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Dado que los planetas en la Vía Láctea  similares al nuestro se cuentan por miles de millones, es de llamar la atención que un artículo publicado esta semana en la revista “The Astrophysical Journal” concluya que solamente 36 de ellos albergan una civilización inteligente que sería capaz de comunicarse a través del espacio interestelar. El artículo fue publicado por Tom Westby y Christopher Concelice de la Universidad de Nottingham en el Reino Unido. 

Para ser más precisos, Westby y Concelice establecen un rango entre  4 y 211 para el número de planetas que en nuestra galaxia albergan vida inteligente con la suficiente capacidad tecnológica para hacer notar su presencia a través del espacio. Dado que aun 211 es un número minúsculo en comparación con los miles de millones de planetas existentes en nuestra galaxia con las condiciones adecuadas para el desarrollo de la vida, se concluiría que el desarrollo de la vida inteligente es un fenómeno más bien raro, lo que explicaría que no haya podido ser detectada a pesar de las campañas que para este propósito se han montado a lo largo del último medio siglo.  

El artículo de Westby y Concelice, sin embargo, ha provocado a bote pronto reacciones negativas en diversos artículos publicados en Internet. Esto no es de sorprender dado que para calcular el número de mundos habitados por seres inteligentes se requiere de informaciones básicas de las que no se dispone. La más importante, por supuesto es la prueba de la existencia de al menos una civilización aparte de la nuestra. Así, sin bien Westby y Concelice basan parcialmente sus resultados en datos objetivos sobre la velocidad de formación de estrellas en la Vía Láctea y en la detección de exoplanetas similares a la Tierra, por necesidad tuvieron que hacer suposiciones sobre otros aspectos desconocidos y en este sentido su trabajo en buena medida es especulativo.

De este modo, y en virtud de que el único caso probado de desarrollo de vida inteligente en la Vía Láctea es justamente el que se ha dado en nuestro planeta, Westby y Concelice asumieron que el proceso que se dio en la Tierra es universal y que el mismo ha ocurrido en otras partes de la Vía Láctea. Asumieron también que, dadas las condiciones adecuadas, el desarrollo de la vida inteligente es inevitable. Así, como un fenómeno universal, la vida inteligente se habría desarrollado en todos aquellos planetas con las mismas condiciones de la Tierra, en un intervalo de tiempo entre los 4.5 y 5.5 miles de millones de años a partir  de su formación. Esto es, por supuesto, una especulación, con la que algunos no están de acuerdo.

Una segunda suposición, también controvertida, es la relativa al intervalo de tiempo que una civilización ha gozado de la capacidad de comunicarse a través del espacio interestelar -como sabemos, nuestra civilización ha tenido esta capacidad solamente a lo largo de los últimos cien años-. Westby y Concelice asumen que una vez llegado a un cierto grado de desarrollo tecnológico de comunicación, las civilizaciones desarrollan también una capacidad de autodestrucción que eventualmente las llevan a desaparecer. En el caso de nuestra civilización, el fantasma de la autodestrucción gira alrededor de las armas atómicas y el calentamiento global. Westby y Concelice fijan en cien años el tiempo promedio que una civilización extraterrestre goza de la capacidad de comunicación interestelar antes de su autodestrucción.

El corto tiempo de vida de cien años asumido por los investigadores para una civilización tecnológica los llevan a calcular el número reducido de 36 civilizaciones extraterrestres en la Vía Láctea con capacidad de hacernos saber de su presencia. Treinta y seis civilizaciones son, ciertamente, muy pocas para el tamaño de nuestra galaxia, que tiene un diámetro de unos 100,000 años luz –un año luz es la distancia que recorre la luz en un año-. En estas condiciones, la civilización inteligente más cercana a la Tierra estaría a unos 17,000 años luz, lo que, según Westby y Concelice, haría imposible que pudiéramos establecer comunicación con nuestros actuales medios tecnológicos. Así, carecen de sentido los esfuerzos que se hacen para escudriñar el espacio en busca de señales de civilizaciones extraterrestres. 

A menos que eventualmente se lograra detectar un mensaje proveniente de un  planeta similar al nuestro circulando alrededor de una estrella lejana. En cuyo caso habría que tirar al bote de la basura las suposiciones de Westby y Concelice.