Alterados

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Una minoría radical anda desatada los fines de semana, exigiendo la salida del presidente Obrador de manera anticipada, así nada más, por sus huecos de razonar objetivamente y sin aspavientos. Están en su derecho, por supuesto, de ejercer su libertad de expresión y lo hacen hasta con excesos, pero se duelen de padecer una presunta dictadura de gobierno. Piden que no se polarice al país, pero el resentimiento que se percibe en sus manifestaciones contradice cualquier buen deseo. Uno de sus promotores más visibles en el plano nacional, de apellido Lozano, se ha dado vuelo denostando, agresivamente, en las redes sociales digitales, no sólo al presidente de México sino, también, a colaboradores de su círculo cercano.

Uno de sus ejes discursivos descansa en el etiquetado de “izquierdistas trasnochados”, “socialistas del pasado”, o algún otro que se les ocurra, a quienes consideran como sus enemigos, más que como adversarios ideológicos y/o políticos. Lógicamente, no atinan a definir lo que se entendería por ese tipo de adjetivaciones que reducen a consignas y, mucho menos, a ponderar históricamente su impacto en contextos de tiempo y lugar variados. El punto es que, según eso, ellos son los “buenos” y los otros son los “malos”, los demonios que hay que exorcizar agraviando, más todavía, a una mayoría social que no comulga con sus desplantes autoritarios, diciendo más de sí mismos que de sus cuestionados.         

Para muestra de lo anterior, basta con un video como botón que anda circulando en redes, donde Lozano se desgañita profiriendo pestes de manera grosera y alterada, al punto que él mismo se llama a la calma, para luego continuar la perorata en contra de AMLO y hasta de la tía Tatiana, así, nomás porque le da la gana. Evidentemente, los desfiguros del personaje terminan por mostrar de cuerpo entero su talante: autoritario y fascista redomado. Pero el problema no es solo la forma en que se expresa un movimiento que se resiste al cambio, sino el fondo que subyace a esa forma y que, parafraseando a un clásico, dizque resistiendo… termina apoyando. Detrás del personaje y su movimiento: damnificados por la lucha contra la corrupción y el “agandalle”.

Aquí está la clave de la prisa que acelera los movimientos de esa minoría radical opositora y conservadora: impedir que les llegue la lumbre a los aparejos, como luego se dice. Metidos en cintura sus patrocinadores, después de hacer grandes negocios privados con el patrimonio de todos los mexicanos, así como llamados a cuentas por los excesos cometidos en el ejercicio de sus (en)cargos públicos, personeros de distintos poderes fácticos quisieran que ya se fuera AMLO de la presidencia de México, sin esperar el procedimiento de la revocación de mandato al que el propio primer mandatario se ha ofrecido someter con espíritu democrático. Con el pretexto de que todo es un experimento para ensayar la reelección en 2024, prefieren golpear, duro y blando, en la peregrina idea de que toda la población les hará caso.

Ciertamente, la situación no es fácil, sobre todo con la crisis de salud pública y económica que ha exacerbado la pandemia por la que pasamos, pero tampoco se ha deshecho el país entre las manos. En calidad de mientras, lo que más apura a quienes se han lanzado en contra de AMLO, reivindicando privilegios del pasado, es que el destino los alcance y exhiba el grado de cinismo, corrupción y abuso con el que tanto daño han causado entre la población, sobre todo a esa mayoría social empobrecida que a estos inconformes con el cambio les provoca resentimiento y animadversión, como si se tratara de seres extraños. Igualdad social, pues, que les causa escozor, rencor social acumulado, rabia por haber encontrado la horma de su zapato.