Ahora resulta que los diputados locales potosinos son unas “vístimas”. Luego del zafarrancho registrado en el recinto legislativo, por parte de grupos políticos antagónicos, los curuleros de casa piden lo que nunca antes han sido capaces de dar: ejemplo de mesura. Para estar a tono con la moda de los conflictos sociopolíticos recientes, los diputados se asumen como “rehenes” de las diferencias entre grupos contrarios y se atreven a pedirles que resuelvan sus disputas en otro lado. En primer lugar, si de rehenes se tratara estaríamos hablando de personas inocentes y ya sabemos que estos diputados pueden ser tranzas, voraces, mentirosos, acosadores, cirqueros y payasos, pero inocentes de ninguna manera. En segundo lugar, ¿para qué pedirles que vayan a otro lado a dirimir sus diferencias si en ese recinto ya se ha visto de todo y nada sorprende? Una raya más al tigre no cambia la naturaleza del animal. Y el “animal político” en que se ha convertido el congreso local es más “animal” (con perdón de los animales) que político, como para pretender cambiar la “racionalidad” que allí campea.
Pero allí están los diputados, muy delicados, reclamando que no se les toque ni con el pétalo de un mínimo reclamo o señalamiento de indignidad, cuando se han encargado de hacer de ese poder estatal un espacio de corrupción tan descarado que “ya ni la burla perdonan”. Ahora, resulta que son “vístimas”, como dijo una célebre doñita en las redes sociales y poco falta para que se les tengan que ofrecer disculpas por acudir a reclamarles sus omisiones, silencios, complicidades y demás comportamientos vergonzosos respecto del papel que les correspondería jugar. Por otra parte, exhortan al secretario de gobierno, para que asuma ya su papel en el manejo de la política interior estatal, pero eso es también como tratar de lavarse las manos de la responsabilidad propia en el enjuague. Se supone que hay un enlace institucional entre esa dependencia y algún personero del congreso local, para facilitar la relación entre esos dos poderes del Estado sin menoscabo de la independencia de cada cual, pero sólo ellos saben qué diantres hacen para evitar que, por lo menos, esos espectáculos tan grotescos se sucedan allí, de manera regular.
Y si de agravios se trata, más bien sería el pueblo potosino el que debería reclamar esa condición y mandar a esos legisladores a otra parte a perorar. La actual legislatura no se distingue gran cosa de las anteriores y los escándalos recurrentes dan cuenta de una vocación depredadora del servicio público y la representación popular, que no pueden hacer a un lado y cada vez más es de dar pena ajena. La (im)postura asumida por los diputados, después del incidente de violencia registrado, es típica de quienes buscan tapar el pozo después del niño ahogado. Todos se mostraron dizque unidos, compungidos e “indignados” por conductas ajenas que tildan de “incorrectas”, pero más temprano que tarde siguen igual de cómplices y tapaderas de las propias que rebasan, con mucho, la más elemental ética pública. Es cierto que, desde hace tiempo, el recinto del congreso local ha sido ocupado por ciudadanos molestos por la incompetencia y corrupción de no pocos legisladores, pero ya se ha visto hasta el cansancio que todos gozan con los escándalos protagonizados, tal vez en la idea de que al pueblo, por lo menos, hay que darle algo de circo para tenerlo calmado.
Así pues, lo más probable es que ese llamado de los diputados locales sea ignorado, no tanto porque no se entienda que hay que atemperar los ánimos, sino porque las cosas se toman siempre de quien vienen. Antes de pedir respeto, deberían de honrar la representación que ostentan y dignificar a ese poder estatal que no ha servido más que para “una pura y dos con sal”, como reza el refrán. En fin, tal vez pretendan, como advertía el Inspector Calzonzin, “retirar al pueblo a la vida privada”.