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En particular, la vestimenta de origen mesoamericano tiene un significado que va más allá de la comprensión en el mundo contemporáneo. En el caso de los pueblos de la Huasteca potosina, las mujeres comparten una especie de sobre blusa con ciertas similitudes pero que guarda considerables diferencias de acuerdo a la región. Comúnmente conocido con el nombre genérico de quechquemitl (palabra náhuatl que viene de quechtli, cuello y quemitl, vestido), los indígenas teenek lo denominan en su lengua como dhayemlaab que significa simplemente vestido.
Además de resaltar su proceso de manufactura, a esta clase de chal, se le suma una carga cosmológica que comienza con su forma romboidal y se remata con el bordado que contiene, lo que hace para el dhayemlaab que la línea entre arte y artesanía sea tan delgada como el hilo.
La diferencia entre ambos conceptos es un tanto difusa, durante la Revolución Industrial (mediados del siglo XVIII y principios del siglo XIX) se vieron modificados todos los aspectos de la vida cotidiana que se conocían hasta el momento; la transformación tecnológica, económica y social comenzó con la producción de productos en serie que tenían como fin la comercialización, desplazando aquellos artículos producidos artesanalmente, que eran elaborados por grupos que transmitían el conocimiento de maestros a aprendices. Por lo que todo aquello que no es fabricado de manera industrial se considera dentro del arte o la artesanía.
Generalmente, al emplear estos dos términos referimos el arte lo que tenga que ver con escultura, pintura, arquitectura, etc., y a la artesanía remitimos todo lo demás, sin haber una clara diferenciación entre uno y otro, tomamos en cuenta la función de una pieza para hacer una catalogación. Bajo esta óptica, parecería que la contemplación es el fin último de una obra artística mientras que la artesanía tiene una finalidad práctica.
La antropóloga mexicana Marta Turok señala que la tendencia actual que considera a las artesanías dentro del campo del arte favorece al autor de dicha obra, tanto así que, en el museo se señala en la cédula al maestro artesano que la elaboró. Aunque en el mundo artístico la pieza por sí sola debería superar a su autor, en la práctica sabemos que muchas veces no es así, pues la firma de un reconocido artista impresa en una obra carente de propuesta o técnica le atribuye cierta valía. Turok advierte que “desde la perspectiva antropológica va primero el objeto” y enfatiza que si existe o no un autor es secundario pues la artesanía se debe a su proceso, y cuando se señala a algunas personas como sobresalientes, digamos en el tejido o el bordado, se deja en segundo plano la base colectiva de la creación, mientas en el arte, las piezas resultan ser el soporte de la exploración individual de su creador.
En el caso del dhayemlaab, éste cumple un doble propósito, utilitario y estético. Portado por las mujeres del pueblo teenek en ceremonias tradicionales realizadas a la Madre Tierra (Miim T´sa baal), la historiadora del arte Claudia Rocha Valverde afirma que es “Una vestimenta de origen prehispánico es en sí misma un sistema de comunicación visual colectivo que tiene sus propias reglas de confección”, por lo tanto, la artesanía textil puede ser considerada una manifestación concreta que representa simbólicamente la identidad del pueblo que lo elabora.
La manufactura de un producto artesanal resulta de la conservación de procesos ancestrales para la elaboración de objetos que pasan de generación en generación como sucede con la elaboración de textiles. En el caso del dhayemlaab, antiguamente implicaba la siembra de algodón, hilar el hilo y tejerlo en telar de cintura para obtener los lienzos que en la actualidad se adquieren de telas industrializadas. Sin embargo, la confección se mantiene igual que en la época prehispánica, consiste en dos rectángulos del mismo tamaño cosidos sin encimarse de manera perpendicular y doblados por la mitad por lo que los picos de la prenda caen al frente y atrás en forma de triángulos, de manera que en la parte superior puede introducirse la cabeza por el orificio que queda.
Entonces ¿existe arte en el trabajo artesanal o es la técnica la que se puede considerar un arte? El artesano cumple una labor muy valiosa, funge como salvaguarda del conocimiento de una técnica aprendida de sus antepasados, conoce los materiales y crea piezas que se relacionan con la vida desde la cotidianidad, el individuo se relaciona con su realidad a través de ese objeto, por lo que el arte se encuentra en ambos, los artesanos y sus técnicas.
En este punto cabe reflexionar cómo ha cambiado la realidad de los pueblos indígenas debido a los procesos de urbanización e industrialización actuales en los que un campesino, por ejemplo, cambia su vestimenta tradicional por la de obrero. El investigador Pablo Escalante Gonzalbo manifiesta cómo la violencia y el narcotráfico en zonas indígenas también son factores que han cambiado radicalmente la realidad de estos pueblos, pero afirma que, ante esa pérdida de usos comunitarios, “vale la pena estudiar y conocer lo que existe y es posible entender” pues ese conocimiento ya no se perderá.
