Familia y escuela Capítulo 24: Educación integral indígena y supervivencia

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Pocos países en el mundo tienen la gran riqueza cultural que, representada en su población, existe en México; aparte de todos los centros urbanos y rurales, tenemos la existencia de 68 pueblos indígenas, distribuidos a lo largo y ancho de todo el territorio nacional; con su lenguaje, costumbres, actividades y formas de ver la vida de manera muy particular. 

Algunas de estas poblaciones, no solamente se encuentran marginadas económica y socialmente; sino que, para la mayoría de los mexicanos, permanecen literalmente como entidades desconocidas y muy probablemente nunca hemos escuchado de ellas; solo por mencionar algunos ejemplos, tomemos el caso de los pueblos: Kiliwa, Cochimí, Paipai, Cucapá y Kumiai; ¿los reconocemos?, acaso sabemos en ¿dónde se localizan?; por supuesto que forman parte de ese gran mosaico cultural de poblaciones que coexisten en nuestro territorio.

Para mucha gente que no sabía de la existencia de estos pueblos o que apenas los está descubriendo, ahora tiene que enterarse que están luchando una batalla por su supervivencia.

De acuerdo con los Indicadores Socioeconómicos de los Pueblos Indígenas de México 2015 (INEGI, 2016), tenemos que los pobladores que se reconocen y se auto nombran como: Indígenas, ascienden a poco más de 12 millones de personas, lo que representa un aproximado del 10 % de la población total en el país para ese año. Sin duda, no se trata de una cifra menor.

De manera legal y en materia del reconocimiento a sus derechos inalienables como seres humanos e integrantes de esta nación, está declarado específicamente en el Artículo 2º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos: su autonomía y el reconocimiento a la autodeterminación para su organización social, cultural, económica y política; de igual forma, su inclusión en el proceso de desarrollo social del país.

Si embargo, en terrenos cotidianos y, sobre todo, tomando en consideración la diversa composición geográfica, demográfica y cultural que tiene el país, resulta en una gran variedad de realidades y vivencias, en donde los marcos legales se ven rebasados y no siempre resultan ser suficientes.

La exclusión social y cultural que priva todavía en pleno siglo XXI, entre diversos sectores (probablemente en la mayoría de ellos) hacia estas personas, se ve manifestado en el trato que se les brinda. Por supuesto que no es de iguales, en algunos casos se les observa con curiosidad y hasta cierto morbo por su vestimenta, convirtiéndose en algunas regiones y debido a la necesidad de obtener recursos, como atractivo turístico, en donde “la fotografía obligada” es posar junto a uno de ellos: “…de a dólar la foto”. 

En cuanto a las expresiones con las que se les caracteriza, se les califica con adjetivos que van desde el clásico: “…pobrecitos” hasta el “…qué curioso hablan”, en donde reflejan posturas de lástima y minusvalía. Lo peor del caso lo constituye el término: “indio”, usado como sinónimo de ignorante y torpe.

En el terreno cultural y de costumbres, el contacto generado entre pueblos urbanos e indígenas, provoca de manera inevitable un intercambio (Transculturación) que se ve reflejado en los hábitos y conductas, sobre todo de estos últimos; en donde, existe modificación de formas de alimentación, de vestuario, de costumbres y maneras de comunicación, así como de consumo cultural entre otras tantas. Si bien es cierto que no se pueden catalogar todas estas modificaciones como efectos negativos, lo que sí podemos asegurar es que estamos presenciando la paulatina desaparición del estado original y puro de su cultura.

“…cuando comencé a trabajar como profesor, lo hice en una comunidad ubicada en la sierra de la región huasteca, en los límites de los estados de San Luis Potosí e Hidalgo. A pesar de que el lugar estaba alejado y marginado del poblado urbano más cercano y de que la mayoría de sus habitantes hablaba su lengua natal, era de lo más fácil encontrar tiendas que vendían todos los productos chatarra habituales: papas, galletas, refrescos, cigarros y toda clase de bebidas embriagantes; también, sobre todo en gente joven, ya los sombreros en muchos de los casos habían sido sustituidos por gorras de los “Mets” y la camisola habitual tradicional por alguna playera con la figura de “Jordan”…

…cada vez que “bajaba” hacia el pueblo, miraba cómo diferentes personas indígenas que acompañaban mi regreso, lo hacían descalzos y con sus huaraches colgados al hombro, ingenuamente pensaba que era para evitar su desgaste ante el caminar en la sierra y así “lucirlos” en la ciudad; poco a poco entendí que esos pies siempre habían caminado los senderos pedregosos así, libres; y que, los huaraches eran para evitar las quemaduras que provocaba el caminar en el asfalto y concreto de las calles urbanizadas…”

Desde luego que ahora existe una necesidad impostergable de ayudar y dotar de manera equitativa a sus habitantes con los beneficios del desarrollo social, sobre todo en rubros como la atención a la salud; aunque antes de toda invasión a su espacio con nuestra “modernidad” y “progreso”, ya ellos tenían en equilibrio este aspecto, con su eficiente medicina tradicional; aún ahora, muchas personas acuden a ella de manera alternativa o como la única forma de atenderse debido a la lejanía hacia cualquier clínica o centro de salud.

Por el lado del desarrollo social en educación; con los pueblos indígenas, es todo un proceso tradicional en donde los aspectos más importantes que todo habitante de esa cultura necesitaba conocer, eran mostrados de generación en generación de manera oral o mediante su práctica; porque sin duda, ellos desde siempre han educado de manera integral a todos sus descendientes mediante sus usos y costumbres, transmitiendo habilidades, fomentando actitudes y valores propios de su grupo; conocimientos útiles y necesarios para su mantenimiento económico; además de los preceptos morales, religiosos y ecológicos, básicos para su coexistencia natural.

¿La escuela? ¿La educación formal? ¿los niveles educativos? ¿aprobar o reprobar? Todo esto llegó después, ellos nunca pidieron ni necesitaron ser educados así. Queda claro que, en estos tiempos, los conocimientos elementales son muy importantes, pero estoy seguro que en su contexto, una fórmula matemática o la tabla periódica de los elementos, nada tienen que hacer, ante la importancia tradicional de saber convivir con el medio ambiente; crecer en armonía y equilibrio de manera integral; y desde luego, preservar todos esos conocimientos y costumbres que les dan identidad.

En cierta región, junto al río, en un manantial, existe la leyenda del “pozo encantado”, la cual asegura que “…quien tome agua de este lugar, está destinado a regresar y quedarse ahí…”  Tenemos que beber agua de ese manantial, porque nunca como ahora, es importante el regreso a la educación integral indígena, como elemento clave para su supervivencia cultural. 

Comentarios: gibarra@uaslp.mx