Sueños caros
Este país está lleno de soñadores. Somos el país de los imposibles. Nadie mejor que un mexicano para plantearse objetivos descabellados llenos de un irracional, pero emotivo optimismo. Lo que nos falta en planeación, nos sobra en ánimos. Quizá en eso radica la supervivencia nacional, porque si por medios racionales fuera, este país ya hubiese sido declarada tierra tan infactible como la Atlántida. Ya me imagino a los científicos: “-¿Existió México?”- “-Por supuesto que no, una tierra con propósitos tan absurdos jamás hubiera podido sobrevivir. Deja de pensar tarugadas y continúa haciéndole la autopsia al alien, que ya huele feo-.”
Quizá usted, lectora, lector querido, tiene claro el momento cuando se dio cuenta que estaba dejando atrás la inocencia. Tal vez fue en esos doce minutos de plática en donde le confirmaron que efectivamente Santa Claus no existía. O al menos no en la forma de ese ser fantástico que mágicamente hace aparecer juguetes el día de navidad. Sin embargo, a lo mejor no queda tan claro el momento en que se dio cuenta que el optimismo de la juventud estaban comenzando a ser cosa del pasado. Quizá algo tenga que ver con el instante en que cayó en la cuenta que esas ilusiones que había tenido desde la secundaria costaban dinero. Ese viaje a Islandia nadie lo regalaría y tendría que juntar primero de fregado, unos ocho mil dólares; o que ese restaurante que pensaba poner para no tener nunca jefe, necesitaba antes un millón de pesos, bajita la mano.
En realidad, ser adulto apesta. Pero apesta más ser niño o niña. Acá, por lo menos, cada quien está en control de sus propias tarugadas, cuando en la infancia, las babosadas las cometemos generalmente los adultos, pero son los chavillos quienes las cargan. Aun así, es duro enfrentar la mundana realidad: los sueños cuestan y no me refiero al esfuerzo que uno ponga en ellos, sino que al final se topan con la asquerosa y generalmente raquítica cuenta de banco. Así se mueren las utopías. No tanto por que se deje de creer en ellas, sino porque hasta lo más noble lleva aparejado lana de por medio. Y sin embargo, ahí seguimos, apostando por lo ilógico, eso sí, con un montón de ánimo.
Presa de un genético optimismo nacional hemos ido forjando la patria. Viene a mente, por ejemplo, el caso de Francisco I. Madero, quien con un espíritu apostólico, creyó que la nación se levantaría a golpe de ideales contra un gobierno que sacrificaba los más esenciales derechos. En teoría, la indignación y el deseo de justicia sería suficiente para que el pueblo se levantara como un solo hombre contra la dictadura de Díaz; y, sin embargo, el 20 de noviembre de 1910 decir que el levantamiento estuvo desangelado es hablar benévolamente. Aquello casi se da al traste a las primeras de cambio. El propio Madero ya andaba rajándose y huyendo hacia Cuba, si no es porque la mecha de la revolución prendió en Chihuahua, ralita y todo, pero prendió y eso infundió ánimos.
Madero para entonces, aunque era adinerado, había ya gastado en la revolución una sustantiva parte de su patrimonio para financiar periódicos, comprar armas, pagar a subordinados… su sueño de libertad estaba dejándolo poco a poco en la quiebra.
Bien documentado está que la familia Madero (su padre, abuelo y hermanas, hermanos y en especial su hermano Gustavo) estuvieron sufragando el sueño del futuro presidente con cantidades considerables. Las revoluciones cuestan billetes y no poquitos. Por eso, una vez que Díaz renunció y se nombró el gobierno provisional de Francisco León de la Barra, uno de los primeros actos fue pedir autorización al Congreso para disponer de seis millones de pesos para solventar los gastos de licenciamiento de las tropas revolucionarias y pagar las deudas del movimiento. Entre estas, por ejemplo, la que se tenía con Gustavo Madero, quien fungió de agente financiero de la Revolución y solicitó a la Secretaría de Gobernación el pago de trescientos diecinueve mil dólares, mismos que había gastado en ayudar a su hermano. El reembolso fue aprobado por el Congreso, que conforme al Tratado de Ciudad Juárez, autorizó la suma basados en la cláusula que establecía la indemnización de daños causados por la lucha. El primer hermano de la nación recibió su dinero y aunque el futuro presidente nunca reclamó lo que él mismo había gastado de su fortuna personal, la mediada fue criticada ante la opinión pública. Y es que ni entonces ni ahora estamos acostumbrados a que las ideologías cuesten.
Sería muy útil que al mismo tiempo que nos enseñan a soñar, nos enseñaran también a calcular, presupuestar y usar Excell, porque esto de soñar de a gratis, nomás no funciona en la vida real.
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