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La vida de los otros

Por Jorge Zepeda Patterson

Enero 05, 2025 03:00 a.m.

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En los meses por venir la vida de los otros, de aquellos que nacieron en otras tierras y pasan por la nuestra entre penurias y desgracias, habrá de convertirse en parte de la vida de nosotros. En Europa, porque el tema de la migración o la difícil integración de las comunidades de África y Medio Oriente en sus metrópolis, acabará siendo la razón o el pretexto para que unos políticos ganen y otros pierdan las elecciones. En América Latina porque lo que se decida a lo largo de este año, modificará la existencia de millones de seres humanos desesperados por encontrar una solución a la simple tarea de sobrevivir con un mínimo de dignidad.

En México por partida doble; la presión comprensible que experimentan habitantes de Tijuana, Ciudad Juárez o Matamoros, por mencionar algunos de los muchos sitios cuyos lugares públicos y servicios han sido invadidos por una población flotante atascada por tiempo indefinido. Y en términos geopolíticos y económicos la enorme presión que supone para nuestras autoridades y paisanos la amenaza de expulsión que pende sobre tantas familias.

La vida de los otros, pues, es cada vez más la vida de todos nosotros por la manera en que se entreteje con el día a día de nuestra existencia. En París, en Londres, en Berlín por no hablar de nuestro vecino del norte, el miedo a esa diversidad teñida de bronce, que se expresa en otras lenguas y profesa una religión distinta, ha modificado la relación de las fuerzas políticas. Es una migración incómoda, sin duda. Hay un temor explicable. El hambre y la desesperación no “viajan bien”. Sobre todo, cuando sus víctimas no pueden ejercer su fuerza de trabajo, el único argumento que tienen para conseguir un bocado. La miseria no tiene un rostro amable, no huele bien y con frecuencia termina en desgracia y tragedia. Comprensible que muchos en el primer mundo o el segundo, no quieran tener algo que ver con esa realidad. Sin embargo, incluso al margen de consideraciones éticas, ya es también nuestra realidad.

Para algunos países porque “cosechan” ahora lo que sembraron durante el colonialismo y la explotación de tierras a las que quedaron vinculados por una destrucción depredadora orquestada a lo largo de siglos. Creyeron que bastaba un “con permiso” para retirarse impunemente, como si sus destinos no hubieran quedado sellados para siempre. Hoy sabemos que la fortuna durante tantos años disfrutada en las metrópolis se estaba adquiriendo con las miserias futuras a pagar en sus suburbios.

Para otros países porque se asumió que la globalización a la que nos entregamos durante los últimos treinta años podía separar quirúrgicamente el tráfico de mercancías, recursos naturales y capitales del otro recurso no deseado, los seres humanos. Un mundo global para la libre circulación de todo, menos de personas. Hoy sabemos que no es así, porque ese orden neoliberal reproduce injusticias y desigualdades que no pueden ser contenidas en las fronteras.

Lo cierto es que el problema ya es de todos, y no solo de aquellos que vienen “a incordiar”, como afirman los conservadores del primer mundo, centrados en la negación o la muy conveniente convicción de que los migrantes proceden de un planeta ajeno a sus buenas vidas y que ahora vienen a contaminar. No pueden explicarse por qué las masas desesperadas no aceptan ser dosificadas en las exclusivas cuotas que exige la marcha de los pisos inferiores de la economía; los sótanos, cocinas y campos de cultivo que su propia fuerza de trabajo no está dispuesta a cubrir.

La alemana Jenny Erpenbeck, autora de la impresionante novela Kairos, que alguna vez reseñé en estás páginas, entregó un entrañable texto sobre el tema: Yo voy, tú vas, él va (Anagrama). La historia de un catedrático berlinés, viudo y recién retirado, cuya principal ocupación consiste en hacer la compra de las vituallas del día y deshojar la lenta soledad de sus jornadas, hasta que contempla una manifestación, en el parque de sus paseos habituales, de un grupo de africanos que se resiste a ser expulsado. Más por aburrimiento que por interés decide averiguar en qué consiste la desesperación de unos y la furia de la policía que los contiene. Con ello cambia su vida y, en alguna medida, espero, la de todo el que lee este texto.

“Los dos grupos de personas que se encontraban frente a frente ¿eran como las dos mitades de un universo, unidas sin remedio, pero separadas por un abismo infranqueable? La zanja que las separaba ¿era insondable y provocaba por ello violentas turbulencias? ¿Y entre qué y qué transcurría? ¿Entre lo negro y lo blanco? ¿Entre lo pobre y lo rico? ¿O entre lo extraño y lo amigo? ¿O entre aquellos cuyo padre estaba muerto y aquellos cuyo padre vivía aún? ¿O entre los de pelo ensortijado y los de pelo liso? ¿O entre los que a su comida la llamaban «fufú» y los que la llamaban «goulash»? ¿O entre los que llevaban camisetas amarillas, rojas y verdes, y los que tenían predilección por la corbata? ¿O entre los que bebían agua y los que preferían la cerveza? ¿O entre una lengua y la otra? En definitiva, ¿cuántas fronteras había en un único universo?”

El profesor decide indagar un poco en la vida de los manifestantes y se dedicará a conversar sin prisas con algunos de ellos en las siguientes semanas. Conocer lo que dejaron atrás pero que en realidad han llevado con ellos, la profundidad abismal del deseo de sobrevivir, convierten en un limbo vacuo y carente de sentido a su propia existencia.

Las frases de sus vecinos y, hasta unos días antes, también las suyas, súbitamente se hacen absurdas. “Nosotros no podemos alimentar a África entera” o “los africanos deberían solucionar sus problemas en África”.

Sabiendo lo que ahora sabe, entiende la imposibilidad de que Europa les pida eso. Richard, el profesor, se dice que su propia lista de tareas sería, por ejemplo: “Llamar al técnico para el lavavajillas estropeado, pedir hora al urólogo, mientras en la de Karon (uno de los refugiados), pondría: acabar con la corrupción, el nepotismo y el trabajo infantil en Ghana; o en la de Apolo: presentar una demanda contra la multinacional Areva (Francia), instaurar un nuevo gobierno en Níger que no se deje sobornar ni presionar por los inversores extranjeros, fundar el Estado tuareg independiente; o en la de Rashid: reconciliar a los cristianos y los musulmanes en Nigeria, convencer a Boko Haram para que depongan las armas; por último Hermes, el analfabeto de las zapatillas doradas, y Alí, el futuro enfermero, tendrían que ocuparse juntos de estas dos tareas: prohibir el suministro de armas al Chad, prohibir la extracción de petróleo en el Chad que es llevado a otros países (Estados Unidos y China).

Lo dicho, somos parte de sus problemas, y los suyos del nuestro. Habrá que recordarlo en los meses que se vienen. 

@jorgezepedap