Camellones
Una de las acepciones de ‘camellar’ es ‘caminar mucho’. Camellón es ‘trozo, a veces ajardinado, que divide las dos calzadas de una avenida’. Con lo mal sincronizados que están los semáforos, la impericia de muchos conductores y lo mal planeado de muchas vueltas en u, hacer un alto en los camellones, si se puede a la sombra de un buen árbol, es la única posibilidad de cruzar una avenida para muchos peatones.
Según anunció el 14 de junio el gobernador de San Luis Potosí, Ricardo Gallardo, la transformación para volver “magna e icónica” la avenida Himno Nacional costará unos 120 millones de pesos, empezará en un mes y “se plantea una avenida igual de ancha que Chapultepec, con las mismas características, sería de concreto hidráulico y daríamos mucha fuerza a todos los comercios que fueron prácticamente aniquilados por el intento de ciclovía que se hizo”.
A la declaración del gobernador añadió datos la secretaria de Desarrollo Urbano, Isabel Vargas: los árboles del camellón central de la Himo Nacional serán “reinstalados” en el Parque Juan H. Sánchez (Morales), y la ciclovía será “reubicada” en “alguna otra vialidad que tenga la anchura adecuada, como pudiera ser la propia Salvador Nava Martínez (Diagonal Sur).
La avenida “ejemplo”, Chapultepec, es una pendiente en la que ha habido accidentes mortales, y cuyas alcantarillas se vuelven fuentes de aguas negras cuando la lluvia es de cierta intensidad. Su espacio central no sé si es camellón vacío o espacio para que los los coductores de transporte pesado maniobren.
El colega Pingo dice que ya los contó y son unos 900 árboles en los camellones de la Himno, de Morales a la avenida Juárez. Los hay de todo tipo y muchos no resistirían el “transplante”. Yo vivo muy cerca de la avenida, y a diario recorro a pie al menos parte de ella desde hace casi 45 años. Antes trunca, durante el gobierno de Carlos Jonguitud se “acompletó” gracias a las obras del Parque Tangamanga y la colindante zona náis. También en la Himno Nacional está el centro del barrio de San Juan de Guadalupe, con su jardín de un lado y el templo del otro, con su tianguis de los jueves, y sus usos y costumbres. Es casi imposible cruzar de un solo tranco la avenida, y las flores y la sombra acompañan esa pausa en el arte de ‘torear’ carros.
En otras metrópolis están reforestando camellones, incluso con árboles frutales, y aquí en el Potosí, sin tomar en cuenta a todos los sectores, quieren hacer avanzar la desertificación y el cambio climático en beneficio de unos cuantos y de su majestad el coche. Eso de que el peatón es primero nomás no se cumple. Los pasos a desnivel de Muñoz y de Carranza y el brazo “jotwils” del distribuidor demuestran que las obras magnas de vialidad suelen hacerse al vapor.
La ciclovía fue mal planeada, como casi todo, sí, pero dudo que haya estudios o un plan integral para reubicarla. También nos falta conciencia a peatones y automovilistas. Hay quienes esperan el camión enmedio de la ciclovía o los carretoneros allí van a sus anchas, pero también personas de la tercera edad que prefieren ir por ella en lugar de enfrentar lo deplorable de la acera. Igual, hay comerciantes que se apoderan de la banqueta o quienes se estacionan en esquina, sobre las ‘cebras’ o frente a la parada del urbano.
En memorica.gob.mx dice que muchos camellones se crearon en la Ciudad de México a mediados del siglo XX “para replantar árboles, arbustos, flores, y en general para proporcionar a los habitantes un lugar visualmente atractivo, así como un sitio para compartir con sus familias a pesar de ubicarse en medio de las calles que habían transformado su entorno […] para que la población se apropiara de los nuevos espacios construidos a su alrededor”.
Ya empezaron a salir los defensores del ecocidio que viene, obviamente automovilistas, que dan la bienvenida al “progreso”. Lo refutó bien el colega León García en su FB: “El progreso es un concepto ilusorio del siglo XIX, que demostró traer las más graves consecuencias. Ninguna política del siglo XXI puede basarse, con honestidad, en el progreso. (Aunque paradójicamente esto suene progresista)”.
En Segundos al alba, instantes para una memoria compartida (Colsan, 2022), libro electrónico (coordinado por Tomás Calvillo y con fotografías de Gabriel Figueroa Flores, y en el que tuve el honor de ser editor) que pronto verá la luz, se dice: “La identidad, también, la dan los árboles, emblema de la vida. Son sombra, cobijo y seguridad. Lo mismo el árbol que crece en el patio de El Rinoceronte Enamorado, el árbol frente al que Concepción Cabrera tuvo una de sus visiones, el que sirve de mástil a los voladores de Tamaletom, los que crean una sensación laberíntica en la huerta de Peotillos o hasta los pirules del llamado ‘patio de los colgados’ en la antigua penitenciaria, hoy Centro de las Artes”.
Ojalá las autoridades, sus asesores o encargados de proyectos (decir planificadores ya sería un halago) comparen lo que se hace en otros lares. Las inundaciones y el aumento de calor no son de a gratis, esa sí es herencia maldita. Ojalá que recorran a pie o en silla de ruedas la avenida Himno Nacional, que traten de cruzarla (de incógnito, sin su comitiva, si no qué chiste) en varios puntos, para que vean que los árboles y arbustos del camellón también merecen abrazarse.
Además de infraestructura, una campaña de educación vial y urbanidad no estaría mal, ya que parece haber tanto dinero para imagen.
Los de a pie también haríamos bien en ser más conscientes. Como quienes no se quitan su mochila de la espalda al subir al camión, o la ponen en el asiento de al lado aunque el camión se esté llenando. Otro ejemplo: un vecino rompió la banqueta de al lado cuando remodeló su casa, y cada vez está más rota con los llegues que le dan, hasta parece adrede. Ha de pensar: lo bueno es que es ‘su’ banqueta. Y no, es de todos. Son espacios compartidos.
Aquí nos tocó vivir, y podemos hacerlo menos pesado para los demás.
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