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Disculpe usted

Por Yolanda Camacho Zapata

Marzo 30, 2021 03:00 a.m.

En ese afán contradictorio que tenemos por hacer notar nuestra existencia tratando de conservar la más absoluta invisibilidad, los mexicanos solemos comenzar las frases con un “Disculpe usted”. Pareciera que antes que cualquier cosa, debemos pedir permiso para hablar  y, sobre todo, para existir. En algún lugar del ADN nacional, se ha quedado tatuada la noción de que somos un gran estorbo por el cual alguien tiene que disculparse. 

Disculparse es “un acto de habla expresivo cuya intención es manifestar al interlocutor que se ha violado una norma social y que el hablante asume la responsabilidad, por lo menos parcial, de los daños causados por dicha violación”. Es decir, hay un elemento de culpa en cada “disculpe usted”.

“Perdón, maestro” es una de las frases más utilizadas en los salones mexicanos. Todavía ni siquiera escuchamos lo que el alumno va a decir, pero ya tenemos las disculpas por delante. Incluso si el profesor pidió desesperadamente la participación del grupo, el colectivo piensa que opinar, requiere disculpas previas. No es que el grupo no tenga nada que decir o que previamente se sepa que su opinión es una porquería; es más bien que al hablar tememos molestar a alguien, ofenderlo y que aquello acabe en trifulca. Es decir, en nuestro caso, no está únicamente la culpa a priori, sino también a posteriori.

Aquella ancestral tradición de no hablar en la mesa de la cocina sobre política, dinero o religión, se acaba extendiendo hasta los lugares donde justamente se debe hablar de ello, como los salones de clase, las sacristías o los comedores de la casa en épocas de elecciones.

El inicio disculpado de  una plática puede tener varias causas. La primera, quizá, sea que tendemos a confundir opinión con ofensa. Si alguien cuenta con suficiente información y se ha formado un criterio, bien vale la pena compartirlo, o al menos, esa sería lo natural; sin embargo, si se añade un ápice de convicción, habrá algún interlocutor que tome aquello como si fuera regaño. Resulta entonces lógico que después de dos o tres  experiencias no precisamente positivos, se acabe uno autocensurando o pidiendo disculpas antes para curarse en salud. Sin embargo, la bronca no es de quien emite el mensaje, sino del que lo recibe y lo interpreta. Si yo escucho a una persona hablando apasionadamente, tengo todo el derecho del mundo para disentir e incluso contra argumentar; pero de eso a sentirse ofendido, hay un trecho largo. Nadie nos ha educado para entender que se puede perfectamente hablar desde los polos opuestos de un tema y acabar tan amigos como siempre. Y bueno, ¿cómo vamos a aprender, si hay temas tabús que se excluyen en aras a “llevar la fiesta en paz”?

Quizá este arraigado “Disculpe usted” vaya también por el lado de la tremenda inseguridad que este pueble tiene en sí mismo y en el miedo catastrófico  a equivocarnos. Por más brabucones que parezcamos, lo cierto es que este pueblo de machos, es un clan que desconfía hasta de su sombra y que ya no cree ni en la paz de los sepulcros. Cargamos inseguridades propias y un buen número de culpas ajenas. Nos disculpamos hasta por el clima del día “Disculpen ustedes, hace demasiado sol”, “Perdone, es que amaneció lluvioso”, como si estuviésemos contratados para programar los fenómenos meteorológicos y ese día hubiésemos instalado el  chip incorrecto. 

Quiero creer que detrás de tanta disculpa por hablar, hay un instinto que se resiste a dejar que nos convirtamos en un pueblo fantasma sin opinión y sin presencia. Empezamos por la disculpa, pero detrás de ella está una urgencia  por gritar que no hay voces fantasmales, sino voces reales, humanas, que tienen algo que decir, aunque incomoden. 

El silencio tiene grandes virtudes sin embargo, Martin Luther King tenía razón “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos.”