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En sintonía

Por Martha Ocaña

Agosto 23, 2023 03:00 a.m.

A

Me quiero tapar los oídos, cerrar los ojos, dormir más horas y luego despertar en un mundo limpio, en un país despierto, consciente, participativo, con una mayoría educada, sin pobreza ni extrema, ni relativa. Con muchas personas honestos, responsables, empáticas que cuiden las fuentes de empleo, que sean justos, que protejan el ecosistema en sus procesos industriales, que no arrasen con las zonas protegidas, con los cerros secos llenos de rocas tranquilas porque antes, nadie les amenazaba con destruir su casa, ni la de las lagartijas, las serpientes endémicas, los insectos o los pequeños roedores que habitan sus parajes. 

Quiero pasearme por un mundo cuyos ciudadanos no desperdicien su vida como zombis de las adicciones, en donde se elija cómo vivir sin que tenga que ser señalado si usa falda, pantalón, tatuajes o perforaciones. Si se hace llamar ella y es él. En donde abramos el corazón a la vida y no al señalamiento ofensivo que aniquila con frases que destrozan el espíritu de jóvenes que buscan una identidad en el mundo roto que todos hemos deconstruido. 

Quiero que las noticias sean aburridas, que las series de las plataformas encuentren otras temáticas más virtuosas que la mercadotecnia de la violencia. Que la música proponga y no degrade, que la cultura no sea privilegio del narco corrido, la banda o el reguetón. Que haya espacio para cada gusto y que se reparta la selección hacia todos los sectores. Que no se culpabilice por sistema, a todo aquél que piensa diferente al gobernante en turno, al inquilino de un palacio que debiera recordar que es un empleado temporal de una población de muchos millones que no votaron por él, pero que lo respetan, siempre y cuando se dé a respetar. 

Quiero otro contexto para los niños y los jóvenes, pero también para los viejitos y los “no tan viejitos”. Para que las familias no requieran que ambos padres se ausenten, dejando a la televisión o la red como niñera. Que el ingreso no limite la calidad de vida de las familias. 

Y sobre todo que bajemos el tono de los discursos sociales, -de claro y oscuro, rico y pobre, listo y tonto, feo y bonito- usado como herramienta para menospreciar, marginar o burlarse, siendo que las oportunidades no han sido las mismas para todos. Un país con una población compasiva. 

Ojalá tengamos un país que deje de estar secuestrado por las mafias y quienes viven del trabajo de otros, apoderándose de las cosechas, de las nóminas, de las propiedades o de poblaciones completas convirtiéndolas en pueblos fantasmas. Un territorio libre, con opciones para crear y aspirar a una vida mejor y no a una mera supervivencia. 

Creo que aún hay tiempo de detener el huracán de odio y violencia que se ha consolidado en los últimos cinco años en México. Estamos a tiempo de recuperar las calles, de cuidarlas y limpiarlas, de educarnos cívicamente sin necesidad de castigos o multa, para que chicos y grande puedan moverse de un lugar a otro, a pie o en auto sin temor a ser asaltado, levantado o desaparecido. 

Me uno a la pena de las familias de los muchachos desparecidos y maltratados hasta el límite de la razón y del corazón. Y también de todos aquellos que hoy sufren la ausencia de familiares o amigos, de los que siguen sin tratamientos para sus enfermedades o lesiones.  

Me pongo en sintonía con los que tienen a su cargo la disertación sobre contenidos escolares y métodos educativos, adaptándonos a este siglo y sus novedades, sin lesionar la infancia y la juventud de nuestros hijos. Y en sintonía con todo aquél que aspire a un país lejos de aquel “México bárbaro” que solo conviene mencionar como referencia histórica. Y sobre todo, en sintonía por no tener que desear dormir más, o cerrar los ojos ante el triste horizonte de nuestra posmodernidad.