Mirador
Me niego a renunciar a la esperanza.
No me lo digas, ya lo sé: esa frase es melodramática, declamatoria. Pero qué quieres. En tiempos de mi primera juventud fui actor, y las tablas me dieron ese tono. Me parezco a aquel orador de mi ciudad que en “Las coquetas”, famosa fonda saltillera, le pedía con acento magnílocuo al mesero:
-Tráigame usted un menudo.
Y luego, alzando los brazos en ademán grandioso, añadía
rimbombante:
-¡Con pata!
Tiempos difíciles vive ahora México, y hay quienes sentimos temor de los que vienen. La Historia, sin embargo, esa maestra cuyas lecciones no aprendemos, nos enseña que nuestro país ha conocido otros vientos y otras tempestades, y de esas tormentas ha salido siempre con bien y para ser mejor.
Hoy termina una etapa de la vida nacional. Mañana empieza otra. No perdamos la esperanza en nuestra patria, y menos aún -eso es inconcebible- el amor que hemos de sentir por ella. Mantengamos vivo el orgullo de ser mexicanos, y luchemos por el bien de México, nuestro común hogar, nuestro común destino.
(También esta última frase es melodramática y declamatoria).
¡Hasta mañana!...
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