Democracia hiperreal
El pasado sábado, el Senado de la República sesionó para sortear, mediante una tómbola, las 850 plazas de jueces y magistrados que serán sometidas a votación popular en 2025. Este proceso, que definió el destino de 711 juzgadores actuales y dejó vacantes 139 cargos, ha es una canallada.
La escena descrita, con bolas de una tómbola cayendo al suelo y el presidente del Senado explicando repetidamente el mecanismo, que parecía más una rifa que un proceso legislativo serio, me lleva a preguntarme si no estamos, como sociedad, ante un claro ejemplo de lo que Jean Baudrillard llamó “hiperrealidad”.
Según el filósofo francés, la hiperrealidad se produce cuando las representaciones de la realidad sustituyen a la realidad misma. En ese sentido, ¿es esta tómbola una representación de una democracia que ya no se sostiene en lo real, sino en una imagen vacía de lo que entendemos cómo democrático?
La teoría de Baudrillard sobre la hiperrealidad se basa en la idea de que el mundo contemporáneo ha sido invadido por simulacros, copias sin original, donde lo que consideramos “real” es, en el fondo, una ficción cuidadosamente construida.
Este concepto resulta útil para analizar lo ocurrido. A simple vista, un sorteo para determinar las plazas judiciales puede parecer un mecanismo democrático, una forma de garantizar que el azar y no la política determine quién se someterá a la elección popular. Sin embargo, al analizar más detenidamente el proceso, uno empieza a notar que lo que aparenta ser un ejercicio de transparencia es, en realidad, una simulación que enmascara el arrasamiento de los principios democráticos.
Baudrillard decía que, en la hiperrealidad, las imágenes y símbolos adquieren más peso que lo que representan. El acto de la tómbola en el Senado es un claro ejemplo de ello. En lugar de ser un proceso basado en criterios de mérito o evaluación judicial, la elección de quién mantendrá su puesto y quién deberá someterse a votación se ha reducido a un juego de azar, presentado como un acto democrático. Lo que importa no es el contenido, la evaluación de la trayectoria de los jueces o magistrados, sino la representación: la idea de que se están respetando los procesos, aunque en el fondo se haya perdido el contacto con la realidad.
En la sesión, se insistió en que el proceso era “legal, constitucional y transparente”, a pesar de la ausencia de partidos opositores y del notorio descontento de los jueces afectados, muchos de los cuales ya han interpuesto amparos.
Aquí vemos otro rasgo de la hiperrealidad: la transparencia, en su versión cuatrotera, es más un espectáculo que una garantía de justicia. El hecho de que un notario público estuviera presente para “validar” el proceso solo refuerza la apariencia de legalidad. No importa si el procedimiento carece de sustancia democrática; lo relevante es que, ante los ojos de la opinión pública, se proyecte como un acto legítimo.
En la democracia hiperreal, los rituales democráticos no son más que simulacros, mecanismos vacíos que mantienen una apariencia de legitimidad mientras socavan, silenciosamente, las estructuras fundamentales del poder. El sorteo de jueces y magistrados no está diseñado para fortalecer la justicia, sino para darle una fachada de renovación bajo una idea de “participación popular” que en realidad es superficial. Los cargos que quedarán vacantes no responden a evaluaciones ni a reformas judiciales profundas; responden, sencillamente, al azar, un criterio que poco tiene que ver con la capacidad o la integridad de los jueces.
Obedece a un deseo de venganza alimentada por el rencor de haber encontrado una barrera a los dictados de López, ahora seguidos a pie juntillas por su heredera.
La tómbola no solo representa una distorsión de los principios democráticos, sino también un ataque directo a la independencia del Poder Judicial, representa no solo la creación de imágenes falsas, sino también la desaparición de la verdad detrás de ellas.
@jchessal