Familia y escuela Capítulo 40: El lugar de encuentro
En materia de protección civil, el llamado: “lugar de encuentro” o “punto de reunión”, representa un lugar seguro en donde permanecer durante una contingencia; en materia social, significa el espacio que se estableció para coincidir y sostener una reunión.
No hablo de alguna contingencia, aunque ante la pandemia, bien pudiera ser aplicado así el término; me refiero a su segundo significado: el estar, el coincidir.
El lugar de encuentro al cual me voy a referir, tiene un sustento sociocultural y está representado desde un aspecto religioso, sus prácticas y rituales.
Las tres religiones que a nivel mundial tienen el mayor número de adeptos son, en orden de menor a mayor cantidad: el hinduismo, el islamismo y el cristianismo, este último con el 32.8 % de la población mundial, para el 2018.
Es en el cristianismo en donde lo voy a situar, concretamente en la celebración que se practica año con año, cada 24 de diciembre, con el acontecimiento del nacimiento del fundador de esta doctrina. No se desconoce que las demás religiones, tienen sus propios puntos de encuentro, representados de diferentes maneras, en diferentes fechas y con rituales y celebraciones propias.
De manera tradicional, para todos los que profesan las facciones religiosas que se centran en Cristo, es de lo más normal que la festividad de su nacimiento (natividad – navidad), tenga como punto de encuentro físico a los hogares, con sus clásicas postales de adornos, iluminación, árbol decorado y muchos motivos más que engalanan las casas.
Es una fecha en donde la convivencia social y específicamente entre familias, está rodeada de espiritualidad, de paz y de amor; la demostración de una lección de educación integral, mediante la cual se enseñan principios básicos de convivencia humana.
Además, el ambiente está envuelto de un misticismo y una atmósfera de tranquilidad, de buenos deseos y de hermandad entre los individuos; se constituye en una pausa de respiración profunda y relajante, como si el mundo se detuviera por algunos instantes y las actividades y preocupaciones cotidianas, hayan desaparecido, al menos por esa noche.
Claro, toda esa celebración, aderezada con rituales, rezos y cantos; rematados con una exquisita cena; y por supuesto, con algunos regalos a los niños que “se portaron bien”.
Hasta lo aquí descrito, resulta evidente, claro y comprensible todo lo que ocurre ese día, porque desde pequeños lo hemos vivido y ahora de adultos lo propagamos entre las generaciones de jóvenes y menores.
Sin embargo, para establecer y hacer evidentes algunas realidades que en esa fecha ocurren, voy a cambiar el significado de “lugar de encuentro”; no me refiero a su esencia, sino a su percepción y lugar donde se lleva a cabo; a resignificar y redimensionar algunos de los planos sociales en donde ocurre.
La navidad y todas sus sensaciones, actitudes, emociones e intenciones, junto con sus rituales y festejos, son una representación simbólica, que no puede reducirse solamente a un solo lugar; desde luego que sería fabuloso que todos pudieran estar en sus hogares, reunidos con sus familias, pero ese simbolismo “aterriza” en muy distintos sitios y en muy distintas condiciones:
Aparece en las centrales de autobuses y aeropuertos, con los choferes, pilotos y viajeros que sorprende en su trayecto, así como en los transportistas en alguna carretera
En los presos que purgan su condena, en sus custodios y todo el personal de seguridad que cuidan de ellos y de los que están “afuera”, policía y guardia nacional; ejército, fuerza naval, los populares “ángeles verdes” y policía que resguarda los caminos y aduanas; controladores del tráfico aéreo y hasta el personal que resguarda de noche las obras en construcción y edificios de diversas instituciones, conocidos popularmente como: “veladores”, claro está, con su inseparable perro.
En los hospitales con todo el personal de salud, sus pacientes y todos sus familiares que esperan fielmente en las afueras; paramédicos y tripulación de ambulancias, farmacias y centros de apoyo terapéutico para personas con depresión.
En los asilos, conventos, monasterios, internados; en las personas desposeídas de casa y que duermen en bancas de jardín o en alguna alcantarilla de la ciudad.
En las poblaciones rurales e indígenas más alejadas de los centros poblacionales urbanos; en poblaciones de migrantes en tránsito por nuestro país o en sus campamentos improvisados; en las familias que ofrecen espectáculos tradicionales como los circos, carpas de entretenimiento y ferias con juegos mecánicos.
En las personas que están en esos momentos “dando a luz” a un nuevo ser humano; o quién está en la mesa de operaciones luchando por subsistir en esta vida; en los hogares unifamiliares, con esa persona conviviendo con él mismo y a la vez con los recuerdos de quien estuvo acompañándolo durante su vida.
El simbolismo de este hecho relevante para el mundo cristiano, la pausa que se provoca y, sobre todo, los valores que encierra, tienen muchos puntos de encuentro; están, en donde estás tú, ahí se celebra, con vivos y muertos, con cercanos y lejanos, con cenas opulentas y otras solamente “diferentes”, con toda la esperanza que, al menos por esa noche las diferencias y las divergencias, si no dejan de existir, al menos se olvidan por un momento.
Con el mejor de los deseos que en el “lugar de encuentro” donde estés, recibas y te nutras de ese simbolismo lleno de elementos positivos; si es en tu casa, perfecto; si es en otro lugar, también perfecto.
Comentarios: gibarra@uaslp.mx
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