chessal Palau

Diciembre 09, 2024 03:00 a.m.

A

En México, la política no se vive, se interpreta. Como si de un cuadro abstracto se tratara, cada quien encuentra en los discursos y las acciones gubernamentales un significado propio, dependiendo de su perspectiva, prejuicios o intereses.

En el momento actual, los hechos parecen haberse desplazado a un segundo plano, y la discusión pública está dominada por percepciones y narrativas que construyen realidades paralelas. Este fenómeno no es nuevo, pero se agudiza conforme la polarización política se afianza y el discurso se convierte en la única herramienta de poder. De hecho, partimos de aquello que dijo Nietzsche: "No hay hechos, solo interpretaciones".

Tomemos como ejemplo el discurso presidencial. Desde el comienzo de su mandato, López dominó la narrativa política a través de un manejo hábil de las "mañaneras", un ejercicio de comunicación que utilizó para establecer las prioridades del debate público. Sin embargo, estas conferencias diarias rara vez giraban en torno a hechos concretos. En su lugar, se construyeron relatos que dividieron a la población entre "buenos" y "malos", "neoliberales" y "progresistas", "fifís" y "pueblo", "ellos" y "nosotros".

Por su parte, la oposición, fragmentada y carente de un proyecto articulado, se refugió en una narrativa igualmente emocional y simplista, describiendo al gobierno como autoritario y destructivo.

Ambos lados del espectro político funcionaron desde interpretaciones que no buscaban entender la realidad, sino confirmarla desde sus respectivos puntos de vista.

Y con Claudia Sheinbaum las cosas no son muy distintas. La política mexicana actual carece de un campo donde los hechos puedan ser discutidos sin ser filtrados por la ideología. Veamos el caso, por ejemplo, del tren maya: cada lado del debate selecciona los hechos que más le convienen: los defensores destacan los empleos generados y los supuestos beneficios para las comunidades, mientras que los críticos enfatizan los daños ambientales y los costos excesivos. La verdad, en el mejor de los casos, queda relegada a un rincón oscuro, opacada por el ruido de la confrontación.

El peligro de vivir en un mundo donde mandan las interpretaciones es que estas acaban sustituyendo a la realidad en la toma de decisiones. La política mexicana no solo se interpreta desde afuera, también se construye desde adentro bajo esa misma lógica.

La austeridad republicana, una de las banderas del gobierno, se presenta como un acto de justicia moral contra los excesos del pasado. Sin embargo, en su implementación, ha tenido consecuencias concretas: recortes presupuestales que han debilitado áreas clave como la salud y la educación. Pero esos hechos son eclipsados por la narrativa de combate a la corrupción y al despilfarro, que ha calado profundamente en una población cansada de décadas de gobiernos insensibles y abusivos. Incluyendo al de López.

La solución, en última instancia, no puede venir únicamente de los actores políticos o mediáticos; también requiere una ciudadanía crítica que se atreva a cuestionar sus propias interpretaciones. Pero, claro, en el México de los transformistas de cuarta, ¿quién necesita hechos o debates?

Basta con repetir el mantra del "pueblo bueno" y el "neoliberalismo malo" para encontrar respuestas a todo. Si algo no funciona, es culpa de los gobiernos anteriores. Si algo falla estrepitosamente, es porque "vamos bien". A ver qué hace Claudia queriendo culpar a Calderón, luego de López.

Quizás no debamos preocuparnos demasiado. Después de todo, estamos viviendo una "transformación histórica", ¿no? Lo importante no es la eficacia, la planeación o los resultados, sino el relato. Si los hospitales están colapsados, las escuelas abandonadas y la violencia fuera de control, siempre podemos consolarnos con la idea de que se están "construyendo las bases" para un México mejor. En la cuarta transformación, los hechos son un lujo que ya no nos podemos permitir.

¿Cuándo llegará ese México? Quién sabe.

@jchessal