Los olvidados
Comienzo esta columna con una cita del libro de David Trueba, “La Tiranía sin Tiranos” que llama a la necesaria reflexión: “Cuando las mayorías consolidadas reclaman penas más largas de prisión, cuando se enfurecen porque los códigos penales no incluyen un castigo mayor para los culpables, no lo hacen como esas hordas linchadoras de otros tiempos, feas y fascistas. Hoy lo hacen siempre amparadas en la ternura por las víctimas, por los familiares de las víctimas, a los que acompañan en el sentimiento, y su dolor lo reciclan en autoritarismo y reivindicación de más dureza. La víctima es un invitado de lujo cuyo daño, que ya no podemos reparar, usamos de manera sutil para hacer frente a las amenazas, aun a costa de mayor represión, jamás de prevención y deseo de reforma del delincuente.”
Lo anterior es una gran verdad. Tanto los medios de comunicación como las redes sociales exacerban en buena medida los ánimos de la población, en ocasiones de forma excesivamente justificada, reclamando castigos mayores para conductas deleznables que, sin embargo, no necesariamente corresponden al mejor sentido de justicia y reparación.
Para estos fines existe el proceso judicial, específicamente en materia penal, para responder a ese clamor en contra de las acciones que intranquilizan, indignan y alteran a la sociedad de manera destacada; ahí está el semillero de las normas que criminalizan la afectación de bienes jurídicos de relevancia y sus consecuencias.
Sin embargo, las percepciones, las reacciones y las simpatías por las víctimas no deben alterar el equilibrio que constitucionalmente se marca como esencial en la administración de la justicia y la retribución que el Estado asigna a quien viola la ley.
El artículo 20 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en la fracción I de su apartado A señala que el proceso penal tendrá por objeto el esclarecimiento de los hechos, proteger al inocente, procurar que el culpable no quede impune y que los daños causados por el delito se reparen.
Pareciera que, por lo menos en el actual régimen transformista, se quebranta el espíritu del sistema de justicia criminal, dando trato diferenciado a sujetos que se encuentran en idéntica posición, respecto de eventos similares. Hoy podríamos traer a cuenta de manera notoria la frase en el muro del granero en la granja Manor en la novela de George Orwell “Rebelión en la Granja”, modificada por los cerdos dictadores (no se adjetiva, en la novela son, efectivamente, porcinos): “Todos somos iguales pero, unos más iguales que otros”.
Los mismos hechos son evaluados, señalados, perseguidos y anatemizados de manera diferenciada, según si la víctima es o no seguidora de la doctrina presidencial.
Así, mientras vemos como son indolentes frente a los ataques a Xóchitl Gálvez por parte del presidente y cuestionan a un ciudadano por su confrontación con una senadora afín a López, sin importar que los hechos son similares, a la luz de las leyes que regulan la violencia política de género.
En temas de delincuencia económica, se persigue a empresarios por meras suposiciones aparentemente sustentadas en supuestas pruebas obtenidas de manera ilegal, solo por ser contrarios a las ocurrencias del régimen; en cambio, se exonera a aviesos criminales que se enriquecen de manera ilegal, solo por razones de parentesco o de simpatía con el madrugador palaciego.
David Trueba tiene razón. Tras la aparente simpatía víctimas, se esconde el fantasma de la represión. Por el contrario, hay verdaderas víctimas a quienes se escatima su calidad y se les deja en el olvido.
Esto me hace pensar que López comparte con las ideas de don Carmelo, el ciego en la película “Los Olvidados” (precisamente), de Luis Buñuel, respecto de quienes no comulgamos con sus ideas: “Uno menos, así irán cayendo todos, ¡Ojalá los mataran a todos antes de nacer!”
Así la empatía presidencial.
@jchessal