logo pulso
PSL Logo

Entre una y otra

Por Yolanda Camacho Zapata

Febrero 16, 2021 03:00 a.m.

A

Las decepciones existen para que gocemos sentir la esperanza. Hace algunos años encontré a Malva en la sala de espera de un aeropuerto. Ella buscaba regresar a su norteño estado y yo al céntrico mío. Ambas, conocedoras de las incertidumbres aeropuertarias, habíamos llegado a la sala de embarque con cuatro horas de anticipación y sin comer. 

Decidimos acompañarnos a esperar nuestro regreso frente a sendos tazones de sopa caliente. Hacía frío y el calor de las prisas ya había desaparecido. Nos pusimos al día y ella me contó que a dos años de su divorcio, estaba dándole una nueva oportunidad al amor. Su nueva pareja viajaba mucho, lo cual le  parecía sumamente cómodo. Se veían entre viaje y viaje, como un par de novios adolescentes a los cuales sus papás les asignan ciertos días para poder ir al cine. -La ilusión de vernos,- me dijo, -me hace volver a cuando tenía veinte.- A mi me causaba ternura ver cómo aquél mujerón endulzaba sus ojos color miel cuando hablaba de su novio. 

La cara se le iluminaba y tomaba la cuchara con una delicadeza inusual. Incluso levantaba el meñique al momento de llevarse el  sorbo a la boca. Era la definición misma de la palabra radiante. Le pedí me mostrara fotos del susodicho, para ponerle cara al chisme. 

Me mostró varias fotos de un hombre bien parecido, de esos que en la adolescencia ha de haber parecido pollo estirado, pero que al paso de los años van tomando forma. Era alto, más que ella, y se notaba justo en el límite entre el final de la juventud y el inicio de la madurez. 

En una de las fotos, recortada por la edición de algún celular, reconocí al fondo el escenario de un evento social del cual tenía conocimiento gracias a cierta revista de sociales que justo había hojeado en mi viaje de ida. Malva me explicó que efectivamente su novio había acudido al festejo en San Luis que había sido organizado por uno de sus clientes. 

Yo, por quién sabe qué inspiración, le dije que aquello había sido tremenda pachangota a juzgar por las fotos que yo había visto. Ella, entrada ya también en el morbo, me preguntó detalles y a mí se me hizo fácil entrar al sitio web de la revista que unos días antes había hojeado. El evento estaba reseñado a detalle con miles de foto que ambas íbamos viendo pasar en la pantalla de mi celular. 

Y en eso vimos la cara de él, justo de la foto que previamente Malva me había mostrado. La cosa es que en esta, sin recortar, el tipo aparecía abrazando cariñosamente a una guapa mujer, que según la revista, era su esposa. Vi la cara de Malva y cómo bajaba lentamente el meñique. Luego encontramos más fotos de ambos, elegantes y sonrientes. 

La nube espesa de la decepción cubrió a Malva y ya no la vi salir de ahí. Nos despedimos apesadumbradas y ella se fue cargando su turbulencia y yo maldiciendo mi maldito tino. No volví a saber de ella.

Hace unos días me envió un mensaje. “Me acordé de ti.  Está nevando por acá y cociné una sopa como la del aeropuerto.” Le respondí con cualquier comentario ligero, tratando de esquivar el tema con el que nos tomamos aquella sopa. 

“Tengo trece meses saliendo con un tipazo. Esta vez me cercioré que no estuviera casado.” Y luego, un montón de íconos de estrellitas, serpentinas y cometas. 

Entendí que era de nuevo feliz. “Estoy ilusionadísima y el también. Ambos tenemos mucha esperanza en el futuro. Cuando esto pase, quizá nos casemos. O quien sabe, tal vez antes de que esto pase.” Y luego, un emoji con ojos de corazón y sonrisa soñadora. 

Las decepciones existen para poder saborear la esperanza; o cuando menos, para transitar tranquilos entre decepción y decepción.