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Pisar la luna

Por Yolanda Camacho Zapata

Abril 16, 2024 03:00 a.m.

A

A estas alturas todos sabemos que los eclipses son fenómenos naturales perfectamente explicables e incluso predecibles. Sin embargo, no dejan de tener un halo extraordinario que bien puede confundirse con magia.   Naturalmente la semana pasada, aunque todos sabíamos que la luna obscurecería el sol, no dejaba de haber cierta expectativa en el ambiente que hicieron del lunes un día distinto. A mí, por ejemplo, me pareció que amaneció especialmente luminoso. Francamente, respiré aliviada pensando que ahora sí podríamos ver el fenómeno, no como años atrás, que se nubló por completo para mi gran decepción.  

Durante el día pude ver cosas que generalmente no pasan: un par de señoras, ya entradas en edad, caminaban por la calle con la cabeza demasiado gacha, aunque todavía ni siquiera comenzaba el eclipse. Luego, se pararon y se persignaron tres veces, así, como pidiendo protección.  Después vi a una pareja como de mi rodada. Ellos, ya acercándose la hora de mayor plenitud, elevaron ambos brazos al cielo, alzaron la cabeza con los ojos cerrados y abrieron las palmas de las manos. Se quedaron así algunos minutos. Supongo que estaban tomando energía o algo. Un hombre indigente, de esos que no andan en sus cabales y al cual veo frecuentemente, traía puestos unos lentes obscuros ya muy gastados y cantaba a todo volumen “La gata bajo la lluvia”. Nunca lo había escuchado cantar y ¡vieran que no lo hace tan mal!  

A la mera hora del eclipse salimos a ver en el suelo la sombra de los árboles. El lugar en donde estaba conserva una docena de cítricos antiguos que siempre regalan una delicia de paisaje, sobrio y elegante. Esta vez, los árboles se llenaron de lunas, o más bien, sus sombras. Independientemente de que el fenómeno tiene una perfecta explicación (que es que las hojas de la vegetación hacen efecto de cámara estenopeica), cientos de lunas brillantes podían distinguirse en el suelo. Caminábamos sobre la luna. 

Cuando ocurra el siguiente eclipse si todavía vivo, tendré más de setenta años. Tengo por cierto (por lo menos hasta ahora) que no me voy a persignar, ni elevaré los brazos al cielo y bueno, depende el humor, pero lo que veo más posible es que  cante “La gata bajo la lluvia”. Sin embargo, creo que, al igual que esta vez, me asombraré por el paso del tiempo, aquél que me hacía pensar el 2024 estaba lejanísimo y que andar a tres escalones de los cincuenta era una cosa francamente grosera.  Ahora veo que en realidad no era para tanto y que lo único que espero, es poder seguir aquí para pisar la luna.