Picaporte
Mientras esperaba a recoger el pedido en cierta cocina económica, vi a un padre entretenía a una niña que no rebasaba los cuatro años de edad. Ellos, al igual que yo, esperaban su comida. El papá tenía a la chiquita sobre sus piernas y le leía una versión muy bien ilustrada de Los Tres Cochinitos.
Me cayó en gracia que el hombre cumplía con honores su papel de narrador: entonaba a la perfección y hasta voces hacía dependiendo el personaje que hablara. La niña estaba inmersa en el relato y puso cara de sufrimiento cuando el lobo sopló y destruyó la casa de paja de uno de los cochinitos. Al finalizar con un “colorín, colorado, este cuento se ha acabado”, la pequeña volteó con su papá y dijo: “-Creo que los cochinitos fueron muy flojos. Acabaron rápido, pero ni les duró la casa.-” El padre sonrió con cierto dejo de orgullo y estaba por hablar cuando la dueña de la cocina se acercó a él con su pedido. Había escuchado, al igual que yo, la narración del cuento y saludó con naturalidad al dúo. Claramente se notaba que eran clientes frecuentes. “-¿Te gustó el cuento?-“ “-Sí, es de mis favoritos.- “ “-¿Y qué parte te gusta más?-“ “- La parte donde sopla y sopla el lobo, pero no se cae la casa de ladrillo-“ “-Muy bien. Aquí tienes tus enfrijoladas con pollo-“ “-¿Las preparaste como cochinito grande?-“ La mujer hizo cara de no saber qué responder: “-Así, como con trabajo de a deveras, para que me gusten mucho-“ “-Ah, pues claro. Puse los frijoles a cocer desde temprano, cuando estuvieron listos, les puse un poquito de manteca, no mucha, luego les puse ajo y mi ingrediente secreto. El pollo igual, vas a ver que te sabe bien rico todo.-“ La chiquita sonrió con satisfacción y remató: “-¡Qué bueno, porque no me gustan los frijoles de sobre! Cuando sea grande, voy a cocinar como tú.-“ Padre e hija se despidieron y salieron del local, pedido en mano. Creo que jamás había visto un delantal tan inflado de orgullo como el de esa mujer, que por unos momentos pasó de ser dueña de un pequeño negocio, a ejemplo de trabajo de una pequeña.
Dice Joseph Campbell que las historias tienen por lo menos dos funciones: la primera se percibe en la infancia. Un cuento bien contado, una historia bien leída, nos acerca a la vida en este mundo, nos hace parte de la humanidad, nos encuentra un lugar dentro del inexplorado espacio fuera del seno familiar. Un cuento es una brújula que indica hacia dónde están los principios de la comunidad en la que nacimos y nos señala cuáles son los parámetros de conducta mínima esperada para llevar la fiesta en paz. Un cuento es el arca de la alianza que salvaguarda valores, que revela el pacto que hacemos para vivir los unos con los otros; algo así como decir “¿Vives aquí? Esto es en lo que creemos, esta es la forma en que vivimos, esto estos son los valores que fomentamos, a esto aspiramos.”
Al ver a aquellas mujeres, una ya con el camino a medio recorrer a y la otra apenas inciándolo, recordé a Campbell y le concedí la razón. Los cuentos no son nada más historias fantasiosas, son picaportes al mundo.
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