Mirador
En el fogón de la cocina del Potrero hierve el té de yerbanís. Huele a montaña, huele a bosque, huele a vida.
Don Abundio cuenta una de sus cosas.
-Tenía yo muchos años de no confesarme, pero se iba a casar la hija, y mi mujer me dijo que debíamos comulgar en la misa de la boda, pues los compadres eran muy católicos y de seguro comulgarían. Para eso debía yo confesarme. Le dije al padre que ya ni me acordaba cómo. Él me fue diciendo los mandamientos: “¿Has robado?”. “No”. “¿Has matado?”. “No”. “¿Has levantado falsos testimonios?”. “No”. Cuando llegó a eso de: “¿Has deseado a la mujer de tu prójimo?” le contesté: “Sí. Pero a mi prójimo nunca lo he deseado. Vaya una cosa por la otra”. El padre se rio y me dio la absolutización.
Masculla doña Rosa, su mujer:
-Viejo hablador.
Don Abundio hace el signo de la cruz con índice y pulgar, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.
¡Hasta mañana!...