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Familia y escuela Capítulo 107: Regresar a los libros

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Abril 20, 2022 03:00 a.m.

Se dice que “la modernidad, aunque necesaria e inevitable, tiene sus costos”. Esta frase bien se puede aplicar a diferentes procesos que están ocurriendo en la educación, particularmente en la irrupción de las formas digitales y virtuales para enseñar y aprender.

Desde antes de culminar el año 2000 y principios de estas dos décadas, la educación en su sentido más amplio, se ha venido transformando y evolucionando debido a que ya los sistemas cibernéticos de información venían avanzando de manera imponente; los medios masivos de comunicación, las redes sociales, las plataformas de streaming, los portales informativos, las aplicaciones para computadoras y aparatos celulares, la diversificación de las formas tradicionales de transmisiones televisivas y radiofónicas y múltiples procesos más, modificaron abruptamente las formas de enseñanza. 

Todas estas formas mencionadas, tuvieron un repunte y confirmación, sobre todo, ante la aparición de la gran pandemia que provocó, entre otras consecuencias, el abandono de las aulas y el confinamiento social en los diferentes hogares, así como el continuar con las actividades escolares de manera virtual, a distancia, en casa.

Sin duda, era necesario el progreso y el acceder al conocimiento ilimitado a través de una pantalla; asistir a esos hermosos paseos virtuales por los grandes museos, a conocer las costumbres, paisajes y personas de pueblos y regiones que muy probablemente nunca hubiéramos podido visitar; a observar la belleza de las grandes profundidades marinas o elevadas cumbres; a admirar en tiempo real los grandes monumentos y lugares importantes de cada ciudad y país.

Resulta impresionante estar “en vivo” y aprender de esa manera, presenciando en el mismo instante que ocurre, desde un teléfono celular, una computadora, tableta u otro aparato similar, alguna ceremonia o proceso religioso en el Vaticano, en La Meca o en el Muro de las Lamentaciones; observar “en primera fila” la toma de posesión o acto protocolario de algún mandatario o la realeza en cualquier país del mundo; incluso, estar frente a la erupción de un volcán o presenciar los horrores de la guerra, actos terroristas o la violencia citadina; podemos también, acompañar en su migración a diferentes aves, a la mariposa monarca o al salmón en su titánico esfuerzo por ir río arriba contracorriente y regresar al lugar de su nacimiento para desovar y dar nueva vida.

Sin duda, la educación en el sentido amplio del término, ha evolucionado a ritmos inimaginables y qué decir del porvenir (que es ya, es hoy mismo), sobre todo con la irrupción del “internet e inteligencia de las cosas” y del mundo virtual con el metaverso. 

La misma escuela y la familia se ha visto impactada ante esta vertiginosa transformación, teniendo las clases ya en el hogar o el lugar que nosotros dispongamos; el maestro y el alumno contactados a través de una pantalla, con todo lo que esta virtualidad acarrea.

Sin duda es impresionante este avance e impredecible los niveles que alcanzará; sin embargo, nos ha quedado, al menos a algunos, ciertas nostalgias de elementos que se están paulatinamente suprimiendo, olvidando y extinguiendo, tal es el caso de los libros impresos.

Se puede considerar que éstos son ya en un futuro no lejano, una especie en peligro de extinción, lo mismo que todas las empresas y espacios dedicados a su creación, difusión y lectura, las cuales hacen esfuerzos desesperados por adaptarse a las nuevas formas y formatos.

Dentro de esas nostalgias del mundo que va quedando atrás, todavía existimos los que, alejándonos del bullicio y del vértigo de la vida actual, creamos un espacio y un tiempo haciéndonos acompañar de un buen libro, como lo hace alguien con una buena música o película.

Existe quien, al leer, detona la imaginación y enciende su “pantalla mental”: “…el primer libro que leí, fue en la biblioteca de mi abuelo, “el corsario negro” de Emilio Salgari; tengo tan presente a los personajes, de hecho, cuando lo leí, los imaginaba a todos ellos y hasta la fecha los recuerdo bien”

Todavía hay quien atesora como algo muy preciado, a sus libros de texto: “…me emocionaba el día que en la primaria nos repartían los libros, lo primero que hacía era hojearlos y olerlos, ¡mmmm ese olor a hoja nueva!, después, me sorprendía al revisar las imágenes que contenía y finalmente les ponía mi nombre; todavía conservo alguno de ellos…”

No son pocos los que, entre sus bolsos o mochilas de viaje o en trayecto diario, incluyen infaltablemente el libro de su predilección; los hay para todos los gustos: desde los de aventuras y suspenso, hasta los de terror; desde los más románticos hasta los que tocan crudas realidades; los de conocimientos y difusión científica, hasta los de reflexión espiritual; libros de bolsillo, grandes, gruesos o delgados, de pastas nuevas o desgastadas, con muchas letras o con imágenes fantásticas.

Leer un libro es entrar a ese universo paralelo que hemos creado en nuestra mente, no requerimos servicio de internet, aparato celular, computadora o pantalla; tampoco de un control remoto o botones para pausar o detener la lectura; de igual forma, tenemos la capacidad para crear y recrear en el momento que nosotros queramos, a los lugares, actores o circunstancias; leerlo dos o más veces, es como pasar por el mismo paisaje, pero apreciándolo desde diferente perspectiva, en donde cada vez que lo hagamos, descubriremos cosas diferentes.       

No se trata de negar la invaluable puerta infinita del conocimiento por las vías virtuales, más bien, es una invitación a tomar un respiro y con ello, una porción del pasado, de nuestro pasado terrenal, para acompasar y sobrellevar desde nuestra imaginación y con una buena lectura, la velocidad y el vértigo de nuestro presente. 

El reto es educar desde familias, escuelas y medios de comunicación para regresar a los libros, evitar su pérdida y fomentar su lectura ¿podremos lograrlo?

Comentarios: gibarra@uaslp.mx