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Temporada de teatro

Por Yolanda Camacho Zapata

Abril 27, 2021 03:00 a.m.

A

En realidad, todos somos un poco farsantes, aunque Shakespeare lo escribió más elegantemente en Como Gustéis: “Todo el mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres son meros actores;  tienen sus salidas y sus entradas; y una persona puede representar muchos papeles.” 

Si tal cosa es cierta (y me inclino a creer que sí) nos encontramos por lo menos con dos problemas. El primero es que no a todo mundo se le da la actuación. Vaya, que habrá algunos que ni aun dedicando todo su esfuerzo serán histriones creíbles, sencillamente porque no ponen ni un ápice de convicción. Piensan en el público, dicen lo que la audiencia quiere escuchar y quizá hasta tengan poses y detalles les ganen dos o tres aplausos ingenuos; pero  siempre dejarán ese sabor amargo en la boca, ese dura comparativa entre los pasillos de teatro de aquellos que murmurarán “Meryl Streep lo hubiera hecho mejor.” Stanislavsky no andaba tan errado: los actores deben de creer el papel que representan; no limitarse a interpretar lo que creen que el público quiere ver.  

El segundo problema es el escenario. Imaginemos, por ejemplo, un plató solitario. Podemos observar el piso. Es duela de madera que ha visto mejores épocas, pero que resistiéndose al paso del tiempo, todavía conserva cierto esplendor. Sobre el piso vemos una silla del tradicional modelo con respaldo en forma de “x”. Se distingue que es antigua, dado que a simple vista se reconoce madera fina que se antoja pesada. Una solitaria luz posicionada justo arriba de la silla ilumina el mueble y crea a su alrededor un diámetro de no mas de dos metros, íntimo y confiable. Sin embargo, fuera de éste, existe un espacio obscuro en donde puede ser que exista algo más. Da la impresión de no haber un solo ser vivo, pero no podemos estar seguros. ¿Qué sugiere ese escenario? Lo que cada quien interprete. Para algunos, será el preámbulo de un monólogo profundo. Para otros, el inicio de una obra que parte de la mudanza de una casa familiar en donde el último objeto a recoger es justamente esa silla casi olvidada. Para otros, la silla será más bien el primer objeto del desembarco del inicio de la vida de un matrimonio joven y el mueble, una reliquia familiar. La escenografía será la misma, la interpretación no.  

En La Presentación del Yo en la Vida Cotidiana, Erving Goffman , padre de la microsociología, afirma que la realidad no es tal, sino que es: “la representacio´n de esa realidad; y las cosas, las situaciones y la gente no son so´lo tales entes, sino tambie´n los signos y si´mbolos de si´ mismos.” Somos entonces meras interpretaciones, o como diría Emerson, somos símbolos y habitamos símbolos. Actores, si queremos verlo en términos tratrales y, por lo tanto, un poco farsantes. 

Cada actuación tiene una intención que quizá no esté muy alejada de aquella enseñanza maquiavélica donde se persigue controlar la conducta de los otros y hacer que se comporten para  lograr un fin que tal vez nada tenga que ver con lo que ellos originalmente querían. Sin embargo, no hay que menospreciar al público, porque éstos a su vez, también actúan, tienen sus propias motivaciones, sus propias agendas y sus propios fines. Habrá gente que sea medio ilusa, pero les aseguro que nadie es completamente tonto, ni completamente ciego, ni completamente sordo; ni mucho menos todo el tiempo. Que a ratos se decida actuar como tal, es otro asunto. 

Toda puesta en escena es en cierta medida una exposición en común de emociones e intereses. A unos les interesa despertar sentimientos, generar intereses; mientras otros lo que buscan es sentir  cualquier cosa, u obtener algo. El error, es subestimar a cualquiera de las partes, porque uno puede perfectamente actuar de tarugo sin serlo, o hacerse pasar por listo nada más con dos neuronas que medio funcionen. 

Vale la pena, lectora, lector querido, recordar esto en época de entrega de los Óscares. O en elecciones, lo que le sea más útil.