Ciudadanía

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La ciudadanía, eso que designa al comportamiento del buen ciudadano, del habitante activo de un Estado, es un concepto que presenta manifestaciones diversas, frágiles las más de ellas, en nuestro entorno.

Desde la mayor intervención de ciudadanos en decisiones públicas, a través de consejos consultivos, postulaciones en convocatorias abiertas a ciertos cargos públicos, hasta la tradicional y vetusta participación en procesos electorales, casi siempre discurre este concepto que nos ocupa en relación con el Poder Sin embargo, hay un aspecto de la ciudadanía que pasa por el ámbito de lo privado, en cuanto las relaciones horizontales que ocupas y preocupan a los miembros de la comunidad. 

A este último aspecto nos referiremos en posterior ocasión, porque hoy quiero detenerme en esa cuestión que atañe a la población activa y activista en relación con la autoridad, siempre dentro del ámbito del Estado y, más, dentro de un Estado Democrático sustentado en el Derecho.

En realidad, lo ciudadano es un hallazgo que, en su concepción actual, se da cuando el Tercer Estado francés, el pueblo, percibe que puede hacer más de lo que creía, al instalarse y desarrollarse los trabajos de la asamblea de los Estados Generales convocada por Luis XVI allá en las postrimerías del siglo XVIII y que sería la antesala de la Revolución que transformó al mundo, construida sobre las ideas de Voltaire, Rousseau, Montesquieu y varios más.

Esa conciencia, la asunción del valor del ciudadano y de sus capacidades, trasciende los tiempos, al igual que las preferencias por los gobiernos republicanos, por encima de las monarquías.

Sin embargo, es menester decir que, en cada Estado, en cada nación, estas ideas asumen carta de residencia y se modulan y matizan acorde los usos, costumbres y hasta perversiones que en cada lugar las informan. México, por supuesto, no es la excepción.

En nuestro país, con su conflictiva historia, alguna conocida, otra no tanto e incluso con episodios debidamente ocultos y guardados en crudas y sólidas bóvedas, la construcción del concepto de “ciudadano” se nos presenta confusa, con amplísimas zonas grises que colocan a esta idea como algo abstracto y poco definido, por lo menos en el imaginario de muchos.

Por eso, hoy que el país atraviesa lo que se ha dado en llamar la Cuarta Transformación (designación respecto de la cual tengo grandes reservas, que también compartiré en otra ocasión), se agradece que tengamos a quienes se preocupan de cavilar, filosofar, publicar y difundir cuestiones inherentes a la ciudadanía y la participación ciudadana. Uno de ellos, Ulrich Richter, siguiendo la ruta ya iniciada con textos como “Manual del Poder Ciudadano”, “De la Protesta Ciudadana a la Participación Ciudadana”, “El Ciudadano, el Enemigo y el Estado” o “El Ciudadano Digital”, nos obsequia ahora con “El Ciudadano Republicano y la Cuarta Transformación”, libro de fácil lectura en el que, con una amplio sentido de la didáctica cívica, nos lleva de la mano a explorar conceptos como República, Republicanismo, Ciudadanía y Ciudadanía Republicana, siempre con el pie puesto con firmeza en nuestra actualidad pura y dura.

Richter ha logrado, difícil tarea en verdad, el construir una especie de manual de supervivencia de un concepto que tiende a derrotarse a sí mismo: nuestra acción cívica cede ante la decepción, la impotencia y la aparente inutilidad de elevar la voz y hacerse escuchar; queremos que se diga o haga mucho, pero poco o nada hacemos para decirlo o hacerlo.

Hagamos eco de la última frase del libro de Ulrich Richter: seamos ciudadanos republicanos.

@jchessal