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Aldeización urbana (segunda parte)

Por Jorge Chessal Palau

Julio 26, 2021 03:00 a.m.

La semana pasada hablamos un poco de la aldeización urbana, el proceso mediante el cual los fraccionamientos privados se transforman en comunidades cerradas con atributos y costumbres propias, desdibujando la ciudadanía como un factor integrador en la sociedad, a partir de la generación de brechas que se acentúan por la atomización urbana.

Hoy nos ocuparemos del cómo funcionan estas aldeas en su interacción con la ciudad, con el resto del mundo fuera de las murallas.

En este espacio, el dos de marzo de dos mil veinte publiqué una columna titulada “De portones eléctricos y otras distancias” en la que, entre otras cosas, escribí: “Por la mañana, al salir rumbo al trabajo o a dejar a los hijos a la escuela, había que abrir la cochera y luego, ya fuera el vehículo, bajar a cerrarla para tomar camino rumbo a nuestro destino. Estas pequeñas y breves acciones nos permitían saludar a quienes realizaban la misma actividad, barrían la acera, despedían a familiares, recogían el periódico o andaban por la calle. Todo esto era posible por el hecho de que las puertas de las cocheras eran manuales. Con la aparición de los portones eléctricos, ya no es necesario seguir la otrora diaria rutina; hoy, con un botón, las puertas se abren, sale el vehículo y, cerradas a la distancia, de manera automática, el coche parte, sin que nadie haya interactuado con nadie, fuera de él”.

En las nuevas aldeas se regresa a esa convivencia vecinal de la que lamentamos la ausencia. A cambio de la seguridad que dan los amurallamientos, se han eliminado en el interior las cercas y los portones. Ese simple ritual del saludo vecinal existe de manera más extendida dentro de estos conglomerados habitacionales que en las calles de amplia circulación, en las que nadie controla entrada o salida.

Esto genera un más estrecho vínculo comunitario que, finalmente, se hace valer frente a los “extraños”, los que usan de salvoconducto para franquear las casetas de vigilancia.

Así, si un vehículo que no resulta conocido permanece más de lo razonable establecido en un mismo lugar o una persona no identificada como habitual anda por sus calles, se disparan las alertas y empieza el intercambio de mensajes y llamadas en los siempre existentes chats que se emplean en las diversas aplicaciones de comunicación inmediata, dando cuenta al resto de la inquietud por ese quebrantamiento de la normalidad en la aldea.

Son severos con los “extranjeros” y magnánimos con sus vecinos; lo que se perdona fácilmente entre los cohabitantes de la comunidad se endurece para quienes van de fuera. Es una actitud que se extiende a considerar como mejores a los aldeanos con los que se comparte la vida que a los de otro asentamiento.

Esto no es gratuito, pues la inseguridad es lo que ha llevado a popularizar este tipo de desarrollos en las ciudades, de manera de que, a partir de la auto vigilancia vecinal, se sustituye la acción pública preventiva y la autoridad se deslinda alegremente de atender lo que es una de sus obligaciones esenciales.

Además, generalmente y por necesidades de proyecto, la nuevas aldeas urbanas no tienen vecinos de contacto directo fuera de sus linderos, pues sus accesos generalmente se ubican en vías de circulación amplias y cuyas aceras, por lo menos del lado de nuestro objeto de interés, solo presentan muros y alambradas. Por esta causa, generalmente estas avenidas o calles son de índole preferentemente comercial, de manera que se rigen por horarios de tal naturaleza y con poca o nula circulación peatonal a deshoras.

De la aldea se sale en vehículo o, si bien andando hasta la entrada, de ahí se toma transporte público que lleva al destino en algún otro punto de la mancha urbana. Por eso, la comunicación con otros ciudadanos se focaliza en cuanto sitios específicos o de concurrencia necesaria, como establecimientos comerciales o educativos, por citar algunos.

Podemos apreciar un sentimiento de pertenencia y de limitación de trato con “extraños” que pulveriza la convivencia integral de los aldeanos con el resto de la ciudad, categorizando al resto de asentamientos y evaluándolos en función de sus propias experiencias cotidianas.

La semana próxima concluiremos esta serie, tratando lo relativo a las cuasialdeas.

@jchessal