Merecido homenaje

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La estudiante de Medicina le contó a una amiga: “Presenté examen de Anatomía ante tres maestros. Me tocaron los órganos sexuales”. “¡Canallas! -se indignó la amiga-. ¡Denúncialos en #Me Too!”... Don Añilio, maduro caballero, comentaba con admiración: “¡Qué sabia es la naturaleza! A mí se me acabó el vigor sexual, y al mismo tiempo a mi esposa se le desaparecieron aquellos dolores de cabeza que le daban todas las noches”... Naufragó el barco. Un hombre y una mujer jóvenes llegaron a una isla desierta. Aunque no se conocían, muy pronto las forzadas circunstancias hicieron que se conocieron bien, y como resultado de ese conocimiento al paso de los años tuvieron siete hijos. Sucedió que un día pasó por ahí un navío que los llevó a seguro puerto. Al descender del barco el hombre le dijo a la mujer: “Fue un gusto haberla conocido, señora.  Deseo para usted y sus encantadores hijos la mejor de las suertes, y ojalá algún día la vida me depare la grata oportunidad de volver a saludarla”. (Nota de la redacción, Aunque nuestro amable colaborador no lo dice pensamos que ese individuo merece el calificativo de cabrón y lo declaramos persona non grata)... A los 15 años de edad yo podía decir el significado de palabras como “batracomiomaquia”, “triscaidecafobia” y “Parabellum” pero ignoraba qué querían decir los nombres “Xochimilco”, “Tlaxcala” o “Mazatlán”. Y es que en el bachillerato me enseñaron etimologías griegas y latinas en los excelentes textos de don Agustín Mateos, pero nadie pensó que como mexicanos debíamos conocer nuestras lenguas aborígenes, el náhuatl principalmente, que tantas riquezas y tantas hermosuras guardan. Por eso es justo y merecido el homenaje que la Nación rindió a don Miguel León-Portilla, quien dedicó su vida al estudio y exaltación de lo nuestro y nos hizo volver la mirada a lo que somos por razón de lo que fueron nuestros antepasados indígenas. No se ha remediado plenamente, creo, esa falla en nuestra educación. Incluir en los planes y programas de estudio de las escuelas el conocimiento de las lenguas y culturas prehispánicas nos ayudaría a superar los visos de discriminación que laten aún en el fondo de nuestro ser de mexicanos que nos resistimos a ser plenamente mexicanos, a reconocer nuestros orígenes. Ése sería el mejor homenaje que podríamos rendir a la memoria del insigne autor de “Visión de los vencidos”, vencidos ayer, vencidos todavía hoy... Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. Cierto día su novia le comunicó: “Voy a tener un hijo. Debemos casarnos”. Opuso el tal Capronio: “Un hijo no es razón para casarse”. “¡Desgraciado! -estalló la mujer -. ¡Nosotros ya tenemos cinco!”... La abuela le aconsejó a su nieta en edad de merecer: “Búscate un hombre que te convenga, hija”. “Lo haré, abuelita -respondió la muchacha-. Pero antes me divertiré con hombres que no me convengan”... Un individuo llegó a la consulta del doctor Duerf, célebre analista. Llevaba una rana en la cabeza. “Ayúdeme, doctor -le pidió con voz ronca-. No sé qué extraño animal me salió allá abajo de entre las ancas”... Dulciflor le dijo a Clarabel: “Vayamos a aquella playa solitaria. Ahí podremos nadar desnudas y no nos verá nadie”. Replicó Clarabel: “¿Qué caso tiene nadar desnudas si nadie nos verá?”... El recién casado llegó a su casa en hora desusada y sorprendió a su flamante mujercita en estrecho abrazo de indiscutible contenido erótico con un individuo alto, rubio y que vestía ropas clericales. Antes de que el sorprendido esposo pudiera articular palabra habló su esposa: “Ni me digas nada, Astifino. Antes de casarnos yo te dije que tenía un pastor alemán”.FIN.