La demencia que respiramos
¿Recuerdan aquella escena de Mad Max donde todos usaban máscaras por el aire tóxico? Bueno, resulta que el futuro distópico ya nos alcanzó, pero en vez de máscaras de cuero con picos, llevamos KN95 y en algunas ciudades tienen la posibilidad de medir la calidad del aire con apps en nuestros celulares -en SLP el Gobernador Gallardo ya nos eliminó esa posibilidad-. La diferencia es que nuestro enemigo invisible no solo amenaza nuestros pulmones - ahora va directo por nuestros cerebros.
Y no, no estoy exagerando ni cayendo en sensacionalismos apocalípticos. La ciencia, esa aguafiestas profesional que siempre nos viene con malas noticias envueltas en papel de estadística, nos ha soltado otra bomba: respirar el coctel de contaminantes que llamamos “aire urbano” podría estar cocinando a fuego lento nuestras neuronas, preparando el terreno para una epidemia de demencia que hará que las discusiones familiares sobre dónde dejamos las llaves parezcan un juego de niños.
Hace poco, un grupo de investigadores escoceses decidieron hurgar en el pasado de más de mil personas nacidas en 1936. Lo que encontraron fue perturbador: aquellos que crecieron respirando el aire más contaminado tenían más probabilidades de desarrollar demencia en su vejez.
La cosa se pone más interesante (o deprimente, dependiendo de tu nivel de optimismo) cuando miramos hacia la Ciudad de México. Hace dos décadas, algunos científicos curiosos notaron que los perros capitalinos mostraban cambios cerebrales. Estos cambios eran la primera pista de que algo siniestro estaba ocurriendo en los cerebros expuestos al smog citadino.
El doctor Otto-Emil Jutila, quien lidera estas investigaciones y probablemente sea muy popular en las fiestas con sus alegres conversaciones sobre deterioro cognitivo, lo explica con claridad meridiana: la contaminación del aire es como ese familiar político que viene de visita - sus efectos negativos duran toda la vida. Desde que estamos en el vientre materno hasta que intentamos recordar dónde estacionamos el coche en el supermercado, el aire que respiramos está jugando una partida de ajedrez con nuestras neuronas.
Y aquí viene la parte que debería hacer que nuestros políticos y empresarios se atraganten con su café matutino: esto no es solo un problema de salud individual, es una bomba de tiempo para la salud pública. Imaginen una generación entera llegando a la vejez con cerebros afectados por décadas de respirar aire contaminado. Las consecuencias económicas y sociales serían devastadoras.
Los británicos, con esa particular habilidad que tienen para hacer que las malas noticias suenen elegantes, revisaron 69 estudios en 2022 y llegaron a una conclusión que haría palidecer hasta al más optimista de los terapeutas: la contaminación del aire no sólo acelera el deterioro cognitivo, sino que prácticamente le pone un cohete en la espalda.
Pero no todo es oscuridad y pesimismo en este panorama más negro que el aire de una ciudad industrial en los años 50. Estudios en Francia, Estados Unidos y China muestran que cuando la calidad del aire mejora, los casos de demencia disminuyen. Es como si nuestros cerebros fueran plantas que florecen cuando les quitas la capa de smog que las asfixia.
La pregunta que deberíamos hacernos, mientras todavía podemos recordar cómo formular preguntas, es: ¿qué estamos esperando? ¿A que nuestros nietos nos pregunten por qué dejamos que el aire se convirtiera en una sopa tóxica que les robó la memoria? ¿O a que la demencia se vuelva tan común como los influencers en Instagram?
Las soluciones existen y no requieren tecnología alienígena ni sacrificios humanos a los dioses de la ecología. Políticas públicas efectivas, compromiso empresarial real (no ese greenwashing de pegar calcomanías de arbolitos en los productos), y una sociedad civil que exija aire limpio como derecho fundamental, no como lujo opcional.
Porque al final, la verdadera demencia no es la que nos amenaza por la contaminación, sino la de seguir actuando como si pudiéramos postergar indefinidamente la solución a este problema. Y si no hacemos algo pronto, puede que en el futuro ni siquiera recordemos por qué no lo hicimos cuando pudimos.
Delírium Trémens.- En San Luis Potosí respiramos a ciegas. El Gobierno de Ricardo Gallardo, en una muestra de indiferencia alarmante, considera insignificante informarnos sobre el aire que respiramos. La administración estatal confunde prioridades: mantener equipos sin transparentar información es como tener un detector de humo desconectado. Mientras la ciencia advierte que el aire tóxico daña nuestro cerebro, este gobierno verde parece no entender que la salud ambiental va más allá de pintar bardas de su color favorito.
@luisglozano