Los muertos

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“Las pruebas de la muerte 

son estadísticas, y nadie hay 

que no corra el albur de ser 

el primer inmortal”.

Jorge Luis Borges

Desde hace un buen rato he tenido la impresión que nos estamos muriendo más que antes. Pensé que era una simple percepción, producto de que me estoy haciendo inevitablemente más viejo cada año, pero resulta que las estadísticas me dan la razón. Todos los años mueren más mexicanos. 

En 2009, según el INEGI, se registraron 564,673 defunciones en nuestro país. El número se ha elevado de manera gradual hasta alcanzar 722,611 en 2018. ¿Será porque ha aumentado la población? No, esa no es la razón. El número de muertes por cada 10 mil habitantes pasó de 50 en 2009 a 58 en 2018. 

La desigualdad prevalece en la muerte tanto como en la vida. Para empezar, los hombres nos morimos más que las mujeres. Quizá no estamos todavía en peligro de extinción, pero es claro que somos más frágiles. De los muertos de 2018, 56.4 por ciento fueron hombres y solo 43.5 por ciento mujeres. También hay una desigualdad regional. En la Ciudad de México hay 85 muertes por cada 10 mil personas y en Chihuahua 66, frente al promedio nacional de 58, mientras que en Quintana Roo son 43, en el estado de México 45 y en Baja California Sur 46. 

La desigualdad no para ahí. También los viejos nos morimos más. El 65 por ciento de los fallecidos en 2018 tenían 65 años o más. Es una inaceptable discriminación por edad por la que estoy pensando promover una denuncia ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Aunque quizá también debería considerar un cambio de residencia, por ejemplo a Quintana Roo, ya que es claro que la Ciudad de México es bastante más letal que otras entidades, o un cambio de sexo, para tener la mayor resistencia de las mujeres a la muerte. 

Jaime Sabines se lamentaba: “¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.” Yo iría más lejos y me quejaría de la molesta costumbre de morirse. ¿De verdad será tan indispensable? Yo entiendo que a veces se siente uno cansado y puede uno caer en la tentación de descansar más que una sola noche. Pero llegar al extremo de morirse resulta a todas luces un exceso. La muerte nos priva del placer de disfrutar de la compañía de otros. Es cierto que algunos velorios pueden convertirse en buenas fiestas, pero en general son bastante aburridos y, por supuesto, muy lúgubres. Los muertos son, de hecho, unos maleducados; les habla uno y no responden. Son unos estirados. 

Las cosas eran distintas en otros tiempos. Los muertos de la antigua Grecia, por ejemplo, departían amablemente y tomaban café y galletitas con Hades y Perséfone. Los mexicas eran recibidos por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, pero además tenían un desfile constante de inquietantes doncellas gracias a los sacrificios. Dante Alighieri entendió bien que puede haber muerte en vida: “No he muerto y, aun así, perdí el aliento de la vida”, pero eso no impidió que hiciera una visita turística al infierno, el purgatorio y el paraíso que describió con buena pluma en su Divina comedia. 

En estos días, cuando festejos propios e importados nos llevan a reflexionar sobre la muerte, deberíamos repensar las ventajas y desventajas de morirse. Pero hagámoslo sin olvidar las palabras de Mario Benedetti: “Después de todo, la muerte solo es un síntoma de la vida”. 

Autocensura

Dice el presidente López Obrador que los medios “deben autolimitarse” ya que “enseñaron el cobre” en la cobertura de la batalla de Culiacán del 17 de octubre. Es curioso, Morena y sus predecesores en la izquierda usaron las crecientes libertades de los medios para criticar a los gobiernos del PRI y del PAN. Hoy que están en el poder quieren la autocensura. 

Twitter: @SergioSarmiento