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Los que mandan

Por Catón

Agosto 09, 2023 03:00 a.m.

A

“Mi esposa me engaña”. Eso le  confió de buenas a primeras un sujeto a otro en una mesa del conocido Bar Ahúnda. Dijo el otro: “Te entiendo perfectamente”. Preguntó el amigo, interesado y confortado a la vez: “¿También a ti te engaña tu mujer?”. “No -respondió el tipo-, pero hablo español, igual que tú, por eso te entiendo perfectamente”... No me lo van ustedes a creer, pero se llamaba Ignacio Homobono Serapio, y su segundo apellido era Basilio. Hablo de don Ignacio M. Altamirano, uno de los mayores próceres del liberalismo juarista. Me conmovió en la adolescencia, y me edificó -así se decía-, la lectura de su obra “La Navidad en las montañas”, en la cual exalta las virtudes del cura párroco de un pequeño pueblo al que servía con apostólica dedicación. Don Ignacio Manuel, de origen indígena, estaba profundamente orgulloso de su solar nativo, Tixtla, que pertenece en la actualidad al estado de Guerrero. Decía que ahí se hablaba el más puro náhuatl que podía oírse en cualquier lugar de México, y se refería, ufano, a la dignidad, rectitud y sentido de la libertad de sus paisanos. Lloraría de seguro don Ignacio -los hombres y mujeres del siglo XIX tenían fácil el sollozo- si pudiera ver la situación que sufre ahora Guerrero. En la casa de Evelyn Salgado podría ponerse este letrero: “Aquí vive la gobernadora, y los que mandan traen ametralladora”. La violencia criminal se ha vuelto cotidiana en ese estado, y son frecuentes ahí los asesinatos con cariz político. Por accidente llegó al cargo dicha dama, sin preparación alguna para ejercerlo, y las consecuencias de su elección casual están muy a la vista. No mentirá quien diga que Guerrero es ya un territorio en el cual el crimen organizado tiene más poder que el gobierno desorganizado. Desde luego no es la única entidad en la cual la autoridad es ejercida por la delincuencia. Otras hay en donde la pacata doctrina de “abrazos, no balazos” ha propiciado el crecimiento de los carteles de la droga y la consiguiente proliferación de la violencia. Ningún presidente de la República ha sido tan omiso en la aplicación de la ley a los criminales como el que actualmente ocupa la que antes se llamaba “máxima magistratura”, y que hoy por hoy se ve mínima ante la fuerza creciente de los criminales. Sé que comentarios como estos míos son bordoneo de mosca a los oídos del caudillo de la 4T, pero es honroso oficio éste de predicar en el desierto. Seguiré cumpliéndolo mientras me sea permitido, y entretanto volveré a leer con sentimiento “La Navidad en las montañas”, de don Ignacio Manuel Altamirano (Homobono, Serapio y Basilio)... Conocemos de sobra a Afrodisio Pitongo. Es hombre proclive a la concupiscencia de la carne. Después de múltiples instancias logró por fin que una mujer casada lo recibiera en su casa y en su lecho. Cuando se vio a solas con la tal señora, despojados ya ambos de toda vestimenta, el lúbrico individuo se precipitó sobre ella sin ponerse antes ningún dispositivo protector. Le preguntó la dama, cautelosa: “¿Practicas el sexo seguro?”. “Claro -respondió Pitongo-. ¿A qué horas llega tu marido?”... El doctor Ken Hosanna habló con el paciente que volvía en sí después de haber sido sometido a una intervención quirúrgica: “Le pido una atenta disculpa, señor. Nos dieron al equipo de cirujanos un expediente equivocado, y en vez de extirparle a usted el apéndice le hicimos una completa operación de cambio de sexo”. “¡Santo cielo! -se consternó el lacerado-. ¿Significa eso que ya no tengo pija?”. “Así es -confirmó el facultativo-. Pero no se preocupe. En adelante podrá tener todas las que quiera”. FIN.