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Memoria Histórica

Por Yolanda Camacho Zapata

Mayo 07, 2024 03:00 a.m.

A

Fuera de un círculo que todavía es pequeño en donde la importancia de los documentos se traduce en la materia prima de una investigación, o en el tema central de un artículo por escribir, o un libro por publicar, se tiene la concepción de que los archivos y las bibliotecas, son lugares similares a mausoleos. Nosotros sabemos que no es así, y, sin embargo, persiste todavía el asombro cuando los ojos nuevos de los visitantes entienden que los documentos que custodiamos son pieza viva y efervescente del presente.

El patrimonio documental, creo yo, puede verse desde dos niveles. El primero de ellos, es, digamos, un nivel básico, que es aquél que puede servir para que una persona investigue algo sobre el pasado. Aquí estoy hablando tanto de niños y niñas de primaria, que encuentran un documento escaneado, disponible en internet que servirá para una tarea de Historia, hasta estudiantes de posgrado o investigadores e investigadoras que va por la publicación de un onceavo libro. En ambos casos, el patrimonio documental cumple una función primaria que se agota en sí misma cuando esta tarea es entregada y se obtiene una calificación, o cuando se envía finalmente el artículo para buscar ser publicado. 

Sin embargo, el patrimonio documental   tiene una segunda dimensión que proviene no de la inmediatez, sino de la necesidad de   construir de una narrativa en común, una que aglutine a todos y todas a pesar de las posturas encontradas o   de ideologías diversas. Esa narrativa tiene como fin último entendernos, danos sentido como sociedad, como cuerpo grupal y es cimiento no en otra cosa, sino de la Memoria Histórica. 

Definiciones hay muchas, pero Marie Clare Lavabre afirma que “La Memoria Histórica es el proceso por el cual los conflictos y los intereses del presente operan desde la Historia”, y añade que, a la Historia, nos la vamos apropiando. En este proceso hay (con intención o sin ella) una manipulación de los hechos que se aderezan a la conveniencia de las circunstancias del presente con intencionalidad, es decir, buscando un fin que servirá a grupos específicos. No se trata de hablar de fines conspiracionistas, sino de esa tendencia ¿natural? por adueñarse de procesos históricos en los que nadie sale del todo invicto. Bien puede ser el apropiador un individuo, una iglesia, un grupo social. Cualquiera. 

Sin embargo, la Historia no hace concesiones y eventualmente encuentra la manera de mostrar su independencia. ¿Cómo? A través de los documentos. Ellos ponen las cosas en su lugar: someten a las circunstancias a los pesos y contrapesos, identifican la agenda (o agendas) públicas del momento, discriminan protagonistas de actores secundarios, se sacuden de mitos para dejar los puros hechos.

Así hoy podemos especular lo que sea, interpretar como nos venga en gana, pero al final siempre habrá un documento para desmentirnos o para atestiguar que lo que dijimos era cierto. Esa es la belleza de los archivos, la belleza de Memoria Histórica.