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El estado de las cosas

Por Yolanda Camacho Zapata

Julio 12, 2022 03:00 a.m.

A

El latinismo statu quo es una expresión que literalmente significa “en el estado en que,” y se utiliza para señalar un conjunto de condiciones prevalecientes en cierta época determinada. Es frecuente escuchar la expresión en una especie de plural, status quo, sin embargo, esto es erróneo; gramaticalmente la expresión no lleva una s al final de la primera palabra. Cierro aquí el breviario cultural.  

¿Hasta dónde podemos llegar para conservar el statu quo? Recuerdo el caso de cierta mujer que conocí hace ya un buen rato. Yo era amiga de una sobrina de la señora, ya entrada en edad. Había quedado viuda desde décadas atrás. Su marido, un hombre trabajador y listo para los negocios, le había dejado varias propiedades que la hacían mantenerse con suficiente holgura. No era rica, pero tampoco le faltaría nada. En su época sí  que hubo abundancia y pompa. Dueños de un apellido de esos que son el equivalente a realeza potosina,  eran frecuentemente vistos en eventos de relumbrón y se daban los lujos que su situación económica les permitía. Años después, ella ya sola y sin hijos, nadie diría que se moriría de hambre, pero aquello había dejado de ser Jauja. Sin embargo, entrar a su casa daba la sensación de ingresar a una máquina del tiempo mal calibrada. La señora hablaba de glorias pasadas en tiempo presente, intentando hacer una representación para mostrar que ella seguía siendo el personaje que en algunas épocas ocupaba encabezados sociales. La conservación de lo que evidentemente ya era cosa del pasado resultaba, al menos frente a nosotras, completamente innecesaria, aunque sospecho que aquel teatrito iba más bien dirigido a ella misma.

Conservar el estado de las cosas puede llevar a límites como a los que llegó Jean Claude Romand, un criminal francés que en 1993 asesinó a su esposa, hijos y padres. Romand se presentaba como un médico de fama internacional que trabajaba para la Organización Mundial de la Salud. Además, se ufanaba de ser un inversionista astuto y generoso que “ayudaba” a su familia y amigos a invertir en supuestos fondos  suizos que en teoría les redituarían con creces. Lo cierto es que Romand no había conseguido pasar del segundo año de medicina y desde entonces vivía una farsa muy bien estructurada que le permitió por casi dos décadas no ser descubierto. Mitómano consumado, pasaba los días en la biblioteca de la OMS, paseando en parques o con su amante, que tampoco nunca sospechó de él. Sin embargo, llegó un momento en que su esposa comenzó a dudar. Y hasta ahí llegó. El hombre la mató de un golpe de mazo en la cabeza, luego disparó a sus dos pequeños hijos. De ahí se fue a pasear, llegó a casa de sus padres, almorzó con ellos y luego les disparó a ambos. Salió para irse a pasar la noche con su amante, a la cual dejó viva. Finalmente volvió a su casa, se tomó una buena dosis de pastillas y le prendió fuego. Sin embargo, los bomberos llegaron justo a tiempo para salvarlo. Pasó un tiempo en coma y despertó para ser juzgado y sentenciado a cadena perpetua. Luego de décadas salió y se refugió en un convento llevando un dispositivo para ser monitoreado, pero el año pasado le fue retirado el dispositivo y Romand desapareció de la faz de la tierra. Todo por conservar su statu quo. 

Sin embargo, no es necesario llegar a esos extremos, aunque es cierto que la resistencia al cambio  y por tanto la búsqueda para perpetuar lo que hoy tenemos, es hasta cierto punto natural. El presente es un terreno conocido, que aunque no sea ideal, es seguro y confiable. El presente lleva las de ganar, porque poco puede preverse sobre el futuro, que sale perdiendo porque no trae garantías. 

Lo cierto es que querámoslo o no, las situaciones siempre cambian: un sábado  estábamos en el concierto de Billy Joel en la Ciudad de México y para el lunes el mundo se cerró por dos años. Un amigo se creía felizmente casado y al regresar de un viaje de trabajo de tres días, encontró un sobre con la demanda de divorcio y la casa sin la mitad de los muebles. 

Vale la pena trabajar por aquello que consideramos vale la pena para la eternidad, pero sabiendo que también irá mutando, que el estado de las cosas está condenado a cambiar.