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Desde el privilegio

Por Yolanda Camacho Zapata

Marzo 07, 2023 03:00 a.m.

A

Soy perfectamente consciente que escribo desde el privilegio. Desde la ventaja de haber nacido en una familia educada, de clase media. Desde la delantera que me da haber estudiado mis primeras letras en colegios particulares. Desde el punto que me diferencia de muchas mujeres al tener el más grado alto de estudios; eso si, desde la licenciatura, becada por mis calificaciones. Escribo desde el aparentemente intrascendente, pero profundamente importante punto de haber elegido libremente a mi pareja y después haber optado voluntariamente por ser madre no una, sino dos veces. Escribo también desde la seguridad que da tener una carrera profesional con altas y bajas, pero casi siempre gozando de un sueldo y prestaciones de ley. Escribo también,  con algo de culpa por todo lo anterior, como si yo hubiera elegido nacer dentro de un microsistema que me puso en ventaja con respecto a otras mujeres. 

Ahora bien, ¿escribir desde el privilegio me desautoriza a hablar sobre el ocho de marzo? Habrá quienes digan que sí, dado que yo no he sido gravemente vejada, ni ultrajada. Sin embargo, a la mente me vienen esos espacios académicos y laborales altamente masculinizados donde me han dicho “niña” con ese tono minimizante y despectivo que ya conozco tan bien; o me subestimaron en su momento por ser joven, o por ser físicamente pequeña;  o me hicieron de lado en procesos de decisión porque era la única mujer en la mesa y los acuerdos importantes se tomaban en un bar; o las múltiples veces que he ganado menos que mis pares hombres, aunque yo era la mejor preparada académica y laboralmente. Viene a la mente también todas aquellas veces que he tenido que defender mi grado académico o mi pasión por los temas y aclararles que mi racionalidad no está ni nublada, ni comprometida por ser mujer. He pensado también las veces que he tenido que justificar mi deseo por ser esposa y madre, sin tener que sacrificar mi carreara. He pensado en todas esas microviolencias y sé que comparadas con otras agresiones, lo mío no es nada.

Sin embargo, yo creo, como Luis Villoro en su estudio sobre las otredades, que la solidaridad y en este caso la sororidad, no viene del corazón, ni de los sentimientos (aunque los haya); sino de un entendimiento racional de las situaciones y de la las estructuras que propician un contexto de desventaja que puede desencadenarse y terminar incluso en violencia física y mental. Recuerdo entonces cómo muchas veces mi carácter, nada dulce, sarcástico, frío, estructurado y sin sentimentalismos, ha sido tachado de masculino, dicho como si eso fuese un halago: “No te preocupes, Yolanda es bato.” Y entonces saber que ya había entrado al club de los niños, a la mesa de los grandes, a los espacios donde alguien me tomaba en serio por pensar como bato y  no como vieja. La empatía, según Villoro y yo estoy de acuerdo, viene desde espacios racionales y no sentimentales. Lo entiendo, primero; luego lo he vivido. En ese orden.

Hoy entiendo lo que antes me costaba, y eso lo debo a la experiencia de ser una mujer ya a la mitad de la vida: puedo no tener dentro de mis afectos a varias personas, mujeres incluidas, pero respetarlas profundamente e incluso hacernos aliadas desde las razones de cada una. Quizá no acabemos siendo hermanas del alma (ese título lo tengo reservado para pocas), pero sí podemos construir acuerdos, generar planes, resolver situaciones, edificar para nosotras, desde nosotras y para otras. 

Mañana es ocho de marzo y creo que aquí, ninguna salimos sin haber sido agredidas de una manera u otra. Ahora entiendo lo que lo que consideraba normal, no lo es: estoy en un espacio de privilegio, uno que muchas mujeres no tienen. Me ha tocado mejor lugar que muchas, pero aún así, la razón está con todas. El dolor también.

Envío: a Mamá Conchita, a Mamá Esperanza, a Yolanda, a Vani, a María José, a Irma, Conchita, Cintia, Isabel, Leticia, Sabi, Aurelia y Lele.