Ecos de la Perestroika
Mijaíl Gorbachov, jefe de Estado soviético a fines de la década de los ochenta, falleció el pasado martes 30 de agosto. Sin duda, se le recuerda como el artífice de un proceso de reformas económicas (“perestroika”) y políticas (“glasnot”) que llevaron a la extinción de la antigua URSS y a la transformación del mapa político estratégico mundial, y geográfico en Europa del Este con una compleja balcanización territorial que aún tiene repercusiones en esa región, como ha ocurrido, recientemente, con la guerra entre Rusia y Ucrania. La perestroika o restructuración económica en el país soviético implicó la apertura comercial hacia Occidente y el fin de un ciclo prolongado de planificación burocrática estatal de la vida económica en ese país. La “glasnot” o reestructuración política, por su parte, implicaba la transparencia en el ejercicio gubernamental y un juego más plural que la centralización ideológica y partidista de una élite o “nomenklatura” nacional. La caída del Muro de Berlín en 1989, el fin de la guerra fría y otros acontecimientos del final de la década de los ochenta, alguna influencia precipitante tuvieron del reformismo gorbachoviano.
Tan fuerte fue el impacto de ese reformismo impulsado por Gorbachov que le valió hasta el Premio Nobel de la Paz en 1990. Pero como la historia siempre se repite dos veces, diría un clásico, una vez como tragedia y la otra como farsa, allí tienen que en México, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, ávido de reconocimiento internacional, pretendió hacer lo propio y procedió a llevar hasta sus últimas consecuencias la reforma neoliberal iniciada desde el sexenio de su antecesor Miguel de la Madrid Hurtado. La reestructuración económica salinista se tradujo en acentuar la privatización de todo lo que se pudiera desincorporar del Estado mexicano, con el pretexto de una modernización que, empero, dejó más damnificados, socialmente hablando. En contraste, esa “salinastroika” resultó en el enriquecimiento de unos cuantos sujetos que se hicieron, a precio de ganga, de bienes estratégicos del Estado mexicano, como el caso emblemático de Telmex y otras empresas paraestatales que enriquecieron, escandalosamente, a unos cuantos cuates (el famoso capitalismo de cuates).
Pero, aún más, acá ni siquiera hubo “glasnot”. Lo que había, decía la “vox populi”, era una suerte de “salinastroika” sin… “prisnot”. Tan no había una reforma política de fondo (fuera del burdo intento de mazacote de “liberalismo social” que propuso como “reforma del Estado” para pasar dizque de un Estado excesivamente “obeso” (y propietario, por supuesto) a un “Estado mínimo” (y desmantelado, por supuesto) que terminó estallándole a Salinas la sucesión presidencial de sí mismo con la muerte trágica y violenta de Luis Donaldo Colosio y el agudizamiento de la descomposición social que evidenció el salto a la palestra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994. Ni pensar ya en un reconocimiento internacional, porque hasta la presidencia de la Organización Mundial de Comercio (OMC) se le fue también de las manos. En suma, una caricatura de lo que, en otras latitudes, implicaba actuar con nivel de un estadista y no de un perverso jefe de una camarilla política que soñaba con regentear el país, como rentable negocio de una minoría, hasta por quién sabe cuantos años. Ecos lejanos, pues, de otra historia.
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