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Familia y escuela Capítulo 198: Educación y zapatos polvorientos

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Enero 24, 2024 03:00 a.m.

A

De acuerdo con la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo primero, comienza estableciendo que:

“En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución …”

“Todas las autoridades, en el ámbito de sus competencias, tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos de conformidad con los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad.”

Como queda claramente establecido, todos los individuos, por el simple hecho de ser mexicanos, tienen derecho a gozar de los beneficios que todo ser humano necesita para su desarrollo armonioso; acceder dignamente a servicios de salud, alimentación, seguridad y justicia, vivienda y a la educación, entre otros más.

Sin embargo, el poder asegurar el brindar y acceder a todos esos derechos humanos, no es una misión tan sencilla, dado que, México es un país, que al igual que otros de América Latina, cuenta con una gran diversidad geográfica, social y cultural; encontramos coexistiendo, a la par de grandes centros urbanos e industrializados, comunidades en extrema marginación e incomunicación, todos ellos con culturas y costumbres regionales y locales, con problemáticas muy específicas.

Para el caso del acceso a la educación pública, tenemos centros escolares ubicados en grandes metrópolis, con una verdadera gama de servicios y complementos, los cuales brindan todas las garantías, espacios y herramientas tecnológicas necesarias para un desarrollo formativo excelente; en estos casos, tanto alumnos y maestros, tienen la oportunidad de asistir desde bien alimentados y hasta con un uniforme bonito, los primeros, y con un vestuario elegante y zapatos lustrados los docentes.

En el otro lado de la moneda, encontramos escuelas enclavadas en zonas indígenas y rurales, con una alta y muy alta marginación, las cuales, a pesar de que decreta claramente el artículo primero de la constitución que se le brindará a “todas las personas”, tal pareciera que a ellas no se les aplica, o al menos, no con la misma equidad e igualdad que a los demás.

De acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE, 2023), En México al menos 700 mil menores de 3 a 14 años que residen en localidades rurales de alta marginación no tienen acceso a educación básica, y otros 600 mil de 0 a 2 años, que viven en más de 30 mil pequeñas localidades, no reciben formación inicial.

Además de que el servicio educativo a estas zonas marginadas lo brinda los sistemas indígenas bilingües, estatales y municipales; el propio CONAFE asegura que atiende a más de 600 mil niñas, niños y adolescentes que habitan en comunidades de alta y muy alta marginación en todo el territorio nacional, los cuales son educados por 62 mil 495 formadores comunitarios en 2 mil 159 municipios del país.

Estos alumnos, sus padres de familia y sus maestros y maestras correspondientes, todavía no gozan del acceso al total de los derechos educativos conferidos por la constitución; asisten a centros escolares con grandes carencias: mesabancos (si cuentan con ellos) en mal estado, con una infraestructura deteriorada o con materiales improvisados, pizarrones todavía con el uso del tradicional gis o tiza, baños representados por letrinas y fosas sépticas, inexistencia de agua potable y ya ni hablar del servicio de energía eléctrica y mucho menos del servicio de internet y cómputo.

Los alumnos cuentan en sus casas con escaso material para el trabajo escolar y, aunque se les solicite un uniforme digno y bonito, sus condiciones de economía familiar se los impide; aún con todo y ello, asisten con agrado, aunque para tomar solo una sesión diaria de clases, recorran caminando grandes distancias, por lo que sus piés, huaraches o algún tipo de calzado llegue a presentarse todo polvoriento o manchado con lodo u otros materiales.

Reconocimiento especial para los maestros y maestras que, no obstante, teniendo la comodidad de su hogar, emigran o se trasladan todos los días o por semanas enteras a sus centros escolares situados en las condiciones de marginación.

Estos héroes, son los encargados de hacer valer, al menos de manera básica, los postulados del artículo primero de la constitución, en este caso como derecho humano a la educación; llegan a los lugares más apartados aveces a lomo de caballo o burro, en lancha o caminando varios kilómetros, para estar frente a esos niños o muchachos.

En cierta forma, esos maestros y maestras son el contacto de la comunidad con el mundo exterior y sirven socialmente desde mensajeros, hasta quienes hacen compras de medicinas, comida, ropa, y artefactos diversos que les son encargados por los niños o las familias del lugar, por lo que, al regresar, los docenes no solo llevan en sus mochilas sus pertenencias sino todo lo demás.

Estos docentes tienen cualidades técnicas y pedagógicas especiales, puesto que son los responsables de enseñar no solo los contenidos de un plan y programa de estudio, sino que atienden a todos los grados escolares como maestro unitario o a varios grupos cuando el plantel cuenta con dos o tres de ellos.

Sufren, además, un proceso de inculturación, dado que se tienen que adaptar, como parte de su integración a la comunidad, a fiestas patronales, formas diferentes de alimentación, horarios laborales, formas específicas de las reuniones o juntas de organización, lenguajes y costumbres; a caminar por calles y veredas entre piedras y tierra.

Para quien ha pasado por esta experiencia y para quien actualmente se encuentra dando este servicio educativo, podrá comprender “en carne propia” y con mucho orgullo, lo que significa ser maestro rural. Ahora entiendo perfectamente que se puede educar, no obstante, se tengan los zapatos polvorientos. Mi reconocimiento a su labor.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx