Contra el oportunismo
Imágenes del pasado, de primeros mandatarios del Estado mexicano y de las entidades federativas con el agua, literal y metafóricamente, hasta el cuello, luego de inundaciones catastróficas, como meras poses propagandísticas que no se distinguen mayor cosa de las que, ahora, proliferan de candidatos a diversos cargos de elección popular abrazando adultos mayores, niños de la calle y sujetos menesterosos. Ese tipo de comportamiento oportunista se ha reproducido, “ad nauseam”, en distintos contextos, por lo que generan una repulsa social cada vez más evidente y se toman de quien vienen. De allí que, cuando se reprocha al presidente AMLO que no haga ese tipo de desfiguros, la pretensión de calificarlo como insensible resulta más una provocación que un juicio ponderado.
Ante acontecimientos trágicos como el de la línea 12 del metro, el presidente AMLO ha sido enfático en señalar que se llevarán con rigor las investigaciones del caso para deslindar responsabilidades. No se ha buscado la foto como hacían Peña Nieto y Felipe Calderón para mostrar una presunta solidaridad con las víctimas, al tiempo que seguían promoviendo una desmedida violencia institucional como “salida” al conflicto social. El actuar del presidente AMLO no ha caído en esa hipocresía que ofende la inteligencia del pueblo mexicano, como hacían los jefes políticos de antaño, como en la película “El rincón de las vírgenes”, cuando la visita de un gobernador a un municipio afectado por un temblor, para evaluar los daños, termina en una bacanal ofrecida por la autoridad del lugar para simular que se hace algo.
Más aún, hay casos como el de la explosión ocurrida el 31 de enero de 2013 en el edificio B-2 del complejo administrativo de Pemex, que dejó un saldo inmediato de 37 personas muertas y más de 100 heridas. Dicho evento fue rápidamente “explicado” por Jesús Murillo Karam, entonces titular de la PGR, como una acumulación de gas metano que no se supo nunca con certeza de dónde provino y que fue cuestionada por investigadores independientes que señalaron esa imposibilidad, por tratarse de un gas ligero que difícilmente ocasionaría los estragos que se suscitaron en la estructura de concreto de dicho inmueble, planteando más bien la viabilidad de la hipótesis de que se hubieran “detonado explosivos con la intención de borrar archivos” (Revista Proceso, número 1893, 10 de octubre de 2013).
Por cierto, a ese Murillo Karam le alcanzó para recetarnos la famosa y cuestionada “verdad histórica” de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero. Cómo puede verse, sin solución de continuidad, en el sexenio de Peña Nieto se jugó siempre con la verdad legal de hechos gravísimos y catastróficos para la sociedad mexicana y, antes, ocurrió así con Calderón y hasta con Fox que, por ejemplo, en la tragedia de Pasta de Conchos, sus funcionarios fueron corridos (por familiares de los mineros) cuando acudieron a tomarse la foto para alardear una presunta solidaridad con los deudos. Y así podríamos seguir con más casos de mandatarios sacando raja política de las desgracias sociales, como cuando Echeverría fue apedreado en Ciudad Universitaria después de los hechos lamentables de 1968 y 1971.
Lo que interesa destacar, entonces, es la pertinencia de un estilo de gobernar del presidente AMLO que, por supuesto, no encaja en el clásico patrón que describiera don Daniel Cosío Villegas para un ex-presidente como el ya mencionado Echeverría que, de alguna manera, concentraba un tipo de ejercicio del poder propio del viejo régimen “nacionalista revolucionario”. Por eso, cuando se pretende equiparar al actual gobierno con el echeverrista o el lópez portillista (éstos eran la frivolidad andando), no hay más que ganas de fastidiar con simples comparaciones que no resisten pruebas mayores, como las que siguen confirman