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¿A quién siguemos?

Por Catón

Enero 31, 2024 03:00 a.m.

A

El diálogo que sigue tuvo lugar en El Ensalivadero, oscuro y soledoso sitio alejado de la ciudad al que acuden por la noche, en automóvil, las parejas de novios que no disponen de recursos para pagarse un cuarto de motel. He aquí ese diálogo. “Laurencio; abrázame, bésame, acaricia mi cuerpo”. “No”. “¿Por qué no? Aquí todas las parejas lo hacen”. “Sí, pero nosotros somos pareja de policías, Cloraldo”. (Un marido le reclamó a su esposa: “Me dicen que me estás engañando con un patrullero”. Respondió la señora: “Negativo, pareja”)... Un explorador blanco iba por lo más espeso de la jungla cuando le salió al paso un aborigen que levantó contra él su lanza. El explorador esgrimió su rifle para dispararle, pero el arma no funcionó. “¡Ya me jodí!” -profirió con aflicción. Se escuchó venida de lo alto una majestuosa voz: “Hombre de poca fe. ¿Acaso no crees en los milagros? Toma una piedra y tírasela a tu enemigo”. El explorador obedeció, y le pegó una pedrada en los éstos al salvaje, que huyó lanzando lastimeros quejidos que partían el alma. En eso aparecieron cien aborígenes que rodearon al explorador y levantaron contra él sus lanzas. Se escuchó venida de lo alto una majestuosa voz: “¡Uta! ¡Se me hace que ahora sí ya te jodiste!”... El huerto de duraznos parece una estampa japonesa. Las flores color de rosa de los árboles ponen su nota sobre el azul del cielo, y con eso las flores son más de color rosa, y el cielo más azul. Pero esa noche cae la helada. Las flores mueren, y con ellas la esperanza del aterciopelado fruto con redondeces y dulzuras de mujer. Yo, necio de mí, siento rabia. Don Abundio, el viejo cuidador del huerto, me pone en mi lugar; él, que siempre está en el suyo: “Y a ver, licenciado: ¿a quién siguemos?”. Eso quiere decir: ¿a quién demandamos? ¿A quién le reclamamos? Lo mismo me dijo cuando pasó la riada del Gilberto. El turbión se llevó la mitad del predio antes nombrado La Carrera, al cual la gente llama ahora El Trotecito, así quedó de reducido. “Y a ver, licenciado: ¿a quién siguemos?”. AMLO, a fuer de peje (“hombre sagaz, astuto”, significa en español castizo esa palabra), puso el Tren Maya y el Aeropuerto Felipe Ángeles en manos -y botas- del Ejército. Esa acción va más allá de asegurarse el apoyo de las fuerzas armadas para lo que pueda ofrecerse. Su propósito es también evitar que los ciudadanos tengamos acceso a los estados financieros de esas empresas de viabilidad dudosa, cuyas pérdidas o bancarrotas jamás podremos conocer -por razones de seguridad nacional, sabe usted- estando tales empresas bajo el mando de los militares. A la vista está ya el fracaso tanto del citado ferrocarril como del mencionado aeropuerto, y al paso del tiempo sus pérdidas económicas se harán mayores. Pero nadie se atreverá a pedirles cuentas no ya a los generales, sino ni siquiera a los coroneles, tenientes coroneles, mayores, capitanes primeros y segundos, tenientes, subtenientes, sargentos, cabos y soldados. Se estrellará la economía del AIFA; las finanzas del Tren Maya se descarrilarán. “Y a ver, licenciando: ¿a quién siguemos?”... Una señora de la ciudad viajó al campo, y fue invitada a comer en una finca rural. Le sirvieron el platillo típico de la región: conejo de campo con verdolagas. La visitante, deseosa de aprender, le preguntó al anfitrión: „¿Cómo se cogen los conejos?”. “Bueno -procedió a explicar el hombre-. El conejo se sube sobre la coneja y.”. “No -se azaró la señora-. Lo que quiero saber es cómo se cazan”. Replicó el granjero: “No se casan, señora. Nada más se cogen”. (Nota: Han de ser conejos de la generación actual). FIN.