Se hace pato el ganso

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Que no se haga pato el ganso. Todas las trápalas, engañifas, añagazas, fullerías, chicanas, artimañas y tropelías que se están haciendo en Baja California le serán cargadas a su cuenta. Resulta imposible pensar que el tal Bonilla, su cuate y paniaguado, esté actuando por la suya al urdir y llevar a cabo ese atentado, el peor que se ha cometido en nuestros tiempos contra la ley, la democracia y la República. A las claras se ve que Bonilla procede no sólo con conocimiento de López Obrador, sino también con su consentimiento. Si la autoridad electoral o los órganos superiores de justicia no echan por tierra la burda e ilegal maniobra del morenista -hablo de Bonilla- habrá que perder toda esperanza en cuanto al futuro de nuestro país… «¿Por qué te estás desvistiendo en presencia de ese hombre?». Tal pregunta le hizo don Cornulio a su mujer cuando la sorprendió en situación irregular con un sujeto. “Te equivocas totalmente -adujo ella-. No me estoy desvistiendo. Me estoy vistiendo”… El doctor Ken Hosanna le dijo a su paciente: “Le tengo dos noticias, una mala y otra peor. Tiene usted tisis galopante. Y en el caso de esa enfermedad mis honorarios son por yarda”... Comentó Babalucas: “No me explico por qué Diosito no les puso a los zancudos una lucecita igual a la de los cocuyos o luciérnagas. Si tuvieran con qué alumbrarse no andarían en la noche picando a lo pendejo”... Himenia Camafría, célibe madura, se mostró decepcionada al ver el Gran Cañón del Colorado. Le dijo a su amiguita Celiberia: “Vine hasta aquí porque pensé que el Colorado era un hombre pelirrojo”... Doña Macalota entró sin avisar en la oficina de su esposo don Chinguetas. Cuál no sería su sorpresa -inédita expresión- cuando vio que el señor tenía sentada en el regazo a su linda secretaria. Antes de que la encrespada cónyuge pudiera articular palabra le dijo don Chinguetas: “No pienses otra cosa. El negocio va tan mal que estoy tomando un curso de ventriloquía”… Naufragó un barco. Tres sobrevivientes, dos mujeres en flor de edad y un hombre también joven, fueron a dar a una isla desierta, que a su llegada dejó de serlo. Bien pronto la naturaleza impuso sus dictados, y ambas chicas entraron en relación carnal con el muchacho. A fin de evitar celos o rencillas las mujeres elaboraron lo que en inglés se llama schedule y en español programa: a una de ellas el varón le haría el amor los lunes, miércoles y viernes, a la otra los martes, jueves y sábados. Los domingos el galán descansaría. A las pocas semanas de ese arreglo el pobre tipo andaba ya exhausto y agotado. Las ojeras le llegaban hasta la cintura, traía la mirada desvaída, vacilante el paso y tembloroso el pulso. La cosa se explica: no era de Saltillo. El varón que bebe las miríficas aguas de esa hermosa ciudad puede hacer frente a un compromiso así, y aun a otros mayores, sin que su integridad y fortaleza se vean disminuidas ni siquiera un ápice. El caso es que el hombre del relato estaba ya al borde de la extenuación por las continuas demandas amorosas de las insaciables féminas, que no daban reposo a su libido a costa de la salud del infeliz. Éste no oía de sus compañeras otras palabras que no fueran: “¡Otra vez!”, “¡Más aprisa!” y “¡Dale dale!”. Cierto día los náufragos vieron que una canoa se acercaba. En ella venía un hombre joven como ellos. “¡Estoy salvado! -pensó lleno de alegría el muchacho-. Me dividiré el trabajo con el compañero”. Pisó la playa el recién llegado e hizo caso omiso de las mujeres. Fue derechito al hombre y le dijo con melifluo acento: “Hola, guapo”.  “¡Chin! -exclamó lleno de aflicción el lacerado-. ¡Se jodieron los domingos!”. FIN.