Presidenta
Pocas veces puede afirmarse, sin temor a caer en errores, que es un día histórico: hoy es un día histórico. En unas horas, México tendrá por primera vez una presidenta.
He pensado desde hace unos días cómo abordar esta columna. Sabía que el hecho de que este martes, día que usualmente publico, cayera en primero de octubre, me otorgaba la certeza de no tener que elegir tema, pero sí la manera de abordarlo.
Pensé, en primera instancia, en hacer un recuento de todas aquellas mujeres que han tenido su parte de participación en la historia de México, comenzando con la Malinche, pasando por doña Josefa y Tomasa Estévez, tocando a Adelita -y lo que representa-, Dolores Jiménez y Muro, Aurora Jiménez, Griselda Álvarez, Matilde Cabrera Ipiña y seguirme de corrido, sin dejar de lado a todas aquella mujeres activistas que fueron abriendo espacio para lograr la participación política de las mujeres mexicanas.
Pensé también abordar el tema desde la óptica mundial, haciendo un arqueo de aquellas mujeres que han sido primeras mandatarias de sus respectivos países, desde Eva Perón pasando por Margaret Thatcher, Indira Gandhi, Golda Meir, Michelle Bachelet, Angela Merker, Jacinda Ardern o cualquiera del minoritario grupo de 26 mujeres que actualmente están al mando del poder ejecutivo de sus países.
Sin embargo, ha resultado difícil alejarme. Partiendo desde todas ellas, me ha resultado inevitable deslindarme y aislar el tema para tratarlo desde la lejanía. Llevo 26 años dedicada al servicio público. Opté desde joven por vivir la política desde el balcón de los técnicos, para lo cual ha sido crucial la brújula de la academia. No he estado nunca afiliada a ningún partido político, pero ya he trabajado para gobiernos de todos los colores. Eso me ha acarreado ciertos niveles de soledad. No tengo grupo que me arrope, pero sí tengo en cambio, afectos desde diversas ideologías. No he cumplido cincuenta años todavía, pero ya no soy joven. He sido titular de organizaciones públicas tres ocasiones. Ya no sigo el canto de las sirenas.
He trabajado en ambientes tremendamente masculinizados. Cuento en mis clases esto que me ocurrió hace años: estando ya como cabeza en una de esas instituciones, me encontraba con dos titulares de otras instancias. El tema era delicado y había que consensar una opción viable para el estado. La frustración era tal que uno de ellos comenzó a decir improperios consecuencia de no encontrar una salida viable. Esta persona, usualmente mesurado, me volteó a ver apenado y se disculpó por los adjetivos calificativos de alto impacto que acababa de proferir, como si yo nunca hubiese escuchado una maldición. En eso, el tercero en discordia, antes de que yo pudiese responder nada, volteó con el que había soltado su frustración y le dijo: “-Nombre, no te apures, Yolanda es bato.-“ En ese momento, yo no supe si sentirme ofendida o halagada. Por un lado, claramente no soy bato: soy una mujer con carácter fuerte. Por otro lado, me estaba otorgando el reconocimiento como miembro honorífico del selecto club de hombres en política.
Después de eso, tuve un trabajo donde éramos únicamente 32 personas con el mismo cargo a nivel nacional. De esas, en cierto momento, solo tres fuimos mujeres. Los demás tenían como común denominador, además de ser hombres, ser mayores de 60 años y con antecedentes laborales muy específicos en los campos de seguridad. Como podrán imaginarse, no estuvo fácil.
Podría contar muchas veces donde, de primera mano, he sentido el recelo de colegas debido a mi condición de mujer. Ha habido condescendencia y comentarios del estilo “usted es muy pasional” “¿y qué opina su esposo?”, “seguro se dedica a esto porque no tiene hijos”, “muy bien hecho, para ser mujer”, amén de haber escuchado comentarios sobre mi aspecto físico que sé que no se hacen a mis colegas hombres.
Por eso, en ciertos momentos no pensé que en mi periodo de vida fuese a ver una presidenta de México. El ambiente ciertamente ha cambiado, los temas han avanzado, la equidad y la paridad por razones de género han rendido triunfos. Me pareció importantísimo que, desde hace meses, no hubo otra opción: México tendría de una manera u otra, una mujer al frente del poder ejecutivo y desde mi lugar como mujer, como servidora pública, como académica, como historiadora y como politóloga no puedo mas que entender que llegar a este momento es resultado de un proceso largo, complejo y que de ninguna manera concluye en la toma de protesta.
La presidenta tomará las riendas de un país politizado, dividido, herido en muchos frentes. Su liderazgo será constantemente cuestionado pensando que ella no será mas que la sombra del presidente anterior a ella. Es una mujer evidentemente preparada. Sólo uno de sus antecesores ha ostentado el mayor grado académico que se otorga por méritos propios. Cuenta con experiencia de décadas en el servicio público. Ha transitado las arenas políticas y las administrativas. Con gran parte de los nombramientos que hasta ahora ha realizado, ha conjugado perfiles políticos con otros técnicos. No suena mal. Y pese a eso, será inevitable que cuestionen cómo se viste, si le salen arrugas, si ya le notan las canas, si engordó o enflacó… porque sí, ha habido avances, pero el machismo no está erradicado y comienza demeritando el aspecto de una política, sin importar qué haga, qué diga.
Hoy es un día histórico. Por la presidenta y por todas nosotras, deseo que mostremos todos estar a la altura de este país. Las críticas serán inevitables, pero espero que cuando las realicemos, sean basadas en el desempeño de la mandataria, no en el hecho de ser mujer. Deseo por todas nosotras, que este sexenio sea digno de todas, que tengamos realmente, el gobierno que merecemos.