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Qué aprendimos

Por Marco Iván Vargas Cuéllar

Junio 09, 2022 03:00 a.m.

A

Con la celebración de elecciones en seis entidades de la república el pasado domingo 5 de junio, no se han hecho esperar las numerosas lecturas e interpretaciones sobre los saldos y los resultados en clave partidista. Es decir, aquellas que se orientan en identificar quién gana y quién pierde en cuáles territorios. Las que consideran que las elecciones de gubernatura en un estado en un año tendrán relación con las elecciones de gubernatura en otros estados para el próximo año. Las que se entusiasman en mostrar que México es un territorio que se disputa y reparte entre grupos y colores como si se trataran de propiedades o patrimonios partidistas. No, la población, ni sus territorios ni sus riquezas son patrimonio de ningún partido o fuerza política. Ningún estado, municipio o territorio se “pinta” de un color u otro. Como un llano cálculo aritmético es comprensible; como argumento de dominación política, inadmisible.

Otra cosa es que, así como existe una diferencia clara y evidente entre hacer campaña y gobernar, de la misma forma sería bueno entender que la victoria política no es el fin en sí mismo, sino un comienzo de algo bastante más amplio -y relevante- que tiene que ver con gobernar -¡o ser oposición!-. No se trata de reducirse a saber quién gano, sino preguntarse qué ocurrió después de que ganó. Soy de la idea de que lo segundo le es más útil a la ciudadanía.

Dejando a un lado la lectura el recuento de los saldos, en este texto quiero poner a su consideración cuatro lecciones que hemos aprendido de la celebración de estas elecciones. Todas en clave de sistema electoral: por aquello del debate informado sobre la reforma.

Primero. Nuestro sistema de gobernanza electoral que es responsable de organizar las elecciones (me refiero a las normas e instituciones locales y federales) demostró su capacidad de gestionar la contingencia y la incertidumbre en favor de la ciudadanía a la que se debe. Cinco días antes de la celebración de la elección en Oaxaca, esa entidad sufrió el impacto de un huracán que costó vidas humanas, dañó economías, comunidades, instalaciones e infraestructura. Eso no impidió que pudiera realizarse la elección con la instalación de la gran mayoría de las casillas en el extenso y complejo territorio del estado, ni que se dejaran de cumplir los estrictos estándares internacionales de integridad de las elecciones. Algo similar durante los últimos dos años en pandemia. Gestionar la contingencia significa entender que no podemos controlar las condiciones cambiantes -y a veces caóticas- del contexto. Gestionar la incertidumbre tiene que ver con disminuir los posibles conflictos que se derivan de una contienda donde las personas necesitan saber quién ganó. Cada vez se comprende mejor el ejercicio estadístico del conteo rápido que resultó -nuevamente- ser coincidente con los datos arrojados por los PREP y seguramente con los cómputos oficiales. Hoy es cada vez más común disminuir la incertidumbre de la noche del domingo de la jornada. Y esa es una magnífica noticia.

Segundo. El porcentaje de participación es importante, pero no es “tan” importante. Permítame explicar. El proceso electoral local ordinario en estas seis entidades federativas no fue concurrente. Esto quiere decir que esas elecciones no coincidieron con las de presidencia de la república, diputaciones o escaños en el Senado. Existe alguna observación estadística que insinúa que cuando hay concurrencia, más personas salen a votar. Pero el caso de la elección de este año demuestra que no existen hipótesis únicas para explicar el porcentaje de participación. En Oaxaca y Quintana Roo se tuvieron los menores porcentajes de participación: menores al 40%. Hay quien sugiere que esto se relaciona con las lluvias en Quintana Roo o los daños en Oaxaca. Pero resultaría temerario afirmar eso como causa contundente. Le tengo un dato: en estos dos estados la ventaja entre el primer y el segundo lugar fue mayor, y el porcentaje de participación ciudadana fue el más bajo de todo el país. Y de manera similar, el Estado de Tamaulipas tuvo el mayor porcentaje de participación -superior al 52%- y también el menor margen de ventaja entre el primer y el segundo lugar. Esto sugeriría que no es la concurrencia ni el clima, sino la expectativa pública de la competitividad de la contienda. ¿Por qué digo que el porcentaje de participación no es “tan” importante? Porque carecemos de explicaciones claras e incontrovertibles que nos permitan obtener conclusiones consistentes.

Tercero. “No news is Good news”, frase que podría ser traducida como “no noticias son buenas noticias”. Esta expresión pudo tener su origen en 1616 cuando, según se dice, el rey James I de Inglaterra dijo que es mejor no tener noticias a recibir malas noticias. En ese sentido quisiera destacar que en el contexto de la contienda y la construcción de la narrativa que afirma que los fraudes electorales en México existen, no hemos tenido noticia de irregularidades ominosas que demuestren la corrupción de las elecciones y la incompetencia de sus árbitros. No hay señales de ello. 

Cuarto. Las elecciones fueron locales. El contexto de Oaxaca es muy distinto al de Aguascalientes y éste, a su vez, al de Tamaulipas, Hidalgo o Durango. La realización de estas elecciones demuestra la funcionalidad de nuestro sistema electoral. Sostengo respetuosamente que quien afirma que la nacionalización de la organización de las elecciones locales es necesaria, debe demostrar que lo que hoy existe no funciona. Es federalismo puro y duro. Sin rasgaduras ideológicas. 

Y un dato final. Por primera vez en la historia, México tendrá nueve gobernadoras en el cargo. Y esa también es una magnífica noticia. 

Twitter. @marcoivanvargas