Un factor común en casi todas las comunidades es el encarecimiento de la materia prima, particularmente, para la elaboración del dhayemlaab. Las mujeres sembraban en su parcela el algodón, que una vez cosechado se procedía a limpiar y suavizar antes de iniciar el hilado con huso y malacate, hilo que posteriormente serviría en el también conocido como “telar de otate”, de donde se obtenían los lienzos de forma rectangular que eran utilizados sin corte alguno de ahí la forma característica de la prenda. Este proceso podía tomar meses, por lo que la adquisición de telas comerciales se ha vuelto más viable, así como el uso de estambre, hilo cristal o hilaza de origen sintético para el bordado, atractivo por sus colores brillantes. Por su parte, la investigadora y diseñadora gráfica Tatiana Méndez Bernaldez también ha denunciado la discriminación social como una causa de la pérdida de iconografía textil. El rechazo a los grupos étnicos los obliga paulatinamente a que adopten costumbres citadinas y dejen de lado sus tradiciones, acaso porque un vestido tradicional indígena no tiene cabida en el mundo contemporáneo.
Considerando estas prácticas en relación al tema del artículo, el uso o intercambio de materiales en la elaboración del dhayemlaab no disminuye en ninguna medida su valor, por el contrario, debe ser tomado como signo de lucha y resistencia contra el olvido, pues su fin último es expresar la identidad indígena. En el campo del arte, algunas concepciones priman la idea de la pieza sobre su ejecución, es decir, que el mismo proceso y su conceptualización pueden tener más importancia incluso que el objeto terminado pues se apuesta por una contemplación reflexiva más que por una experiencia estética inmediata, por tanto, el intercambio de materiales no influye en su consideración como arte o artesanía.
Investigaciones como las de Tatiana Méndez o Claudia Rocha, tienen como objeto de estudio la producción textil de los pueblos indígenas, desarrollan una metodología que ayuda a decodificar los símbolos contenidos en los textiles y conocer la narrativa que encierran. Respecto a la iconografía del dhayemlaab, Rocha Valverde toma como referencia un ciclo vital como puede ser la siembra y cosecha, para deducir que las vestimentas femeninas de tradición mesoamericana pueden ser: “metáfora del mundo en su dualidad de principio y fin”, en su trabajo Tejer el universo, señala cómo el cosmos se proyecta en un vestido de manera que todos sus elementos se encuentran interconectados y tienen sentido respecto a los otros, especialmente en el usado de manera tradicional por las mujeres del pueblo teenek.
El uso del color en el dhayemlaab tiene significados culturales. El bordado suele ser naranja, rojo, rosa y verde, lo mismo para los flequillos o palath huits. La línea diagonal que une a los rectángulos de tela se borda de una franja colorida que se denomina belil an thiplab o el camino de Dhipaak (Dios del maíz). Siguiendo la tradición teenek se distribuyen en el lienzo tres bordados esenciales, el Maamlaabo o símbolo de Dios, el wajudh, una especie de árbol de la vida y el Miim T´sa baal que representa la Madre Tierra.
Se resalta la figura del “árbol de la vida” pues es compartida por los pueblos indígenas de la zona Huasteca, y consta de una planta estilizada, geométrica que emerge de una especie de florero, de donde el tallo central se ramifica para rematar en flores, a este símbolo suelen añadirse otros elementos sin que su significado como axis mundi (eje del mundo) haya cambiado, el árbol simboliza la unión entre el cielo y la tierra. Otra interpretación de este vistoso bordado apunta a El Paya, culto a la fertilidad asociado con la luna, que se representaba como un “un cantarillo hecho de diversas plumas de colores, de cuya boca salen flores…”
En este sentido, se puede decir que el arte se encarga de crear símbolos que concuerdan ya sea con otra cosa representativa de la realidad o de un mundo inmaterial. Por su parte, los bordados del dhayemlaab coinciden en dicha función, pues existe una correlación precisa entre la expresión y el contenido de la figura plasmada en la prenda. Habrá quién afirme que el verdadero arte es el sistema de símbolos que conforman el lenguaje codificado de los teenek pero si reflexionamos en que son precisamente las mujeres las que portan ese texto en su vestido, es porque así reafirman su calidad de creadoras de vida, o como Rocha Valverde sugiere, aquellas que usan el dhamleyaab son una metáfora del centro del universo, símbolo de fertilidad, personificación de la Gran Madre o Pulik Miim Tsabaal. Acto que sublima una realidad, que trasciende y que, por consiguiente, se relaciona con lo artístico.
La tradición textil indígena forma parte del patrimonio cultural mexicano, la particular forma de concebir su realidad se refleja sin dudas en la singular forma de vestir. En especial, el dhamleyaab se puede considerar una manifestación que mantiene viva la cosmovisión del pueblo teenek. A pesar de las coincidencias de la mítica prenda con el mundo del arte, en su calidad de artesanía el proceso de elaboración de la prenda resguarda saberes invaluables de hombres y mujeres, la iconografía plasmada en ellos representa su relación con el mundo. Otorgar al trabajo artesanal el título de arte no lo dignifica, los especialistas coinciden que el concepto de artesanía es ya una condición de dignificación, corresponde a la sociedad enaltecer al artesano y reconocer su noble labor pues las múltiples expresiones culturales equivalen a la riqueza de una nación.
(*) Pedro Mendiola es maestro en Historia del Arte y titular de Vinculación y Servicios Sociales de la Caja Real