Mirador
La mula del convento era obstinada,
Hacía desesperar a los pobres frailes; los volvía locos con su
terquedad.
Ellos la necesitaban para las labores del huerto, pero con frecuencia la acémila se negaba a trabajar.
Cierto día el padre prior le pidió a San Virila:
-Hermano: obre usted un milagro que haga que la mula cumpla su labor.
San Virila no hizo ningún milagro. Llenó a la tozuda bestia de maldiciones, de improperios tan enormes como jamás se habían oído en el claustro.
Los frailes quedaron espantados al escuchar semejantes badomías, pero inmediatamente la mula se puso a trabajar. San Virila dijo a sus hermanos:
-No hay que gastar los milagros cuando se puede usar otro recurso.
Esa noche San Virila le pidió perdón al Señor por los dicterios que había dicho.
-No te preocupes -le dijo el Padre al frailecito-. Yo mismo siento a veces la tentación de hablarle a cierta gente como le hablaste tú a la mula. Los dos estamos perdonados.
¡Hasta mañana!...