Puertitas de ornato
Hace algunos años, ya bastantes, al salir rumbo a León, Guadalajara, Ojuelos, Lagos de Moreno, o incluso Villa de Arista, había que hacerlo por la prolongación de la Diagonal Sur convertida, después de la gasolinera González Dávalos, en carretera a Guadalajara; habrá quienes digan que años atrás esta comenzaba en lo que después fue Manuel Nava, pero mi memoria no llega a tanto, estoy recordando los primeros años de la década de 1980.
En esa dirección sobre la carretera, poco después de la avenida Himalaya y del lado izquierdo, comenzaron a construir una serie de casitas de no más de cuatro metros de frente, con cierta similitud a las de interés social “cajón A”, aunque a diferencia de éstas que se edificaban en zonas populares, aquellas estaban en Lomas y en su exterior se encontraban estacionados enormes Gran Marquis o Crown Victoria, vehículos que evidentemente costaban más que las casas.
No es difícil imaginar el estado que ambos guardaban en los bancos, ni la situación económica de los propietarios, lo importante era vivir ya en aquellas latitudes y salir de los vergonzantes entornos de colonias viejas, aunque no hubiera para muebles y los electrodomésticos en su mayor parte fueran de fayuca.
Al margen de no tener con que llenar este espacio, lo escribo no sólo porque lo recuerdo sino porque encuentro cierta similitud con lo que acontece en estos días en el entorno potosino, y no me refiero precisamente a la cuestión carretera, inmobiliaria o al parque vehicular, sino a la situación que conforme transcurren los días parece incrementar.
Mientras el estado enfrenta problemas complejos el gobernador piensa en embellecer los accesos dando ideas y presupuesto ilimitado a su pretendida vocación de diseñador, confrontada en todo momento con los parámetros básicos de la estética. Para Ricardo Gallardo lo grande y vistoso, aunque no necesario, se equipara lo indispensable, al grado de suponer que hay quienes vivirán mejor gracias a la materialización de sus ocurrencias.
No es malo, desde luego, dar importancia mediante obras de ornato a los accesos de cualquier pueblo, cabecera municipal o ciudad, lo cuestionable son los costos que alcanzan las obras de embellecimiento mientras otras áreas del mismo entorno, o en general del estado, están prácticamente en el abandono. Redes de drenaje y abastecimiento de agua, pavimento de las calles, alumbrado, o seguridad, por mencionar algunas de las muchas carencias que enfrenta San Luis Potosí.
Otro debate lo abrió la demolición del arco de acceso a Ciudad Valles, donde más allá de afirmar que no hacía falta un nuevo acceso, dejando de lado el tema de las identidades regionales y locales, conviene preguntar si no habrá necesidades mayores a tener una voluminosa puerta de entrada o salida, en una zona geográfica donde la inseguridad y la pobreza son dos de los principales problemas que la afectan.
Todo este asunto de los enormes y llamativos accesos seguramente deriva de algún complejo almacenado en el subconsciente de Gallardo; quizá no se trate de estatura, ni de los años de carencia en la infancia, sino de que un grupo de sindicalizados insumisos no permiten que se aprecie la belleza del acceso de palacio de gobierno, o será que nunca imaginó, después de entrar al penal aquel en el que estuvo hospedado, volver a ver sus puertas. Si de patologías se trata, el gobernador haría feliz a cualquier psiquiatra.
Pensar en realizar obras faraónicas en la Alameda, cuando a poco de allí hay una zona de transferencia de camiones urbanos, que se encuentra más abandonada que cualquier ciudad de Ucrania, o un puente que convertido en un espantoso embudo es el único acceso que se tiene al centro, viniendo del oriente de la ciudad, es definitivamente una cuestión de obcecación y ceguera, sobre todo cuando se afirma que después de su remodelación (no antes) se “garantizará la seguridad pública de esta zona de la ciudad al igual de como se hace en todo el territorio potosino”; digo, ¿qué se hace en todo el territorio potosino?
Es fácil llegar a esas alturas (me refiero a las del poder), y suponer la importancia y el orden a como se desea, y no es otra cosa que lo que en alguna ocasión le delimitó el ingeniero Martínez Corbalá a Manuel Mondragón y Kaalb: “qué fácil es percibir la seguridad cuando se vive rodeado de escoltas y vehículos blindados.”
Quizá por eso, en la búsqueda de resultados que aquí no le pueden ofrecer, es que el gobernador decidió traer a su lado, como su principal operador, al ahora delegado nacional del partido del Trabajo, Héctor Serrano. Seguro tratará que alguien le ponga la casa en orden, dado que los de casa no pueden, o no conocen el orden.
Seguro con este agregado, cónsul de la legión extranjera, logrará llevar a buen término el plazo que, aparentemente con carácter de impostergable, fijó frente a las autoridades de Salud federales, de poner en funcionamiento idóneo el Hospital Central, o devolverlo para su control al estado. Mientras no se le ocurra hacerle también una monumental entrada (al hospital, no a Serrano).
Como sea, esperamos que ahora que viene su titiritero, y con un poco más de mundo, le sugiera que no es conveniente que se la pase mandando hacer, abrir y cerrar puertas, no sea que en una de ésas acabe como Alicia en el jardín de los Ascot.
Gracias por la lectura, no olvide que inicia mañana el horario de verano.
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